Un libro que combina historia, polémica, análisis y un relato profundamente anclado en la fe
Gullo publica «Lepanto»: así es como la Cristiandad enloqueció tras su mayor triunfo contra el islam

Un civil celebrando la victoria cristiana de 1571 sobre los turcos, en las icónicas "Morismas de Guadalupe" que se celebran cada año en Zacatecas (México) y que Gullo menciona en "Lepanto".
7 de octubre de 1571. Rondaban las cuatro de la tarde y las flotas cristiana y otomana llevaban en torno a cuatro horas en una sangrienta batalla de Lepanto que decidiría la propia supervivencia de la Cristiandad.
Dicen los relatos que “la mar y el fuego” eran todo uno y que, aquel día, “el mar se tiñó de rojo”: 8.000 cristianos y más de 30.000 musulmanes cayeron en Lepanto, contienda a la que Cervantes, presente en la batalla, se referiría como “la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros”. 454 años después, el escritor Marcelo Gullo -archiconocido por su trilogía Madre Patria- rememora este momento épico con “Lepanto. Cuando España salvó a Europa”, el último de sus libros publicados con Espasa y que sale a la venta este 1 de octubre, a tan solo una semana de la efeméride bélica.
Sin embargo, la batalla que se recuerda es solo una parte de lo que el lector podrá captar en las páginas de Lepanto. Un libro en el que el escritor de Rosario (Argentina) muestra sus cartas desde el principio y no esconde unos planteamientos teóricos que seguro serán considerados polémicos por muchos. La misma publicación del libro tiene lugar, según sus propias palabras, “cuando el Viejo Continente sufre una invasión silenciosa protagonizada por el mismo poder que España detuvo en Covadonga y en Lepanto”.
Asimismo, en Lepanto, Gullo no duda en confrontar -como en el pasado- “el veneno endofóbico”, el relato del odio occidental a lo occidental o el rechazo a la épica y trascendencia que guiaban a muchos de los héroes del pasado. Mientras, no es raro leer contundentes definiciones cargadas de incorrección política, como cuando se refiere a la “idealizada” Al-Ándalus como “un régimen de apartheid y terror que mantenía discriminados a los cristianos e imponía el sometimiento absoluto de la mujer a los varones de su familia”.

"Lepanto. Cuando España salvó a Europa", última publicación de Marcelo Gullo.
El autor llega a apuntar directamente a una alianza woke e islamista contra el hombre blanco, pues “tanto los cristianos de Europa como los hindúes de la India fueron víctimas del esclavismo árabe”. Acusa así a un “wokismo proislámico” y hegemónico en las universidades que, mientras considera al hombre blanco como culpable de todos los males”, olvida que “paradójicamente, los árabes, los mejores aliados de los negros en los movimientos tercermundistas y antioccidentales, fueron los más grandes esclavistas del mundo”, dice citando al sociólogo marxista Juan José Sebreli.
La dialéctica rebosa en esta última obra de Marcelo Gullo. Por un lado, hace retumbar los postulados woke, progresistas, islamistas, negrolegendarios e incluso del feminismo moderno, como se lee en algunas de sus conclusiones. Mientras, por otro, también enfrenta y refuta las crecientes tesis identitarias y racialistas que sitúan al mismo Gullo como representante de un “Globalismo hispanchista”, que sería según sus detractores, más peligroso si cabe para Occidente que el islamismo.
Sin embargo, no todo en Lepanto es confrontación ideológica. De hecho, uno de los aspectos que historiográficamente lo distinguirán de otras publicaciones es el del análisis y desarrollo de cómo la Cristiandad celebró con júbilo la victoria cristiana en todo el orbe, incluso los máximos exponentes de la herejía protestante.
Primeros clamores de la victoria en Lepanto
La descripción de la celebración comienza en el vertiginoso relato, donde apoyándose en fuentes primarias, describe uno de los últimos instantes de la batalla: “Los cristianos estaban agotados, pero cuando recibieron la orden de su jefe, que combatía al lado de ellos como uno más, se arrojaron sobre los jenízaros que defendían la Sultana con un ímpetu sobrehumano, como movidos por una fuerza trascendente. Parecía que la diosa fortuna había vuelto la espalda a los musulmanes y que comenzaba a sonreírle a los cristianos”.
