Viernes, 29 de marzo de 2024

Religión en Libertad

«Dos españoles en la historia» está expuesta en la Biblioteca Nacional de Madrid

Cuando la fe es ocultada en grandes exposiciones: el caso de Menéndez Pidal y del «Cid Campeador»

Cuando la fe es ocultada en grandes exposiciones: el caso de Menéndez Pidal y del «Cid Campeador»
Menéndez Pidal, en el centro, junto a Charlton Heston durante el rodaje de la película El Cid (1961)

Alfonso V. Carrascosa / ReL

En pleno Bienio Pidaliano 2018-2019, durante el cual se conmemora el 150 aniversario del nacimiento de Ramón Menéndez-Pidal, se celebra en la Biblioteca Nacional de España  importante exposición titulada Dos españoles en la historia: el Cid y Ramón Menéndez Pidal, en la que se exhibe el original del mundialmente conocido Poema del Mío Cid, uno de los primeros libros escritos en español, de autoría anónima.

Una vez más se ensalza la figura de Menéndez-Pidal y su categoría científica, el valor del Cantar del Mío Cid, evitando destacar un aspecto de vital importancia: que tanto Menéndez-Pidal como el Cantar del Mío Cid rezuman fe católica por todos los poros de su piel. Este hecho, lejos de ser anecdótico, es por el contrario muy importante, porque no es baladí que el que probablemente deba ser considerado el filólogo o lingüista español más importante de todos los tiempos era persona de profundas convicciones religiosas.

Pionero en el estudio del Cantar del Mío Cid

Fue además el que primero estudiara en profundidad el Cantar del Mío Cid, libro que pone de manifiesto no sólo las sólidas creencias católicas del héroe legendario, sino también los avatares en los que se encontró inmerso por defender dicha fe frente al Islam.

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De Ramón Menéndez Pidal (1869-1968) diría Jon Juaristi: “La figura de Ramón Menéndez Pidal, que, sin demasiada exactitud, se definió él mismo en alguna ocasión como ‘uno del noventa y ocho’, encabezó las iniciativas fundamentales de la cultura española durante casi tres cuartos del siglo XX, no sólo en el ámbito de la lingüística, la historia literaria y la historiografía, sino también en el de la literatura de creación.

»Sin Menéndez Pidal no habríamos tenido un medievalismo digno de tal nombre, desconoceríamos o conoceríamos muy mal la historia de las lenguas peninsulares (no sólo la del español); las obras de Américo Castro (su secuaz díscolo) y, en buena parte, la de Ortega habrían resultado gravemente mermadas y, desde luego, la Generación del veintisiete no habría dado sus extraordinarios frutos ni en la poesía ni en la crítica. No fue un nacionalista deprimido ni belicoso. No necesitó serlo: español y liberal de una pieza, hizo suya la ética del trabajo auspiciada por los institucionistas y no escogió mal sus modelos históricos (ante todo, Alfonso X, el rey Sabio (rey católico confeso, por cierto), creador del primer laboratorio humanístico occidental, acorde con su proyecto de un Renacimiento en lengua vulgar que se adelantó en más de dos centurias a las versiones vernáculas europeas de la vuelta a los clásicos).

»Si su obra fue manipulada por un nacionalismo con vocación totalitaria, es asimismo innegable que constituyó una referencia primordial para la reconstrucción de una razón ilustrada, auténticamente nacional y democrática durante los años del franquismo, más fecundos de lo que suele reconocerse gracias a esforzadas empresas individuales o familiares como la que don Ramón sostuvo a lo largo de tres décadas que permitieron restablecer la continuidad con lo mejor de la cultura española anterior a la guerra civil”.

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Una figura cultural de primer nivel

Este coruñés de nacimiento, hijo de asturianos, ovetense de adopción, se castellanizó en el Instituto Cardenal Cisneros de Madrid, y fue discípulo de nada menos que Marcelino Menéndez Pelayo. Desde 1899 y hasta que se jubiló en 1939 fue catedrático de Filología Románica de la Universidad de Madrid. En 1900 se casó con María Goyri, y de su matrimonio nacieron tres hijos, Jimena Menéndez Pidal fue uno de ellos. En su viaje de novios descubrieron ambos la persistencia del Romancero español como literatura oral y empezaron a recoger muchos romances en sucesivas excursiones por tierras de Castilla la Vieja. También lo hizo con posterioridad en Hispanoamérica. Electo para la Real Academia Española en 1901, su maestro Menéndez Pelayo pronunció su discurso de acogida. En 1925 sería elegido presidente de dicha institución, cargo que ocuparía hasta la Guerra Civil.

