Viernes, 29 de marzo de 2024

Religión en Libertad

Lo público y el Derecho Natural


La tripartita Cataluña ilumina luciferina el camino a seguir. La expulsión del paraíso democrático, el exilio ciudadano al abismo de un nuevo 1984 repleto de somas ha sido inaugurado. Un nuevo lenguaje se inventa (LGTB, IVE, género…), un nuevo código numérico aparece (Cuatro, Sexta) y la verdad se desmorona.

por José Luis Bazán

Opinión

Dios ha muerto. Y le ha seguido el Derecho Natural. Eso dicen los idólatras del Estado y apologetas del positivismo esclavizante. Y los siguientes en la lista son la Iglesia y Jesucristo, sus Acuerdos y crucifijos, mediante leyes de cultos y libertad religiosa.

La tripartita Cataluña ilumina luciferina el camino a seguir. La expulsión del paraíso democrático, el exilio ciudadano al abismo de un nuevo 1984 repleto de somas ha sido inaugurado. Un nuevo lenguaje se inventa (LGTB, IVE, género…), un nuevo código numérico aparece (Cuatro, Sexta) y la verdad se desmorona. La verdad del hombre, de todo hombre, desde que su alma anima sus primeras células hasta que se separa de su cuerpo. El hombre no es hombre, dejó su humanidad al renunciar públicamente a su ser, esa naturaleza que nada tiene que ver con las lechugas y las especies en extinción. Desde que se hizo dueño absoluto de su ser y erigió su conciencia en lex suprema de su vida moral. No hay ya ni bien ni mal, ni justo ni injusto. Hemos perdido la palabra, ya solo tenemos voz. Ahora únicamente somos capaces de decir «placer» o «dolor», y se ha borrado de nuestro vocabulario el bien y el mal, porque hemos comido del árbol prohibido. Más bien nos hemos atiborrado de iniquidad y paseamos nuestra existencia empachados de desmanes, amparados en el «todo el mundo lo hace».

Lo público sufre de nuestros botellones colectivos con el alcohol del relativismo, ese licor de garrafón que nos deja en resaca moral permanente. Lo público es un espacio inexistente, un comunal transformado en inmenso coto privado de caza de los nuevos marqueses de la moral mínima, que es una moral ínfima, estética del mal, coartada de abortos y eutanasias.

Si el Derecho Natural ha muerto, con él han asesinado lo público. Sin naturaleza humana no hay convivencia posible: sólo nos queda la superposición de intereses, el colegueo con el que cayó a nuestro lado y más frecuentemente la mala leche contra quien no acoge nuestros deseos y voluntades, porque quien nos contradice es un infierno. El infierno son los otros, porque solo comulgo con quien se allana a mi voluntad «¿Cómo aguantar al mamón de mi marido?». «Los padres son de lo peor, dictadores que imponen su voluntad sobre mí, que ya tengo 15 años y quiero abortar…. o cambiar de sexo» Mi ser es mi querer: tengo el ser que quiero porque no hay naturaleza. Sin naturaleza solo nos queda el poder: la ley para quien pueda aprobarla: cómo y cuándo lo desee. El reino del lobby, rosa o verde, qué más da el color.

Sin Derecho natural somos pateras morales, individuos sometidos al poder del más poderoso, de ese que se enquista en el Estado, que se apropia de él y exclama: lo privado ha de someterse a lo público. O sea: vosotros, ciudadanos, habéis de someteros a mi Voluntad, porque las Cortes Generales son el oráculo del nuevo orden moral. Ese repleto de alianzas de civilizaciones, de a 30.000 euros la sodomofiesta de Zimbabwe, lleno de ideología de género exportada con cargo a la partida de cooperación internacional, de embajadas del ateísmo camuflado en actos culturales. El Derecho natural, muro de contención frente a la barbarie, ha sido derribado. O al menos, deconstruido. En el reino del poder autolimitado, el poder no se limita, o más bien, se limita a hacer su real gana, esto es, su santa voluntad: Monarquía e Iglesia en Uno, el Estado. Con sus sacerdotes, doctores, rituales y parroquianos; sus altos cargos, catedráticos, Derecho Administrativo y ciudadanía.
Recuperar lo público exige reconocer, como decía Zubiri, que la verdad es consustancialmente un asunto público. Y por ello, sin Derecho natural –que es la verdad de lo justo e injusto-, lo público muere. O al menos, se encuentra en permanente secuestro en el zulo del Estado. El Estado que niega el Derecho Natural es un Estado terrorista, porque ensalza la arbitrariedad, extiende su monopolio de la mentira, y azuza la inmoralidad como forma de control social sobre los desgraciados ciudadanos, que miran desesperanzados alrededor y no ven nada más allá de sí mismos.

El Derecho Natural es la verdad de y en lo público. Pero en este carnaval de la confusión, el ruido y la comparsa subvencionada, nos obligan a bailar al son de la ley del más fuerte, exhibir el ropaje de la ética sin religión y calzar las sandalias de la intolerancia anticlerical. Y quien no quiera baile, ropaje o calzado, es un desobediente civil. Quizás vivamos tiempos en los que la desobediencia sea la única manera posible de ser fieles a la verdad.

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