De 'pintacalzones' de la cruz... a inhibidores del sufrimiento

Escena del Juicio Final en la que se observa el trabajo de Da Volterra.
Daniele Ricciarelli, más conocido como Daniele da Volterra, fue un pintor y escultor italiano del siglo XVI. Un nombre que, posiblemente, a muchos, no les dirá nada… si no fuera porque se trató del famoso Il Braghettone . 'El pintacalzones' del Papa Pío V, encargado de cubrir con coquetas y pudorosas enaguas –en un ejercicio, diríamos, de 'protoPhotoshop' de la época– las partes más íntimas de El Juicio Final de Miguel Ángel.
Me imagino a los príncipes de la Iglesia contemplando la obra cumbre del Renacimiento. "¡Cuánta desvergüenza!", exclamaría el bueno de Pío V. Mientras, un runrún de desaprobación se iría extendiendo por toda la sala. "¡Cuánto descaro! ¿Retratar así nuestra caduca y pobre humanidad? ¡Cómo osó semejante obscenidad!", dirían muchos cardenales, retorciendo su cuello, en escorzo, ante los geniales murales. "¡Escóndanse!, ¡encúbranse!, ¡háganse desaparecer de nuestras límpidas miradas! ¡Hagamos como que no existan! ¡eso! ¡como que no existan!", retumbaría en el Vaticano.
Madrid, en torno a los años 2000. Una media de ocho personas al mes se encarama por la barandilla del Viaducto de la Calle Segovia para quitarse la vida. Justo al lado, en el barrio de los Austrias, entre la calle Angosta de los Mancebos y la calle Bailén, se encuentra el bar Esperanza, tal vez, "el último lugar al que esas vidas rotas entran para tomarse una última cerveza antes de arrojarse al vacío; o donde la Policía interroga a los clientes con la foto del suicida; o donde, simplemente, los amigos del muerto brindan por su memoria”. El puente de los suicidas, de A.J. Ussía –de los mejores columnistas hoy en día–, lo cuenta muy bien.
Ahora, aquel grasiento bar, por el que tantas veces pasé en mi infancia, por desgracia, ya no está. En su lugar, alguien ha plantado un aseado pub irlandés, de los que tiran Guinness de soja, Baileys sin lactosa y tapas de proximidad, que favorezcan la economía circular. Porque, pensándolo bien, es cierto, aquellos impúdicos ventanales del viejo Esperanza hacía tiempo que resultaban bastante imprudentes. "Mi niño... ¿cruzándose con el que apura el café antes de desaparecer?"… ¡Anatema! ¡Vergonzante! ¡Fabriquemos, mejor, cápsulas Sarco!: "Mátese rápido y sin dolor", y sobre todo, sin molestar. ¡No vaya a ser que su tristeza me pueda llegar a incomodar!
Señoras, señores, vivimos en una sociedad que huye de todo lo que tenga que ver con la cruz, escondiéndola, como Da Volterra o el nuevo Esperanza, bajo bonitas bombachas. Donde preferimos vivir drogados, enajenados, somnolientos... antes que intentar, si quiera, desentreñar la trama. Sin embargo, mientras los existencialistas de entonces, cuyos trágicos finales, tenían, al menos, cierta coherencia vital –porque huían de verdad-, hoy, nosotros, en cambio, por un lado, no tenemos razones para vivir, pero, por otro, no queremos abandonar. "De placer en placer… hasta que la muerte nos pille disfrutando". Sin darnos cuenta que, alienados como estamos, viviríamos, es cierto, unos pocos años… pero solo, solo, a los pies de la cruz está el sentido de todo, donde uno podría llegar a ser feliz.
Porque, que una sociedad descreída se tenga que infiltrar -como los futbolistas-, para poder soportar, es lo normal. Pero, que estas inhibiciones permeen entre personas cuya mayor aspiración es imitar a un Hombre que murió en la cruz, no tiene mucho sentido. Chutes de "complementos" para naturalezas "malformadas", que como resulta que sufren, es que no estaban bien creadas. Gotitas por aquí, grageas por allá… síndromes de todo tipo, cada vez más enrevesados… traumas desconocidos, razones y sinrazones, TAC's, TOC's, etiquetas varias y tiktoks . Y, pienso yo, ¿y si volviéramos a llamarlo simplemente cruz? Porque, si la culpa fuera ajena… de nada nadie nos tendría que salvar... y nadie tendría nada por lo que rezar, porque nada se podría ya arreglar. "¿Solo Dios basta?", ¡menuda patraña!… ¡soma! ¡queremos soma!… eso, la droga de Un mundo feliz.
¿Una vida consciente... en definitiva, sufriente…? ¡Quita, quita! ¡insoportable!, ¡una locura!… ¡comamos y bebamos que mañana moriremos!... ¡un frenesí!… embriagados en nuestra propia inercia, forrados hasta arriba de inhibidores de frecuencia... Criogenizados todos, que nadie nos pueda despertar… y que el único mandamiento sea: no mirar nunca cara a cara a la cruz. Porque, curioso, quizá... a alguien malo, muy malo… todo esto, le podría llegar a interesar.
Estimados amigos, la vida del cristiano pasa, irremediablemente, por la cruz, ese es el juego, nos guste o no. ¡El único antídoto contra el dolor! Si no… ¿¿¿para qué nos habría creado Dios??? ¿Para no sufrir? ¡Nooo! ¡Al contrario! …nada más y nada menos… ¡que para hacernos como Él! ...y que cada latigazo nos asemeje un poco... sin olvidar nunca que el leño es verde y que todo, todo, todo… ¡es gracia!