Fue nombrado Presidente del Comité Directivo de la Residencia de Estudiantes, al fundarse en 1910, así como Director del Centro de Estudios Históricos desde su fundación, y en 1926  vicepresidente primero de la Junta de Ampliación de Estudios. Todas estas instituciones estaban al menos en parte relacionadas con la Institución Libre de Enseñanza, ideario que Menéndez Pidal conocía y compartía.

Durante su exilio tras la Guerra Civil, estuvo en Francia, Cuba y Estados Unidos, donde impartió cursos, escribió la Historia de la lengua Española, obra póstuma publicada sólo en 2005. También realizó estudios históricos muy interesantes sobre gramática. Su actividad en el Centro de Estudios Históricos creó escuela, en la que se incluyen filólogos de la talla de  Tomás Navarro Tomás, Américo Castro, Dámaso Alonso, Rafael Lapesa y Alonso Zamora Vicente. Sufrió represalias del gobierno republicano, que le cesó como director del Centro de Estudios Históricos, y persecución por el gobierno de Franco.

Menéndez Pidal, un católico devoto

Sobre la religiosidad de Ramón Menéndez Pidal, transcribo literalmente el contenido de un artículo de Lago Carballo: “Pérez Villanueva habla de que la muerte del doctor Marañón, a quien don Ramón quería y admiraba tanto, le impresionó por la religiosidad con que su amigo afrontó su muerte. En una conversación con Xavier Zubiri, don Ramón le declaró: ‘Yo he de morir cristianamente y en el seno de la Iglesia’”.

Y hay otro significativo testimonio: el del P. Llanos en una carta al P. Errandorena: “Yo he tenido el enorme consuelo de confesar y dar el Santo Viático a nuestro común amigo don Ramón, que había pedido se le dijera una misa en su habitación, y solicitó expresamente la absolución y la Extremaunción, que le administró el padre Ramón Ceñal”. Por su parte, Julián Marías ha contado como un día, en los últimos años de don Ramón, éste le preguntaba por la otra vida y concretaba su interés en esta conmovedora interrogación: “¿Cree usted, Marías, que podré ver a los juglares?”.

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María Goyry, también una persona de fe

En un buen número de los intelectuales del primer tercio del siglo XX, que pusieron en marcha el desarrollo científico que llega hasta nuestros días, se da la circunstancia de que se trataba de personas profundamente católicas. Tal es el caso de María Goyri (1874-1954), que es definida en Wikipedia como “…una literata, investigadora, profesora, defensora de los derechos de la mujer”. Hija natural de Amalia Goyri, se casó nada menos que con Ramón Menéndez Pidal. Se la tiene por la primera universitaria española, que asistió durante años a clase tan sólo como oyente porque no la permitían matricularse.

Espido Freire dijo de ella “…era la primera mujer universitaria de la época contemporánea, antigua alumna de la Institución Libre de Enseñanza, una defensora acérrima de los derechos de la mujer y una magnífica pedagoga. Una mujer singular en un tiempo en el que florecían muchas mujeres admirables que fueron luego borradas por el tiempo, la guerra y la memoria selectiva”.

