Jesús María Silva Castignani: «Evolución y creacionismo no son excluyentes»
![Paul Bettany interpreta a Charles Darwin en la película 'Creation [La duda de Darwin]' (2009) de Jon Amiel.](https://imagenes.religionenlibertad.com/files/og_thumbnail/uploads/2025/10/07/68e58545ba9dd.jpeg)
Paul Bettany interpreta a Charles Darwin en la película 'Creation [La duda de Darwin]' (2009) de Jon Amiel.
Jesús María Silva Castignani, bloguero en ReL, es sacerdote desde 2008, licenciado en Teología Patrística y se ha especializado en latín y griego.
Acaba de publicar Evolución y Creación. Una perspectiva cristiana (Palabra).
-En su libro, usted argumenta que la teoría de la evolución y la fe cristiana no son necesariamente opuestas. ¿Podría explicar cómo llegó a esta conclusión y qué aspectos de la teología cristiana cree que son compatibles con la evolución?
-Durante mucho tiempo he acompañado a personas que, al descubrir la teoría de la evolución, sintieron que se tambaleaba su fe. Es una reacción comprensible si uno ha recibido una catequesis que presenta el relato del Génesis como una crónica literal, casi como si fuera un libro de biología.
»Pero, cuando uno se adentra en la enseñanza de la Iglesia, descubre que nunca se ha obligado a los cristianos a ser “fijistas”, es decir, a creer que cada especie fue creada exactamente como la vemos hoy. De hecho, ya San Agustín advertía que ciertos pasajes de la Escritura debían leerse en su sentido espiritual y no material, y que era un error hacer decir a la Biblia lo que no pretende decir.
»A medida que profundicé en el Magisterio, vi que la Iglesia es muy prudente: no se precipita ni en rechazar teorías científicas ni en canonizarlas. Pío XII, en Humani Generis, invitó a los científicos católicos a investigar seriamente la hipótesis de la evolución, siempre que se reconociera que el alma humana no puede proceder de la materia sino que es creada directamente por Dios.
»Más adelante, San Juan Pablo II reconoció que la evolución ya no es solo una hipótesis, sino que es la explicación más probable de la diversidad de las especies, a la luz de la convergencia de datos de muchas ciencias. Y esto es algo fascinante: la fe no nos pide negar los datos, sino interpretarlos a la luz de la verdad revelada.
»Por eso en el libro insisto en que evolución y creacionismo no son excluyentes. Dios puede perfectamente haber creado a través de la evolución, como un artista que no hace la escultura de un solo golpe de cincel, sino que va tallando la piedra poco a poco hasta darle su forma final. Lo esencial de la fe cristiana no es el mecanismo, sino el hecho de que el universo es querido por Dios, creado por Él, y sostenido en el ser por su amor. Esta visión no disminuye nuestra dignidad, sino que la eleva: no somos el resultado de un accidente cósmico, sino el fruto de un designio providente.

Jesús Silva Castignani, 'Evolución y Creación'.
-Usted propone una interpretación simbólica de los relatos del Génesis. ¿Cómo cree que esta interpretación puede ayudar a reconciliar la narrativa bíblica con los descubrimientos científicos sobre la creación del universo y la evolución de la vida?
-Creo que esta es una de las claves para vivir la fe con madurez en el siglo XXI. Los primeros capítulos del Génesis tienen un lenguaje mítico, poético y profundamente teológico. No están diseñados para responder a las preguntas de la cosmología o la biología modernas, sino para responder a la gran pregunta existencial: ¿por qué hay algo en vez de nada? ¿Quién nos ha creado? ¿Para qué estamos aquí?
»Cuando descubrimos que el autor sagrado no pretendía describir científicamente cómo fue el origen del mundo, sino enseñar que todo procede de Dios, que todo es bueno y que el hombre ocupa un lugar especial en la creación, nos liberamos de un falso conflicto. No es necesario contraponer el Big Bang con el “hágase la luz”; ambos pueden verse como dos modos de hablar del mismo acto creador: uno en clave científica y otro en clave teológica. De hecho, en el libro explico que la palabra “evolutio” significa “desenvolvimiento”. El universo se ha ido desplegando conforme a un plan que estaba en el corazón de Dios desde el principio.
»Esta interpretación simbólica nos permite también comprender que la Biblia usa un lenguaje accesible para el pueblo de su tiempo. Cuando dice que el mundo fue creado en siete días, está usando un esquema literario para transmitir que todo está ordenado, que el mundo no es fruto del caos, y que el sábado, el día del descanso de Dios, es la cumbre de la creación. No es una lección de geología ni de física, sino una catequesis sobre la relación del hombre con el Creador. Esta visión no debilita la fe, sino que la fortalece, porque nos invita a ver que la Palabra de Dios tiene una profundidad inagotable que puede dialogar con el saber humano en cada época.
-La idea de que Dios actúa a través de los procesos evolutivos es central en su libro. ¿Podría desarrollar más esta idea y explicar cómo cree que la acción divina se relaciona con la contingencia y la aleatoriedad inherentes a los procesos evolutivos?
