Viernes, 10 de mayo de 2024

Religión en Libertad

«La trascendencia encarnada»: Roberto Esteban Duque profundiza y aviva este profundo debate

«La trascendencia encarnada»: Roberto Esteban Duque profundiza y aviva este profundo debate
Roberto Esteban Duque es un sacerdote conquense experto en Moral

ReL

El sacerdote Roberto Esteban Duque, moralista, ensayista y profesor universitario acaba de publicar su último libro Trascendencia encarnada. Un diálogo entre Martha Nussbaum y Charles Taylor en torno a la trascendencia. (Eunsa). Con esta obra, el autor muestra "que es imposible negar, sin alterar la naturaleza humana, la aspiración a la trascendencia, a un perfeccionamiento ulterior capaz de significar un ámbito de florecimiento, cumplimiento y plenificación de esta misma vida humana".

El ensayo aborda la cuestión de dar respuesta al mejoramiento del ser humano. Aristóteles ofrece una ética de mejora del ser humano desde dentro, el compromiso de hacer el bien apoyándonos en nuestra naturaleza. En este plano puramente filosófico se mantiene la filósofa estadounidense Martha Nussbaum, descartando de su discurso la constitutiva aspiración a una trascendencia religiosa o divina.

Al parecer del filósofo canadiense Charles Taylor, la interpretación que Nussbaum hace de Aristóteles repudia la aspiración de vivir una vida trascendente divina como inapropiada para un ser humano. En otros términos, “el bien humano completo” recoge la actividad humana excelente pero excluye la aspiración a trascender totalmente la vida humana.

Apoyándose en este diálogo, el autor despliega el paradigma de “Trascendencia encarnada”, el punto de vista de una antropología abierta a la teología, la necesidad de remitirse a una instancia trascendente que ilumina la existencia humana y le da una orientación decisiva: Dios se da al hombre y lo eleva, produciendo así una íntima comunión que expresa felicidad sobreabundante.

Para Roberto Esteban Duque, profesor de Ética y Bioética en la Universidad Francisco de Vitoria, Nussbaum interpreta correctamente a Aristóteles, pero desde la Revelación existe la posibilidad de una elevación a la vida de Dios y su plenitud por pura gracia. La crítica se podría resumir en una sola idea: la obra de Nussbaum olvida que la religión, como reconoce David Brooks en The Second Mountain, dirige hacia determinadas visiones de bondad, hacia un explícito modo de excelencia, hacia la consideración de Dios como aquel origen sin el cual el actuar moral no encuentra una explicación última que justifique la existencia del hombre en la tierra.

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Lo vivido en esta pandemia revela que las mayores limitaciones producen mayores posibilidades de excelencia. Cuando el mundo nos daña o nos arrebata algo que queremos, experimentamos dolor; cuando algo a que atribuimos un gran valor es dañado por alguna persona, sentimos angustia. Pero lo que dice Nussbaum es que esta excelencia sólo es posible en un contexto estrictamente humano. Es valiosa la actitud abnegada y de servicio, la acción valiente, la entrega, la solidaridad, el amor. Pero estos fines, intrínsecamente valiosos en una vida humana, son valores en y para este contexto, el cual está estructurado por ciertos límites y posibilidades. Los límites humanos estructuran las excelencias humanas y dan su sentido a la acción excelente.

Para el moralista conquense, Nussbaum elude la cuestión metafísica y religiosa, que es donde tienen respuesta los graves problemas humanos. La noción de un Dios creador me remite a la nada que soy yo mismo. Es la humildad metafísica: sin Dios no somos nada, no existimos. De ahí que la felicidad sin Dios sea una contradicción. La noción de un Dios Redentor me remite a una miseria espiritual de la que yo no podría salir por mis propias fuerzas. Es la humildad ontológica: el hombre ha sido rescatado por el Hijo de Dios. No puedo darme la felicidad, sólo recibirla como un don. No puedo conquistar el cielo, tan sólo esforzarme por responder libremente a una llamada primera que me precede. “Si estamos de acuerdo, con Nussbaum, en que la grandeza de la razón consiste en reconocer objetivamente los propios límites, es decir, la verdadera condición humana, no logramos percibir cómo sustrae de su discurso el hecho de que precisamente esa conciencia de finitud es la condición de posibilidad de la infinitud, el recurso existencial más poderoso para poner nuestra existencia y su cumplimiento en manos de Dios”.

Taylor evita la virtud ética de su discurso

La visión crítica se desplaza después hacia el pensador canadiense. Taylor propone rescatar la trascendencia. Lo que lleva a la sociedad a vivir de espaldas a la trascendencia, según Taylor, no sólo es el fanatismo religioso o la negación de ciertos bienes y valores humanos, sino sobre todo el mismo avance de las ciencias y de la tecnología, que llevará al hombre a ponerlo todo bajo su control a través de la razón instrumental. El marco inmanente puede llevarnos a la apertura o a la cerrazón a la trascendencia. No ver esto supone caer en lo que Taylor llama “estructuras de mundo cerradas” (closed word structures).

Según el autor de “Trascendencia encarnada”, Taylor ayuda a reflexionar sobre nuestros propósitos, a considerar nuestras fuentes morales, los bienes superiores hacia los cuales tendemos. Incluso tiende a pensar que la admisión de un Dios personal está más de acuerdo que cualquier otra hipótesis con su teoría de los bienes como condiciones de posibilidad de su antropología de la identidad personal. Pero excluye la virtud ética, abandona en su planteamiento la doctrina del conocimiento como hábito. “¿De qué felicidad estamos hablando cuando se elimina la virtud ética? (…) Sin las virtudes, el hombre no es libre, no puede disponer de sí, queda incapacitado para la vida buena. Tampoco es posible el crecimiento moral ni la plenitud de sentido en nuestras vidas”.

Roberto Esteban ofrece la propuesta de una Trascendencia encarnada como el recurso unitivo más acertado para descifrar al propio hombre. Lo Trascendente no está escindido desde la Encarnación respecto de lo inmanente, de las coordenadas históricas de nuestra vida social y comunitaria, sino implicado en ella, haciéndonos partícipes de su misma vida divina.

En el cristianismo se expresa una profunda respuesta al dilema que resuelve Nussbaum eliminando una parte necesaria para la vida buena como es la aspiración a la trascendencia divina. La idea cristiana de un Dios plenamente humano que ha entregado su vida por nosotros manifiesta a un Dios que ama realmente al mundo y al hombre. Un Dios que ha vivido nuestra vida, sumergiéndose en el sufrimiento y la muerte, venciéndola desde dentro, devolverá a nuestro mundo una nueva solicitud hacia lo humano. El cristianismo es una religión en la que la trascendencia de Dios se abre a la inmanencia, la garantiza, haciendo que esta última, sin ser disminuida, se vuelva trascendente. Mirada desde la humanidad, es la inmanencia que busca trascendencia a través de la invitación de un Dios que se hace inmanente en Jesucristo, para quien hemos sido creados.

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