Poco después, continúa, un soldado español desconocido clavó la cabeza de Ali Pasha en un pico y comenzó a agitarla para anunciar la victoria. En preciso momento comenzó una de las celebraciones más universales de la historia, cuando “resonó en las nubes un clamoroso vocerío de la galera de don Juan y las capitanas de su séquito, y la palabra victoria iba extendiendo sus ecos por todo el centro cristiano. Se arrió entonces el estandarte del profeta y, en su lugar, se enarboló victoriosa la bandera cristiana, en cuyo centro se encontraba la cruz, que parecía resplandecer más que nunca”.
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Temor y pánico en Constantinopla
Las primeras noticias de la victoria cristiana no tardaron en llegar a Constantinopla, causando un auténtico caos en el corazón del imperialismo turco.
En ese momento, escribe Gullo, los musulmanes entraron en pánico, temiendo el ataque inminente de los cristianos. Los que ahora temblaban de miedo eran los mismos que festejaron el asesinato de los varones y la violación de las mujeres de Nicosia y Famagusta. Sin embargo, ahora, ni siquiera el sultán Selim II se sentía a salvo.
El pánico dio paso a la locura entre los musulmanes de Constantinopla, que “solo pensaban en huir” de la temida flota cristiana, y “rogaban a los cristianos que, una vez se hubiesen apoderado de la ciudad el ejército coaligado, les dejasen vivir”.
Gritos ensordecedores en Venecia
Mientras en Constantinopla los cristianos se permitían celebrar y soñar con revueltas victoriosas, en Venecia las calles se desbordaban por multitudes que se dirigían a la plaza y catedral de San Marcos, donde “se cantó un solemne tedeum, se celebró una misa en acción de gracias y, de manera espontánea, la plaza se fue llenando de una multitud jubilosa […] dando comienzo a una semana de fiestas ininterrumpidas”.
El júbilo y la celebración fue tal que no era extraño ver carteles en tiendas con la inscripción “cerrado por la muerte del turco”, mientras que las campanas tañían continuamente y las autoridades daban comienzo a “improvisados festejos que precederían a una celebración más pausada y con fuerte contenido simbólico”.
El día 31 del mes de la victoria, Juan de Austria llegó al puerto de Mesina y al día siguiente, hizo su entrada triunfal entre música y “gritos ensordecedores”.
“Todo parece poco para festejar al héroe de Lepanto, al cual en el mismo muelle se le ofrece un regalo y treinta mil escudos, que don Juan […] reparte entre los hospitales y soldados heridos de la armada […]. Durante tres días siguen sucediéndose las fiestas [y las autoridades] decretan la erección de una estatua de bronce dorado, con la figura de don Juan y una inscripción en latín evocadora de su condición de soldado de Cristo y brazo de la voluntad de Dios: et metu quem hostibus immisit, Christo Semper aupice, Rempublicam Christianam Liberabit, anno MDLXXI”.
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José María Carrera
La fiesta en Roma desbordó a las autoridades
Gullo refleja que el júbilo y celebración no fueron menores en la Ciudad Eterna. Cuando el pueblo de Roma tuvo constancia de la victoria, también las fuentes atestiguan que la fiesta que se desató de forma espontánea desbordó por completo a las autoridades.
Mientras los sacerdotes celebraban misas y “las iglesias se colmaron de una multitud nunca antes vista que, de rodillas, daba gracias a Dios por el triunfo”, nobles y pueblo llano organizaban fiestas en sus casas y cantaban su alegría por las calles.
La entrada triunfal tras la victoria no se limitó a Juan de Austria. También hizo lo propio el almirante y general Marco Antonio Colonna, cuando el 4 de diciembre y a lomos de un caballo blanco, como hacían los antiguos generales romanos, hizo su entrada en Roma.
“Le seguía un cortejo de 4.650 personas, que desfilaron mostrando los trofeos arrancados al enemigo, ciento setenta turcos encadenados, y, por último, los estandartes otomanos arrastrados por el suelo […]. Vitoreado por la multitud, cruzó el Foro y discurrió por las calles de la ciudad hasta llegar a las puertas de San Pedro, donde fue recibido por Pío V, el sacro colegio cardenalicio y el patriciado romano”.