-Uno de los grandes malentendidos de nuestro tiempo es pensar que, si algo tiene causas naturales, Dios ya no tiene nada que ver. Es una visión de suma cero: o actúa Dios o actúa la naturaleza. Pero la visión cristiana es mucho más rica. Dios es la causa primera de todo lo que existe, y las causas naturales son causas segundas que Él ha querido usar para llevar adelante su plan. Por eso, aunque la evolución tenga mecanismos que parezcan aleatorios -mutaciones, selección natural, deriva genética-, eso no significa que estén fuera del plan de Dios.
»En el libro propongo una imagen que ayuda a visualizarlo: la de las fichas de dominó. Dios es quien coloca las fichas con un diseño impresionante. Cuando empuja la primera, todo comienza a desarrollarse de manera que, aunque para nosotros parezca casual, en realidad está orientado a un fin. Esta es la visión teleológica o finalista: el universo tiene dirección, tiene sentido. Y ese sentido es la aparición del hombre, la única criatura capaz de Dios, llamada a la comunión con Él.
»Incluso la contingencia tiene un papel en este diseño. La contingencia no significa caos absoluto, sino que dentro de un marco ordenado hay libertad para que las cosas se desarrollen de modos diversos. Esto hace del universo algo vivo, dinámico, capaz de sorpresa. Es como una sinfonía en la que el compositor deja espacio para la improvisación de los músicos, pero sin que se pierda la armonía global de la obra. Creo que esta visión puede reconciliar a muchas personas con la fe: no adoramos a un Dios que interviene de forma caprichosa, sino a un Dios que sostiene todo en el ser y que, a través de procesos naturales, conduce la creación hacia su plenitud.
-Usted sugiere que la historia de Adán y Eva podría complementar la historia de "Homo erectus". ¿Cómo cree que la narrativa bíblica puede ofrecer "insights" valiosos sobre la condición humana que no son abordados por la ciencia?
-La ciencia tiene un poder enorme para describir el “cómo”: cómo era el cráneo del Homo erectus, qué tipo de herramientas fabricaba, dónde vivía. Pero hay preguntas que la ciencia no puede responder: ¿cuándo apareció por primera vez la conciencia de sí? ¿cuándo empezó el hombre a preguntarse por el sentido de la vida o a buscar a Dios? ¿qué significa ser libre? Estas son preguntas de orden espiritual y filosófico, y ahí es donde la Revelación nos ofrece una luz insustituible.
»En el libro planteo la posibilidad de que Dios haya elegido un momento en la historia evolutiva -quizá en el surgimiento del Homo erectus- para infundir el alma espiritual. Desde ese instante, tenemos ya verdaderos seres humanos, creados a imagen de Dios. Los relatos -aunque simbólicos- de Adán y Eva nos dicen algo fundamental: que el hombre fue creado para vivir en armonía con Dios y que hubo una ruptura original -el pecado- que ha dejado huella en toda la historia. Esto ilumina la experiencia universal de sentir que algo está “roto” en nosotros, que deseamos el bien pero tendemos al mal, que buscamos la felicidad y sin embargo encontramos sufrimiento y muerte.
»Por tanto, la Biblia no sustituye a la paleoantropología ni la paleoantropología sustituye a la Biblia: se complementan. Una nos da datos, la otra nos da sentido. Y creo que esta propuesta puede ayudar a muchos jóvenes que sienten que tienen que elegir entre ciencia y fe: no se trata de elegir, sino de integrar.
-¿Qué respuesta espera que tenga la comunidad científica y teológica a su libro, y cómo cree que puede contribuir al diálogo entre la fe y la ciencia en la sociedad actual?
-Mi gran deseo es que este libro actúe como un puente. Vivimos en una sociedad donde los discursos se polarizan con facilidad: o eres “cientificista” y piensas que la fe es una reliquia del pasado, o eres “fundamentalista” y desconfías de cualquier descubrimiento científico. Pero la realidad es más compleja y más bella. Ciencia y fe no compiten, se enriquecen mutuamente cuando se escuchan.
»Espero que los científicos encuentren en este libro una invitación al diálogo, que vean que la Iglesia no está en guerra contra ellos, sino que les anima a investigar la verdad con honestidad. Y espero que los teólogos y catequistas pierdan el miedo a hablar de evolución, que la integren en su enseñanza y que ayuden a los jóvenes a descubrir que la fe no es contraria a la razón. Como digo en el epílogo, el mensaje del libro no es que tengamos todas las respuestas, sino que hay un modo de mirar el mundo en el que la ciencia y la fe se dan la mano.
»Creo que esta obra puede contribuir a crear una cultura de encuentro. En un tiempo en que abundan los titulares sensacionalistas del tipo “este hallazgo obliga a reescribir la historia de la humanidad”, necesitamos serenidad, sentido crítico y una mirada amplia que nos permita ver el conjunto. La fe nos da esa mirada: nos dice que, más allá de los datos, hay un designio de amor. Y la ciencia, por su parte, nos ayuda a admirarnos más del Creador al mostrarnos la inmensidad y complejidad de su obra.