Autor de «Más allá de lo humano», en CEU Ediciones
Jaime Vilarroig: «El transhumanismo aboga por un futuro posthumano en el que el amor sea imposible»

Jaime Vilarroig hace una crítica contundente al transhumanismo mostrando los puntos que lo hacen incompatible con la fe.
Jaime Vilarroig Martín, filósofo y teólogo y máster en Bioética, es profesor titular de Antropología Filosófica en la Universidad CEU Cardenal Herrera, en el centro que tiene en Castellón.
Acaba de publicar una obra que engloba todas las áreas de su disciplina, aplicadas a una de las ideologías más poderosas de nuestro tiempo: el transhumanismo.
Se titula Más allá de lo humano. Crítica al transhumanismo como soteriología científica y secular (CEU Ediciones). Le interrogamos sobre ella.
-Su libro describe el transhumanismo como un "proyecto soteriológico que rivaliza con las viejas religiones". ¿Qué diferencia de manera más fundamental esta nueva "soteriología técnica" de la visión cristiana de la salvación, tanto en términos de metas como de medios?
-Las diferencias, tal como dice usted, están tanto en las metas como en los medios. La salvación transhumanista consiste en un futuro en el que seamos invulnerables, inmortales y perfectos (o al menos esta es mi interpretación de la inmensa masa caótica de ideas transhumanistas), mientras que en la visión cristiana de la salvación "ni el ojo vio, ni el oído oyó lo que Dios tiene preparado para aquellos que le aman".
»Dicho de otra manera: la salvación transhumanista está en el perfeccionamiento del individuo, mientras que la salvación cristiana está en la perfección del amor. Cabe pensar un ser inmortal, invulnerable, con todas sus capacidades físicas e intelectuales potenciadas al máximo, y sin embargo hastiado de vivir porque en su vida no hay ni una pizca de amor (que es precisamente a lo que apunta el cristianismo).
»Respecto de los medios, la salvación transhumanista busca la salvación mediante la propia tecnología humana (auto-redención mediada por la técnica), mientras que la salvación cristiana espera la salvación como un regalo inmerecido, fruto de un Dios amante que se encarna.

-En el ensayo se menciona el paso del optimismo prometeico al pesimismo antropológico, planteando la sustitución de la naturaleza humana. Desde su perspectiva como antropólogo filosófico, ¿qué peligros éticos y filosóficos identifica en esta deshumanización implícita que propone el transhumanismo?
-Es una pregunta muy pertinente. El afán prometeico de superar al hombre supone (implica, parte de, se basa en) un desprecio por la carne humana, débil y trémula. ¿Qué peligro ético implica esto? Volvemos a las peores interpretaciones de Nietzsche: la debilidad es fea; la fragilidad es despreciable; la vulnerabilidad es aborrecible. De ahí que cuanto más débiles, frágiles o vulnerables seamos, peor. No es sólo que todo ser humano es despreciable por ser frágil, sino que la vida humana en sus fases especialmente vulnerables (los bebés, los ancianos, los enfermos) son especialmente despreciables.
»No se trata de pensamiento formulados explícitamente por los transhumanistas, pero es evidente que una cosa lleva a la otra. Es como el marco mental desde el que piensan, sin ser a veces conscientes de ello.
-El transhumanismo promete librar al hombre de las limitaciones impuestas por su condición. Sin embargo, usted apunta que esta liberación puede convertirse en una negación del propio ser humano. ¿Cuál es el riesgo más profundo de esta negación y cómo puede contrarrestarse desde una visión cristiana integral del hombre?
-El riesgo más profundo de la negación de lo humano es precisamente la negación de nuestra vulnerabilidad constitutiva. Mi tesis es que el día en que el ser humano sea invulnerable de verdad (incapaz de ser herido), entonces habremos llegado a erradicar el amor de la vida humana. El amor implica capacidad de ser herido. El que ama se expone a que le hagan daño (es una experiencia personal tan universal como dolorosa).
»Así que, seguramente sin pretenderlo, el transhumanismo aboga por un futuro posthumano en el que el amor sea imposible. Pero entonces, ¿valdrá la pena vivir?
»Es precisamente aquello a lo que apunta el núcleo del cristianismo: un Dios encarnado por amor que en la fragilidad revela toda la omnipotencia de su majestad. El cristianismo (y creo que la mayoría de seres humanos con él), prefiere hombres de carne y hueso capaces de amar que androides robóticos invulnerables que no son capaces de conmoverse.
-En su investigación sobre antropología filosófica y bioética, ¿qué papel cree que debería desempeñar la educación y la filosofía en la formación de una crítica constructiva al transhumanismo? ¿Cómo pueden estas disciplinas ayudar a recuperar un sentido pleno de la humanidad y de su dignidad intrínseca?
-De su pregunta me parece interesante el adjetivo con que acompaña a "crítica": constructiva. Mi reflexión, tal como digo en las primeras páginas, no pretende ser un canto cínico y retrógrado contra las bondades del progreso, la ciencia, la medicina, la biotecnología y tantos impresionantes avances que la humanidad está realizando. Se trata siempre de orientar los avances: ¿qué buscamos con ellos?
»Es precisamente una de las preguntas filosóficas por excelencia: ¿y esto para qué? De ahí que una sana filosofía, al igual que una sana educación, pueden servirnos en esta tarea de orientar positivamente los avances. Porque, cuidado: ni la filosofía por sí misma, ni la educación por sí misma, suponen avances inmediatos. ¿De qué filosofía hablamos? ¿De qué educación? La educación no es un elixir que por sí mismo mejore al ser humano: hay un tipo de educación profundamente deshumanizante, y otra que rema en dirección contraria. La cuestión es por cuál de ellas queremos apostar.
-Frente a una cultura técnica que parece obsesionada con la eficiencia y la superación de los límites, ¿qué aspectos de la antropología y la teología cristianas considera esenciales para ofrecer una alternativa sólida al discurso transhumanista?
-La antropología cristiana propone la importancia del cuerpo: el cuerpo es templo de Dios. La escatología cristiana concibe una inmortalidad en este cuerpo concreto que habitamos; no una vaga inmortalidad del alma como pensaban los griegos (recomiendo releer el Cant Espiritual de Maragall). La teología cristiana, en definitiva, predica la encarnación de Dios: la salvación nos vino por la carne humana que asumió el Verbo.
»De ahí el mensaje profundamente positivo que se desprende para la materia en general y el cuerpo en particular desde el cristianismo. Esta valoración de la materia y el cuerpo es lo que parece haber olvidado el transhumanismo, renovando el antiguo gnosticismo que despreciaba la materia.