En un reciente estudio, al hablar de la época, y concretamente de la Residencia de Señoritas, comenta su autora:

»Gracias a la colaboración del Instituto Internacional y al hecho de ser un organismo de la Junta para Ampliación de Estudios, la Residencia de Señoritas se convirtió en un verdadero foco de cultura femenina durante sus años de vida. Todas las vanguardias de los años veinte encontraron eco entre sus paredes. Las intelectuales, poetas o escritoras de aquella época pasaron de una forma u otra por la residencia: Ernestina de Champourcin, Concha Méndez, María Zambrano, Gabriela Mistral (Premio Nobel de Literatura posteriormente), Carmen Conde, María Goyri y María Moliner, por no hablar de Victoria Kent, la mujer que durante muchos años fue la que más alto logró llegar en la vida política española (Directora General de Prisiones). /…/

De Maria Goyri, conferenciante y colaboradora habitual de la residencia, afirma Antonina Rodrigo que iba a misa a las seis de la mañana y nadie en la casa lo advertía, pues era absolutamente reservada en sus asuntos espirituales…

En la Biblioteca de la Residencia no existía demasiada capacidad de elección, pues los libros que debían leerse estaban más o menos decididos de antemano. Entre ellos cabe destacar las obras de Santa Teresa de Jesús.

Según testimonio de Eulalia Lapresta, encargada de la biblioteca entre 1922 y 1928, la literatura ascética y mística de la santa abulense, junto con la de otros clásicos españoles como Tirso, Calderón, Lope de Vega, Cervantes, Concepción Arenal, Rosalía de Castro o Sor Juana Inés de la Cruz, eran los libros más consultados por las residentes. Ya se tratara de lecturas libres u obligatorias, hay que concluir que, o bien eran ejemplos evidentes de literatura cristiana, o, desde luego, no contrarios a sus planteamientos esenciales.

Otro testimonio al respecto de su religiosidad, esta vez de su propio esposo, es el siguiente: “…carta de don Ramón al P. Errandonea, amigo suyo desde que se conocieron en Oxford en 1922, en la que le agradece el pésame por la muerte de su esposa, doña María: ‘Ella, de ánimo tan austeramente religioso, sufrió, con ejemplar resignación, la larga enfermedad de crueles padecimientos (…) dejándonos consoladora edificación’”.

Se ha dicho no pocas veces que el Renacimiento, y el posterior desarrollo científico, tuvo lugar entre otras cosas gracias al trabajo anterior de bastantes científicos católicos y de la fundación de las universidades por parte de la Iglesia Católica.

En el caso de María Goyri ocurre algo similar respecto a la denominada Edad de Plata de la Cultura Española –inicio del siglo XX, hasta la Guerra Civil- y al desarrollo de los derechos de la mujer: tuvo lugar gracias a la concurrencia de no pocos católicos y científicos, como María Goyri que, ante el rechazo a lo católico por la mentalidad laicista de la época que le tocó vivir, debió practicar su piedad a escondidas, probablemente para no ser rechazada por los mismos que se tenía por liberales y modernos.

Dedicó toda su vida a la investigación, fue profesora del Instituto Escuela fundado por la Institución libre de Enseñanza. No le importó en muchos casos no firmar publicaciones en cuyo trabajo había participado, cediéndole así el protagonismo absoluto a su marido.

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La hija de Menéndez Pidal, pionera y católica

No parece mal momento para traer a colación la vida de una mujer extraordinaria, de profundas convicciones religiosas, Jimena Menéndez-Pidal (1901-1990), hija de un matrimonio de científicos católicos españoles, precisamente Ramón Menéndez-Pidal y María Goyri.

El diario El País publicaba en 2009 un artículo calificando de vanguardista al colegio que nuestro personaje fundara en 1940, el Colegio Estudio de Madrid, que Navidad tras Navidad sigue celebrando desde su puesta en marcha el Auto de Navidad que Jimena compuso para presentar la vida de Jesucristo a los alumnos, obra construida por Jimena en la que se insertan textos del Arcipreste de Hita, Gómez Manrique, Juan del Encina, Fray Luis de Granada, San Juan de la Cruz, Góngora, Lope de Vega, y de otros poetas. Comenta Lago Carballo en su magnífico artículo La religiosidad de Jimena Menéndez-Pidal, que el Auto concluía con la anunciación del Calvario que sufriría el Niño Jesús, pero Jimena terminó añadiendo una escena final en la que se habla de la Resurrección,  y que acompañando al coro, todos los niños actores y actrices cantaban El Mesías de Haendel.

Espido Freire dijo de Jimena que “pronto comenzó a impartir clases en el Instituto Escuela y a investigar en las posibilidades pedagógicas del teatro y de los títeres que acercaran a los niños a sus propias emociones, y para enseñarles literatura, sobre todo las obras populares…”.

