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Comunismo y capitalismo salvaje coinciden en una visión materialista del ser humano.

Comunismo y capitalismo salvaje coinciden en una visión materialista del ser humano.Jorge Salvador / Unsplash

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Desde hace algunas décadas hemos visto cómo, en la mayor parte de Occidente, el horizonte económico se ha ido oscureciendo paulatinamente. Nuestros estados de bienestar, a medida que nos proporcionan placeres, entretenimiento, comodidades y hasta nuevos derechos (tan inmorales como absurdos), han ido limitando nuestra libertad y mermando nuestro patrimonio (tanto cultural como material) preparándonos para la amenazante predicción No tendrás nada y serás feliz que se hiciera en 2016 en el Foro Económico Mundial.

Ante esta situación desalentadora, no pocas personas son seducidas por los gobiernos populistas de izquierda mientras que otros, que conocen bien los peligros del socialismo, se decantan por los gobiernos liberales que promueven el capitalismo salvaje como la solución a los problemas económicos y sociales. Sin embargo, tanto el comunismo y el socialismo como el capitalismo son regímenes anticristianos y por ende inhumanos. Como bien lo afirmase Solzhenitsyn, quien sufriera en carne propia la tiranía comunista: “Sin el toque del aliento de Dios, sin restricciones en la conciencia humana, tanto el capitalismo como el socialismo son repulsivos”.

Es tan evidente el carácter destructor del comunismo que en 1849, solo un año después de que Marx y Engels publicasen El Manifiesto Comunista, Pío IX, en su encíclica Nostis et Nobiscum, ya alertaba sobre dicha ideología que, oculta bajo apariencias seductoras, se proponía “el trastorno absoluto de todo orden humano”. En 1878, el Papa León XIII, en su encíclica Quod Apostolici Muneris, condenaba nuevamente el socialismo, entre otras cosas por predicar la igualdad absoluta, deshonrar y debilitar el vínculo matrimonial que mantiene la sociedad doméstica, impugnar el derecho a la propiedad sancionado por la ley natural y socavar la autoridad rebelándose a todo freno.

Aunque la nocividad del comunismo es evidente para muchos cristianos, los peligros del capitalismo, por ser mucho más sutiles, no son tan visibles. Sin embargo, el magisterio perenne de la iglesia ha condenado varios factores de los que depende el capitalismo tales como: la ambición desmedida, la avaricia, la usura, el abuso y el no pagar el salario justo al trabajador. Pues dicho sistema tiene como objetivo la acumulación de bienes y riquezas a cualquier precio, con lo cual promueve el imperio del más fuerte, la competencia descarnada, y el consumismo más abyecto y destructor. 

Ya Chesterton afirmó que: “Demasiado capitalismo no significa demasiados capitalistas, sino muy pocos capitalistas.”

Asimismo, al sustituir la ley moral natural (que debe regir todo intercambio económico) por la oferta que responde inmediatamente a la demanda en el capitalismo todo el mundo, como señalase Chesterton, parece estar completamente insatisfecho e incapaz de conseguir lo que quiere. Ya que el capitalismo antepone el beneficio al hombre y los bienes materiales a los bienes espirituales, lo cual fomenta la insatisfacción, la ambición y hasta la peligrosísima envidia, vicio que es ladinamente azuzado por los socialistas.

Tanto el capitalismo como el socialismo son sistemas materialistas que, al rechazar la trascendencia de la persona humana, promueven errores como el feminismo, la anticoncepción, el divorcio y el aborto. 

Pues, como afirma Chesterton: “Nunca se repetirá demasiado que lo que destruyó la familia en el mundo moderno fue el capitalismo. Sin duda podría haber sido el comunismo si el comunismo hubiera tenido la oportunidad. Pero, en lo que a nosotros respecta, lo que ha roto los hogares, fomentado los divorcios y tratado las antiguas virtudes domésticas con un desprecio cada vez más abierto es la época y el poder del capitalismo. Es el capitalismo el que ha forzado a un combate mortal y a una competencia mercantil entre los sexos. El que ha destruido la influencia de los padres en favor de la influencia del empleador; el que ha expulsado a los hombres de sus hogares para buscar trabajo. El que les ha obligado a vivir cerca de sus fábricas o de sus empresas en lugar de cerca de sus familias; y, sobre todo, el que ha fomentado, por razones mercantiles, un desfile de publicidad y de novedades chillonas que por su naturaleza implica la muerte de todo lo que nuestros padres llamaban dignidad y modestia”.

En los últimos años, el progresivo empobrecimiento de la clase media ha seguido su curso. Cada vez son más las familias que hacen malabares para llegar a fin de mes, pues el costo de vida es tal que cada vez menos padres de familia (aun profesionistas) pueden mantener honrosamente a su familia con un solo sueldo (cosa que hace algunas décadas era lo común). Ni que decir de comprar una vivienda o de la gran cantidad de adultos incapaces de independizarse y mucho menos de formar una familia.

Pero ¿qué podemos esperar de dos sistemas materialistas y ateos, que rechazan la ley de Dios y desprecian al ser humano? Ya en su encíclica Quadragesimo Anno, el Papa Pío XI advertía: “La libre concurrencia se ha destruido a sí misma; la dictadura económica se ha adueñado del mercado libre; por consiguiente, al deseo de lucro ha sucedido la desenfrenada ambición de poderío; la economía toda se ha hecho horrendamente dura, cruel, atroz" (n. 109). (...) "De un lado, la enorme masa de proletarios, y, de otro, los fabulosos recursos de unos pocos sumamente ricos, constituyen argumento de mayor excepción de que las riquezas tan copiosamente producidas en esta época nuestra, llamada del 'industrialismo', no se hallan rectamente distribuidas" (n. 60).

El remedio verdadero y definitivo a la injustica y miseria es el cristianismo que promueve un sistema económico justo y solidario que, en lugar de la lucha de clases, promueve la cooperación de clases; en lugar de centrarse en el capital, se centra en el hombre reconociendo que es un ser creado por Dios y para Dios; en lugar de fomentar los monopolios y las enormes corporaciones, fomenta el acceso a la propiedad privada a través de una economía basada en la doctrina social de la Iglesia.

Frente al perverso socialismo colectivista, la caridad cristiana. Frente al despiadado capitalismo individualista, la caridad cristiana. Como señalase León XIII en su gran encíclica Rerum Novarum: “Es la Iglesia la que saca del Evangelio las enseñanzas en virtud de las cuales se puede resolver por completo el conflicto, o, limando sus asperezas, hacerlo más soportable; (...) ella la que mejora la situación de los proletarios con muchas utilísimas instituciones; ella la que quiere y desea ardientemente que los pensamientos y las fuerzas de todos los órdenes sociales se alíen" (n. 12).

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