Viernes, 29 de marzo de 2024

Religión en Libertad

Su nuevo libro, «Los tesoros de la cripta», analiza varias películas religiosas

Prada: «En un cine auténticamente católico, el mal debe resultar atractivo. Si no, es puro buenismo»

Los Tesoros de la Cripta es el nuevo libro de Juan Manuel de Prada, una sugerente visión sobre el cine.
Los Tesoros de la Cripta es el nuevo libro de Juan Manuel de Prada, una sugerente visión sobre el cine.

Carmelo López-Arias / ReL

En su nueva comparecencia en las librerías, Juan Manuel de Prada habla de cine. Lo ha hecho con frecuencia, y no solo por escrito. Compartió muchas veladas televisivas invitado por José Luis Garci en ¡Qué grande es el cine! a mediados y finales de los 90, y luego dirigió en Intereconomía TV su propio programa, Lágrimas en la lluvia, donde una película servía para encabezar e ilustrar un debate. Ahora, en Los tesoros de la cripta, nos ofrece una muy personal aproximación a decenas de películas en buena medida "inaccesibles", escondidas al conocimiento común, pero de factura maestra o, cuando no, merecedoras del privilegio del rescate.


En la portada de Los tesoros de la cripta, una escena de El signo de la Cruz (1932), de Cecil B. DeMille.

El libro abarca todas las épocas y todos los géneros, y entre ellos incluye una pequeña pero valiosísima porción de películas de corte religioso: Los Diez Mandamientos, El Rey de Reyes, El signo de la Cruz, Lot en Sodoma, Los Novios, El Cristo prohibido, La noche del cazador, Un ángel pasó por Brooklyn, Teniente corrupto... Pero solo a La leyenda del santo bebedor, dirigida en 1988 por Ermanno Olmi e interpretada por ese Rutger Hauer en quien reconoce a uno de sus actores favoritos (no en vano su alegato final en Blade Runner inspiró su cine-fórum televisivo), concede Prada un título especial: "La más excelsa película católica jamás rodada". 
 
-No es pequeño elogio…
-Bueno, siempre hay una componente de hipérbole cuando escribes desde el entusiasmo...
 
-¿Cuál es la razón del entusiasmo?
-En la historia del cine ha habido grandes películas religiosas, como las de Dreyer, que no contienen nada contrario abiertamente al catolicismo, pero que no son católicas estrictamente. Mientras que La Leyenda del santo bebedor, basada además en la obra literaria de un judío, Joseph Roth, sí que lo es.
 
-¿En qué se aprecia?
- Tiene un ritmo, una estructura y una forma de narrar la historia muy contemplativa y por tanto favorece mucho la actitud religiosa cuando la estás viendo. Pero, además, la historia aborda el misterio de la gracia, su intervención en nuestra vida. Es católica incluso en la elección como protagonista de un pecador, algo que resulta problemático en muchos ámbitos puritanos, y hoy incluso entre los católicos.
 
-¿Por qué escandaliza eso?
-Hoy hay muchos católicos que ya no entienden cómo un Papa pecador puede hacer grandes cosas por la fe, o cómo un instituto religioso fundado por un pecador puede llegar a tener buenos frutos, o cómo la gracia divina puede intervenir a través de un pecador.

-Aquí el protagonista es un borracho…
-Un hombre alcoholizado y echado a perder, y que sin embargo una y otra vez es tocado por la gracia y una y otra vez, a pesar de sus claudicaciones, es elegido. La historia me parece muy Interesante como reflexión teológica. Demuestra una extraordinaria sensibilidad y es una película que, si entras en ella, la reconoces magistral y conmovedora. Y da mucho que pensar.


 
-¿Es religiosa toda película donde intervengan el mal, la culpa y la redención?
-Depende de cómo se logre la redención. Hoy en día hay un tipo de cine buenrollista, simpático, de superación personal, en el cual la redención se logra a través de buenos sentimientos, de medios humanos, siempre edulcorados y envueltos en un celofán emotivista.
 
-¿Habla usted de películas como Intocable?
-Sí, pero no solo. Francia se ha especializado en este tipo de cine que, lamentablemente, desde ámbitos católicos se elogia. A mí me repugna, sustituyen la religión por una purpurina de buenos sentimientos.
 