Alumna de Giner de los Ríos, Jimena fue una pedagoga que buscó siempre la innovación en las técnicas docentes, sin renunciar nunca a su fe católica. Evocando la figura de Giner y recordando las últimas clases que le escuchó, Jimena llegaría a escribir: “Siempre he llevado conmigo la riqueza de penetración en aquel sondear el Padre Nuestro como oración universal”.

En 1973 Jimena fundaría “Amigos del Monasterio de Monjas Cistercienses de Buenafuente de Sistal”, en Guadalajara.

Más tarde, en una eucaristía, el capellán del monasterio, don Ángel Moreno, diría de ella: “…una mujer enamorada de la tarea de educar y de transmitir los valores más necesarios para formar en cada niño un hombre abierto a la verdad, sensible al arte, capaz de valorar la naturaleza, el trabajo artesano, el propio cuerpo y la dimensión trascendente de la vida”. Brindó una activa colaboración en la Comisión de Liturgia que actualizó los textos del Leccionario tras el Concilio Vaticano II.

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¡Y qué decir sobre el Cantar del Mío Cid!

Rodrigo Ruy Díaz de Vivar nace en España el año 1043 y muere el 10 de  julio de 1099. Los moros lo llamaban ‘Cid’,  del árabe ‘Sayyid’, que significa amo o señor. En 1074 se casa con Jimena Díaz, hija del Conde de Oviedo, con quien tiene tres hijos. Entre tantos héroes sólo él alcanzó fama y reputación europea.

A Rodrigo Díaz de Vivar se le aparece en sueños el arcángel San Gabriel. Además, para evitarles peligros, deja a su esposa e hijas bajo el amparo del abad Sancho del monasterio de San Pedro de Cardeña, e inicia una campaña militar acompañado de sus fieles en tierras no cristianas, conquistando a los musulmanes Castejón y Alcocer, aunque el Cid mantenga a la vez buenas y amistosas relaciones con muchos musulmanes, como su aliado y vasallo Abengalbón, que refleja el estatus de mudéjar (los “moros de paz” del Cantar)o la comunidad hispanoárabe, de origen andalusí, habitual en los valles del Jalón y Jiloca por donde transcurre buena parte del texto.

Como narra el padre Carlos Miguel Buela IVE, ya en su juventud, a los dos años de su matrimonio, lo encontramos que con doña Jimena donó dos medias villas y algunos solares al monasterio de Silos, el 12 de mayo de 1076, “por la salvación del cuerpo y alma propios y de sus padres”, como contribución “a las luminarias de la iglesia, para la acogida de los huéspedes y  limosna de los peregrinos y para sustentación de los monjes y en ayuda de los  siervos de Dios que viven en el monasterio…”.

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El Cid y su componente religioso

Los desafíos y juramentos, que envía al rey Alfonso el año 1089 los cierra invocando el juicio de Dios: “Si miento, Dios me entregue en tus manos para que hagas de mi lo que quieras; en caso   contrario, Dios, que es juez justo, me libre del falso desafío”. Antes del combate Rodrigo oraba devota e insistentemente invocando el nombre de Jesucristo y pidiéndole el favor divino para sus hombres; así nos consta que lo hizo antes de la batalla de Cuarte. En los dificilísimos momentos que  preceden a la batalla de Bairén anima a sus hombres asegurándoles que “hoy Nuestro Señor Jesucristo pondrá a nuestros enemigos en nuestras manos y en nuestro poder”. Después de la victoria tanto Rodrigo como los hombres de su mesnada “dieron gloria a Dios con toda la devoción de su alma por   la victoria que el mismo Dios les había concedido”.

