

Que los comunistas mataron a los 7 obispo greco-católicos de Rumanía en los años 50 es cosa segura, pero 60 años después aún no se han encontrado algunos de sus cadáveres. Las autoridades actuales tampoco buscan con entusiasmo.
El historiador e investigador Gheorghe Petrov explica en el interesante y terrible libro La tortura del silencio (de Guido Barella, en español en Rialp) que “no se sabe el lugar exacto de la sepultura de tres de ellos; se sabe sólo que sus cuerpos fueron enterrados en lo que se llamaba el Cementerio de los pobres de Sighet, pero el sitio sigue siendo desconocido”.
Una iglesia pujante que los comunistas atacaron
Al acabar la Segunda Guerra Mundial, los católicos de rito griego o bizantino de Rumanía eran quizá un millón y medio, organizados en cinco diócesis, con unos 1.600 curas –la mayoría casados y con hijos, conforme a la costumbre oriental- y 1.700 parroquias. Era una Iglesia viva y pujante, plenamente unida a Roma desde 1698.
“En octubre de 1948, las autoridades de la Rumanía comunista, junto con la jerarquía ortodoxa, terminaron con la existencia jurídica de la Iglesia greco-católica. Fue una decisión tomada siguiendo órdenes de Moscú, en función de un proyecto minucioso que tenía como objetivo separar del Vaticano a todos los países que, tras la guerra, quedaban bajo la influencia de la URSS”, explica Petrov.
Los comunistas utilizaron a la Iglesia ortodoxa local como una herramienta. El primer paso, en 1948, fue animar a los sacerdotes grecocatólicos a pasarse a la Iglesia ortodoxa: lo hicieron tan sólo 38.
Después, ese mismo año, la Iglesia Ortodoxa declaró disuelta a la Iglesia greco-católica y lo celebró con una gran misa “de reunificación”, todo auspiciado por las autoridades comunistas. A continuación, los comunistas repartieron los edificios y bienes grecocatólicos: parte para el Estado comunista, parte para la dócil y amedrentada Iglesia Ortodoxa local.
Sala 13 del memorial en Sighet, la antigua cárcel comunista; en esta sala se explica la persecución comunista contra los cristianos
De confiscar a encarcelar y matar
Tras las confiscaciones, llegó la persecución física ese mismo año de 1948: cientos de clérigos grecocatólicos fueron detenidos. Les presionaron para que se hicieran ortodoxos, pero casi ninguno cedió.
Primero los encerraron en monasterios ortodoxos bajo vigilancia, como “huéspedes”. Ya en 1950 pasaron a los obispos a la horrenda prisión de Sighet.
Con los obispos encarcelados, la Nunciatura vaticana en Bucarest procedió a ordenar rápidamente a 6 nuevos obispos: Alexandru Todea, Titu Liviu Chinezu, Ioan Chertes, Juliu Hirtea, Ioan Ploscaru y Ioan Dragomir. Las autoridades comunistas los localizaron pronto y los encarcelaron. Pero algunos de estos obispos más jóvenes sobrevivieron a su encarcelamiento y, una vez fuera de prisión, formaron una eficaz red clandestina de sacerdotes grecocatólicos.
Lista de víctimas en la cárcel de Sighet: de 200 internos, murieron 54; se cerró en 1955 porque Rumanía entraba en la ONU y se necesitaba un lavado de cara
El obispo Suciu que no se escondía
En ese año de presiones de 1948, el obispo grecocatólico de Alba Julia, Ioan Suciu, predicaba así, en público, en su catedral de Braj: “Nos someteremos a las leyes pero no haremos nada contra nuestra fe. Y si nos preguntan: ¿de qué parte estáis, de parte del pueblo o de parte del Papa?, responderemos: de parte de Dios, para que ayude a este pueblo”.
Los historiadores hoy tienen numerosos informes de la inteligencia del régimen comunista, la temida Securitate, detallando cada homilía o discurso del obispo Suciu. En Pascua de 1948, por ejemplo, predicaba: “Una larga vida y la misma libertad no tienen significado cuando el número de cadáveres crece cada día y las cárceles y los campos de concentración están llenos de presos políticos”.
También tenemos acceso a las transcripciones de los interrogatorios a los que fue sometido por la Securitate. “¿Agitador? Sí, yo agito las conciencias para ponerlas en orden con Dios. No he predicado ni prediaré contra las autoridades, pero defenderé siempre a la Iglesia y la doctrina católica”, declaró en una de esas sesiones.
Lo detuvieron el 28 de octubre de 1948, reteniéndole primero en un monasterio ortodoxo y luego en la cárcel de Sighet. Murió a causa de las repetidas torturas físicas, en la celda número 44, el 26 de junio de 1953, después de 5 años de calvario. Se dice que murió en brazos del obispo Juliu Hussu y que los carceleros arrastraban su cadáver por las escaleras para que todos oyeran el truculento golpear.
Obispos en la fosa común
Este obispo Juliu Hussu también fue arrestado en 1948, enviado a un monasterio y luego a la cárcel de Sighet. Al cabo de unos años lo dejaron marchar, pero como organizó una misa solemne en la plaza de la Universidad de Cluj lo volvieron a encarcelar en 1956. Pablo VI lo nombró cardenal “in pectore” (en secreto) en 1969, algo que se supo sólo tras su muerte en 1973.
El obispo grecocatólico de Oradea, Valeriu Traian Frentiu, fue encarcelado en Sighet en 1950 y murió allí en 1952. Su cuerpo sin ataúd fue arrojado anónimo a la fosa común del Cementerio de los pobres.
A la misma fosa común fue arrojado el obispo Titu Liviu Chinezu, que de hecho había sido consagrado obispo en la mismísima cárcel de Sighet, a escondidas, por otro obispo allí detenido, el pastor de Lugoj, Ioan Balan.
Se sabe que Chinezu, cada vez que recibía presiones de las autoridades comunistas para que se pasase a la Iglesia Ortodoxa (donde estaría siempre vigilado, dócil y controlado por la Securitate) respondía con humor: “No entiendo cómo el gobierno de Bucarest, que hace profesión de ateísmo, es tan misionero de la Iglesia Ortodoxa”.
En enero de 1955 lo pusieron en una gélida celda sin ventanas, cuando la temperatura exterior era de 20 grados bajo cero. Murió el 15 de enero, probablemente de congelación.
Sighet: diseñada para matar de hambre
Conocemos muchos datos de la vida en Sighet por el obispo Ioan Ploscaru, que pasó 15 años en cárceles del régimen (4 en aislamiento) pero sobrevivió a todo y murió anciano, en 1998, con 87 años, y explicando los hechos con detalle en sus memorias “Cadenas y terror”.
“El mayor suplicio de la cárcel de Sighet era el hambre. La dieta alimenticia de esta prisión estaba calculada con mucho cuidado para que el detenido no muriese rápidamente sino gradualmente por el hambre. Los alimentos eran pocos y podridos”, escribió.
Sighet cerró como cárcel política en 1955: de los 200 reclusos que albergó en apenas 8 años, 54 murieron allí. Sighet cerró y hubo presos amnistiados porque ese año de 1955 la Rumanía comunista entraba en la ONU y le interesaba fingir un lavado de cara.