-Donde el mal real está ausente…
-Sí. No es que una obra de arte tenga que regocijarse con el mal ni regodearse en él, pero si a algo aspira el arte es a explicar una verdad humana, y evidentemente en la verdad humana está el mal. Contar historias (como a veces se hace incluso en el cine católico) en las que el mal ha sido eludido o donde se muestra más bien inoperante o inofensivo, y además es fácilmente vencido… es irreal. Tan irreal es un mal omnipotente, un mal contra el que el bien no tiene nada que hacer, como un mal que es fácilmente dominado o sojuzgado. Es una concepción totalmente falsa del mal.
 
-¿Cuál sería un abordaje católico correcto?
-Un arte auténticamente católico tiene que ser un arte dramático, un arte en el que haya un conflicto y donde el mal se enfrente con opciones de ganar a esa libertad imperfecta que tiene el hombre, que no siempre sale victoriosa, más allá de que tenga una asistencia divina. La exposición de ese conflicto forma parte del arte. Ese conflicto exige que el mal sea presentado como tal… ¡pero al mismo tiempo no puede ser solamente algo monstruoso y fácil de rechazar! Normalmente el mal suele ser algo muy atractivo, precisamente por eso nos hace claudicar. Castellani decía que Baudelaire era el más grande  poeta católico del siglo XIX, precisamente porque mostraba el mal como algo atractivo.


 
-Parece paradójico…
-Uno de los dramas del arte católico es que es un arte que ha tratado de suprimir el mal o las consecuencias del mal, o que muestra unas consecuencias del mal absolutamente almibaradas que nada tienen que ver con la realidad. Un mal muy fácilmente superable. Esto es empobrecedor y lo percibo en muchos productos religiosos o pretendidamente religiosos. Otras películas u obras literarias sí abordan estos temas con auténtico dramatismo y verdaderamente exponen un conflicto desgarrador donde la libertad humana se tiene que enfrentar al mal, con resultados unas veces mejores y otras veces peores… ¡y desde ámbitos católicos son sistemáticamente rechazadas porque se considera que son  pesimistas, o que son oscuras o que son simplemente no católicas!
 
-Pero ¿no hay un riesgo en exponer los atractivos del mal, de modo que puedan seducir al espectador, que tal vez los ignoraba?
-Indudablemente, uno no debe regodearse en el mal. Pero la realidad es que el mal, en la vida, se nos ofrece como algo difícil de resistir. Esta es una cuestión donde ética y estética se dan la mano. Tan poco ético sería que nos regodeásemos en el mal como que presentáramos el mal como algo fácilmente vencible. Una de las cosas que siempre me han llamado la atención es el empeño en que una película o una obra literaria católica tiene que ser optimista. Es un simplismo atroz, porque si uno ve, por hablar de literatura, a los grandes escritores católicos del siglo XX, desde Léon Bloy a Flannery O'Connor, verá que no son precisamente adalides del optimismo. Pero se está imponiendo la sustitución de un arte religioso por un arte moralista que confunde esperanza con optimismo y desesperanza con pesimismo. Antes se sabía diferenciarlas.
 
-¿Por qué ya no?
-En un determinado momento, en el ámbito católico se impone una sensibilidad un poco ñoña que tiende a rebajar las posibilidades del mal, hacer un mal demasiado  domesticado o demasiado romo, cuando la realidad es que es la tentación del mal es siempre muy fuerte.
 
-¿A qué "determinado momento" se refiere?
-Este problema ya lo ve Menéndez Pelayo cuando explica que La Celestina nunca fue prohibida por la Inquisición a finales del siglo XV, sino en el siglo XIX, cuando la Inquisición estaba llena de jansenistas, puritanos y meapilas. Los inquisidores antiguos consideraron que, aunque La Celestina muestra actos inmorales, también muestra los efectos del mal. Lo que sería inmoral es no mostrar los efectos del mal. Pero ocultar o dulcificar el mal también es inmoral.


 
-¿No tiene el arte una función didáctica?
-Edificar o enseñar a través del arte no me parece mal, pero sí poner el arte al servicio de una tesis preconcebida en la cual todo vaya por el camino que tú quieres. Eso me parece destructivo para las posibilidades de una obra de arte porque caería en la falsificación del mal, de la tentación, del conflicto humano, para mostrar solamente aspectos parciales de la naturaleza y de la vida y hacer, como le pasa a mucho cine religioso, obras empalagosas y buenistas.
 