Conquistada Almenara el año 1097, tras tres meses de asedio, la primera disposición de Rodrigo será ordenar “allí la construcción de un altar y de una iglesia para el Señor en honor de la Santísima Virgen María". En el asedio de Murviedro, que sigue a la conquista de Almenara, la Historia Roderici presenta a Rodrigo orando al Señor con las manos extendidas hacia el cielo con la siguiente oración: “Oh Dios eterno, que conoces todas las cosas antes que sucedan y a quien ningún secreto se oculta, tú sabes, ¡oh Señor!, que no quisiera volver a Valencia antes   de haber asediado y domeñado Murviedro, y una vez domeñado por la fuerza de la  espada con el auxilio de tu poder, y tomado, poseído por donación tuya y sometido a nuestro poder, yo te haré celebrar allí a ti, oh Dios, una misa cantando tus alabanzas”. Habiendo capitulado Murviedro, el Campeador entró en la fortaleza y, en cumplimiento de su promesa, “inmediatamente ordenó con ánimo devoto celebrar en ella una misa y ofrecer un obsequio en el  ofertorio de la misma. Hizo también construir allí una iglesia de San Juan de admirable fabrica”,  en honor del santo del día, puesto que la entrada en Murviedro tuvo lugar en la   festividad de San Juan Bautista.

La restauración religiosa del Campeador

En Valencia el Campeador dedicó una atención especial a la restauración religiosa; en primer lugar, poco  después de la entrada en la ciudad, convirtió la mezquita mayor en iglesia de   Santa María. Más adelante “mandó construir en el mismo lugar un hermoso y  admirable edificio como iglesia de Santa María, en honor de la Madre de Nuestro Redentor, regalando a la misma un cáliz de ciento cincuenta marcas de peso. Donó también a dicha iglesia dos preciosísimas cubiertas tejidas en oro y seda”, e hizo celebrar en la tal iglesia solemnísimos cultos. Sabemos que en el segundo semestre de  1098 se preocupó de buscar para la sede de Valencia un obispo en la persona de  don Jerónimo y que formó una rica dote con importantes heredades para el  sostenimiento del culto y clero de la iglesia catedral, heredades que donó a la iglesia de su propio patrimonio.

Vemos, pues, como Rodrigo aparece como un cristiano profundamente creyente en diversos momentos de su vida.  Impresionados por esta su profesión de hombre de fe y más quizá por los numerosos prodigios que la leyenda tejió en torno a su persona, la figura de Rodrigo comenzó a ser considerada por algunos de sus admiradores como la de un siervo de Dios.

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Felipe II ordenó a su embajador en Roma don Diego Hurtado de Mendoza que comenzase a tratar de la canonización del  venerable caballero Rodrigo Díaz de Vivar, al tiempo que impulsaba la canonización de los doscientos mártires de Cardeña, haciendo el mismo embajador una recopilación de las virtudes y sucesos milagrosos del Campeador con los papeles  y noticias que le remitieron desde el monasterio de Cardeña, aunque la cosa parece que no pasó de aquí.

No se trataba según el estudioso Jose Mª Gárate de una lucubración beata y absurda la de Felipe II. El Obispo D. Jerónimo le señaló como enviado, “suscitado por Dios” , en el exordio de la donación valenciana, o como “venerable” en su donación para ser enterrado en Cardeña. Según Berganza, el Conde Berenguer tuvo al Campeador por gran siervo de Dios al considerar con qué poca gente le había vencido. Cuando la traslación de restos en 1541, el Abad de Cardeña Fray Lope de Frías entonó el salmo “Los santos le alabaron en su gloria”, después que los monjes cantaron el que comienza ‘Admirable es Dios en sus santos.

El mismo Abad al referir los hechos hablaba del ‘Santo cuerpo’. Fray Melchor Prieto decía en su historia: “Tengo por probable que sus huesos son reliquias y que fue santo”. Y el dominico Fray Juan de Marieta le llamó “valeroso Campeador y santo Rodrigo Díaz”. Enrique IV le citaba en su privilegio: “El bienaventurado y santo caballero Rodrigo Díaz de Vivar”. Los Reyes Católicos aludían al Cid con gran veneración en otro privilegio de Cardeña y lo mismo Carlos I. Cisneros peregrinó a Cardeña al ser nombrado obispo, y allí besó arrodillado los huesos del Cid, lo mismo que hizo el Cardenal Benlloch en 1921. El Cid y Jimena tuvieron en Cardeña oficio o conmemoración propia en el aniversario de su muerte.

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