El historiador argentino Marcelo Gullo publica este 1 de octubre "Lepanto. Cuando España salvó a Europa".
El pueblo estalla de alegría en España
Semejante reacción desencadenó la noticia en España. Y es que, con su llegada a Granada, Sevilla, Córdoba, Barcelona o Madrid, “el pueblo estalló de alegría e inundó las calles y las iglesias para dar gracias a Dios”.
En Europa, "la Cristiandad pareció reconciliarse"
Especialmente significativa es la consideración de Gullo por una celebración que no se limitó a la Cristiandad, sino que también las ciudades y enclaves protestantes celebraron como los que más la victoria cristiana.
Tanto fue así que, según el historiador, “de repente todos los cristianos parecían haberse reconciliado”. Gracias a la alegría de la victoria contra el viejo enemigo musulmán, continúa el escritor, “la Cristiandad se unió, aunque solo fuese por un instante, y parecía que la conciencia cristiana era más poderosa que la conciencia nacional naciente”.
Por ello, no fue raro ver a la reina Isabel I encabezar buena parte de las celebraciones o que, cuando la noticia llegó a Londres, el pueblo saliese a las calles entre fiestas y fuegos artificiales pagados del bolsillo de la misma reina.
Públicamente, la batalla de Lepanto fue celebrada en toda Europa, incluso por los intransigentes hugonotes y por los fundamentalistas protestantes de Escandinavia y las islas británicas. En todas las ciudades de Europa comenzaron a publicarse numerosos textos celebrando la victoria de la Cristiandad frente al turco”, se lee en “Lepanto. Cuando España salvó a Europa”.
Ciudades iluminadas en América por orden del rey
La “inmensa alegría” que por el triunfo se mostró en el Viejo Continente no trascendió al Nuevo Mundo. De hecho, toda la América española festejó igualmente la victoria de la Liga contra el poder mahometano y durante días se iluminaron las ciudades de Cuzco, Lima, Quito, Bogotá, Guadalajara y México.
Unas celebraciones que provenían de la misma autoridad del monarca Felipe II, que el 26 de diciembre de 1571 envió cédulas a los virreyes, audiencias y cabildos seculares de las ciudades más importantes de América, así como a los obispos de las diócesis indianas y a las órdenes religiosas, para que procediesen a festejar el triunfo de la Monarquía Hispánica en Lepanto.
Unos festejos que fueron especialmente “impresionantes” en la ciudad de Cuzco, en la Semana Santa de 1572, sirviendo además para incrementar la unión de los españoles con la nobleza inca que residía en la ciudad.
“Los indios, recientemente convertidos al catolicismo, sintieron como suyo el triunfo contra el islam”, subraya Gullo. Para el rosarino, resulta “emocionante y conmovedor” no solo que en los festejos participaran juntos peninsulares e indígenas, sino que en algunas ciudades de México las celebraciones conjuntas hayan durado hasta el día de hoy. Muestra de ello es Zacatecas, donde se desarrolla un “colorista desfile” en el que “los participantes llevan arcabuces y se disfrazan con cascos, turbantes y armaduras”.
Representación de las morismas de Guadalupe, celebración en Zacatecas (México) de la victoria de Lepanto a más de 450 años de la histórica batalla.
Gullo concluye subrayando cómo tanto en Europa como en Hispanoamérica “se vitoreó hasta el delirio el nombre de Juan de Austria”. Y si esto fue así, escribe, solo era posible por un motivo:
Sin galeras para protegerlas, “las flotas otomanas se habrían apoderado primero de Creta y luego del resto de las posesiones venecianas en el Adriático, para después la propia Venecia. Todas las islas importantes del Mediterráneo occidental —Malta, Sicilia, las Baleares…— habrían caído una a una y la misma Italia, sin la protección de las escuadras españolas de Nápoles y Sicilia, habría caído más tarde en manos turcas”. De haberse producido una derrota cristiana, concluye el escritor argentino, la población europea sabía que esta habría abierto las puertas de Occidente a los turcos”.