-En Los tesoros de la cripta usted destaca que un gran maestro del cine religioso como Cecil B. DeMille sabía mostrar ese conflicto y enseñar a la vez...
-Me siento hermanado con él, en el sentido de que es un hombre muy religioso y también muy interesado por los pecados de la carne, dualidad que yo también he explorado en mis novelas. Todo su cine tiene una tensión muy fuerte entre una vocación ascendente espiritual y el  peso de la tentación de la carne, como en Los Diez Mandamientos. Él tiene un cierto componente puritano, protestante. Pero esa mezcla resulta muy atractiva. Una tensión parecida se encuentra en otra de sus obras más conocidas, Sansón y Dalila.



-¿Y cómo valora, desde esta perspectiva, el cine religioso español más clásico?
-El cine religioso español es muy conflictivo. Estoy pensando en Rafael Gil, con El canto del gallo, sobre un sacerdote que ha renegado y apostatado en un país comunista, o La guerra de Dios, desgarradora, sobre la cuestión social… Por citar dos películas de un gran maestro del cine religioso español. O Marcelino Pan y Vino, una película y obra literaria infantil que es terrible porque nos habla de la muerte de un niño, una muerte deseada por ese niño porque quiere morir para reunirse con Dios. O El Judas, de Iquino, sobre un hombre malvado que en la recreación de la Pasión de Esparraguera quiere ser Jesús y hace todo tipo de maldades para serlo, a veces terribles. El cine religioso español es muy problemático, muy dramático y a veces trágico.


 
-No es ésa la imagen que se presenta hoy del cine de esa época…
-La imagen que se da del cine español de esta época es falsa en todos los órdenes: un cine de cartón piedra, estereotipado, nacionalcatólico… Son etiquetas que no tienen nada que ver con la realidad. Naturalmente, tiene sus marcas de estilo propias de la época, como cualquier obra de arte. Pero es un cine con  mucha complejidad e interés, y especialmente el cine religioso, que no fue tan almibarado como algunos hacen creer.
 
-Ese tipo de cine ha desaparecido en los últimos cuarenta años…
-Ha habido directores que sí han tocado el cine religioso. Garci, de forma evidente en varias de sus películas: Canción de cuna, La herida luminosa, basada sobre la obra de Sagarra. Pero abunda más el cine no ya anticlerical sino antirreligioso. Que podría ser  interesante o considerable como acercamiento al “hecho religioso”, pero... es un cine mayoritariamente irreligioso, hasta extremos llamativos y casi enfermizos.


 
-¿Se aprecia, en el gran cine religioso de Hollywood, la mentalidad católica o protestante del director?
-En Estados Unidos la tradición es amortiguar las diferencias, de tal manera que el público interesado por las cuestiones religiosas pueda ver una película de este tipo, sea católico o protestante. Por un lado, por razones comerciales, pero también por la constitución del propio país, que busca no enfrentar a una comunidades con otras o, en el caso de una película, que no se convierta en una bandera o un arma arrojadiza.
 
-Como La Pasión de Mel Gibson…
-¡Una película marcadamente confesional!  Pero el caso de La Pasión de Cristo es muy interesadamente porque es desatadamente católica y quienes la recibieron mejor fueron ciertos protestantes. Fue paradójico y chocante. Desde algunos ámbitos católicos, sobre todo progresistas, se vio la película como muy ofensiva o desaforada. Lo cual invita a pensar.


 
-¿Mata el arte este temor a no molestar?
-En el cine clásico, cuando se hizo un cine religioso para no ofender a nadie, terminaba siendo un cine tontorrón, buenista.
 
-¿Piensa en algún título en especial?
-No quería dar títulos… No sé, Las campanas de Santa María… Son películas bonitas, pero donde la cuestión religiosa queda diluida en algo costumbrista. Con la peculiaridad de que en Estados Unidos hay una presencia de lo religioso, en su sentido más amplio, que no tiene por qué traducirse en cine religioso, y que aquí es impensable. Capra o Ford nunca hicieron cine religioso, pero lo religioso está imbricado en las historias que cuentan. Ambos eran católicos e indudablemente en sus obras hay huellas de catolicismo: en Ford, su exaltación de la vida comunitaria; en Capra, su aversión al capitalismo calvinista. Son rasgos muy católicos. Pero nunca hicieron cine religioso.


 
-Curioso…
-¡Es una cuestión muy interesante! Que el cine religioso ya sea solo concebible como género indica que la fe se ha convertido en un negociado de la vida. Hoy es inconcebible una película que, no siendo religiosa, se perciba en ella una visión católica de la vida. Esto no ha desaparecido, pero es residual, mientras que en la época del cine clásico era muy habitual.

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