El corazón de san Francisco de Sales (1)
Por el dominico Pedro Fernández Rodríguez

San Francisco de Sales, maestro de una espiritualidad de conformación con Cristo
Recibí este texto del padre Pedro Fernández, OP, de las monjas salesas del Primer Monasterio de la Visitación de Chile que me lo enviaron. En él se narra lo que sucedió con la reliquia del corazón de san Francisco de Sales, el santo de la dulzura. Me ha parecido bien publicarlo en este mes de junio.
Sobre quién es san Francisco de Sales, si es que alguien no lo conoce, leer aquí, aquí y aquí.
PARA COMPRENDER POR QUÉ EL CORAZÓN DE SAN FRANCISCO DE SALES SE QUEDÓ EN LYON
El 8 de noviembre de 1622 salió San Francisco de Annecy para unirse al séquito del duque de Saboya, Carlos Manuel I, que se debía encontrar en Aviñón con el rey de Francia Luis XIII. La salud del santo obispo y príncipe de Ginebra era débil, pero respondió a quienes desaprobaban tal viaje: Es preciso ir a donde Dios nos llama… Según su costumbre se hospedó en el Monasterio (de la Visitación) de Belle Cour, (Lyon) en una sencilla alcoba, destinada para el confesor, en la casa donde habitaba el hortelano de la comunidad.
El 26 de diciembre por la tarde tuvo el último coloquio espiritual, con sus hijas, diciéndoles antes de retirarse al descanso: Os llevo en mi corazón y os lo dejo en prenda de mi amistad.
Al día siguiente 27 de diciembre, estando ya enfermo el santo, celebró la misa y después, al terminar de confesarse con él, la madre María Amada de Blonay, la despidió con estas memorables palabras: Adiós, hija mía, os dejo mi espíritu y mi corazón.
Al día siguiente, miércoles 28, hacia las 8 de la tarde fallecía después de una trombosis cerebral a la edad de 56 años y 20 de episcopado. Al embalsamar el cuerpo del santo obispo y fundador al día siguiente de su muerte por la tarde, 29 de diciembre de 1622, la Madre superiora de Lyon, recordó aquellas palabras: Adiós, hija mía, os dejo mi espíritu y mi corazón; por eso los médicos cirujanos extrajeron su corazón, quedando en Lyon con sus hijas, que siempre lo cuidaron, amaron y veneraron.

El Rector Mayor de los salesianos, padre Ángel Fernández Artime, con el relicario del corazón de san Francisco de Sales, en 2022, un año antes de ser nombrado cardenal.
EL CORAZÓN DE SAN FRANCISCO DE SALES DURANTE LA REVOLUCIÓN FRANCESA
Cuando las circunstancias nefastas de la Revolución Francesa de 1789, fruto del iluminismo insensible a la situación del pueblo francés, obligaron a la Comunidad Visitandina del monasterio de Belle Cour a abandonar su Patria, para seguir siendo fieles a su vocación consagrada, con extremo cuidado llevaron consigo también la reliquia del corazón de su Santo Padre y Fundador. En este contexto revolucionario, fue fácil al principio proteger la preciosa reliquia de los jacobinos, quienes no se habían percatado de la existencia del Corazón de San Francisco de Sales en el monasterio de Belle Cour, pues no constaba en ninguno de los inventarios de los bienes muebles de las religiosas; pero más difícil fue ocultarla a los sacerdotes cismáticos o constitucionales, que veían en la reliquia una manera de favorecer la asistencia del sencillo pueblo cristiano a cultos ilegítimos.
La revolución francesa, junto con la anterior reforma protestante y posterior ideología marxista han sido los fenómenos históricos que más han lacerado el cristianismo europeo y universal en la edad moderna. Con el aparente deseo de mejorar la vida de los hombres, prometiendo a todos libertad, fraternidad e igualdad (o muerte), la revolución francesa destruyó de hecho muchas presencias de fe cristiana en Francia, y después en Europa, sobre todo monasterios otrora gloriosos de las Órdenes Religiosas. El 17 de noviembre de 1789 se notificó a la Madre Superiora de Belle Cour, María Jerónima Verot, el primer decreto revolucionario del 28 de octubre, que suspendía en el territorio francés los votos solemnes de las órdenes Religiosas y el 2 de noviembre se nacionalizaron los bienes de los institutos religiosos. Una protesta general se elevó desde los monasterios franceses a la Asamblea Nacional, reclamando la permanencia del estado religioso y de sus monasterios; la súplica de Belle Cour fechada el 26 de noviembre, finalizaba con estas palabras: terminamos confesando con la energía de la que somos capaces que la muerte nos sería mil veces más dulce que la salida de nuestro bendito monasterio. Mas esta defensa de la religión sólo sirvió para acelerar la supresión completa de las Órdenes Religiosas en Francia.

Actualmente el Monasterio donde murió el santo es hoy en parte un cuartel y en parte la calle santa Elena de Lyon. Esta lápida se colocó para recordarlo.
En efecto, el 15 de febrero de 1790 un nuevo decreto revolucionario suprimía definitivamente el estado religioso en Francia, concediendo a los religiosos el derecho de vivir y morir en sus residencias y al mismo tiempo la posibilidad de volver al mundo gozando de una pensión proporcionada a las rentas del monasterio en el que habían profesado. Las monjas de Belle Cour de Lyon decidieron permanecer unidas. Pensando los políticos que las religiosas no cambiaban de opinión por ignorancia o por coacción interna, el 14 de junio del mismo año se presentó en el monasterio el señor alcalde con otros oficiales públicos a leer ante las hermanas las nuevas disposiciones legales. Las hermanas, una por una, y también a solas, manifestaron ante los representantes del poder público su voluntad libre y pensada de permanecer en el Monasterio. Entonces comenzó una lucha de las autoridades civiles y parte del pueblo por doblegar la voluntad de aquellas valientes mujeres, pues era su objetivo salieran del monasterio y volvieran al mundo. Las monjas, en medio del dolor al ver triunfar el sistema que destruía la sociedad cristiana y los derechos y la libertad de los religiosos, tuvieron que tolerar interrogatorios sobre sus bienes muebles, sus rentas, archivos y bibliotecas, pudiendo, con todo, ocultar la existencia del relicario del corazón de San Francisco de Sales. No por esto cedieron aquellas santas mujeres, que encontraban su fuerza espiritual en la oración llegando al heroísmo en su resistencia ante la opresión de quienes proclamaban la libertad y demás derechos del hombre. Un nuevo decreto obligaba a las comunidades religiosas a renovar los cargos de las superioras y ecónomas; el 7 de enero de 1791 se presentó en el Monasterio el famoso Roland de la Platerie, uno de los grandes promotores de la revolución en Lyon. La elección de la Superiora se realizó y salió reelegida la Madre María Jerónima Verot. Lo mismo aconteció con la hermana ecónoma. Ustedes enternecen a los mismos tigres, confesó Roland.

Primer Monasterio de la Visitación de Chile
En esta difícil situación, el 20 de enero de 1791 comenzó la comunidad una novena a Nuestra Señora de la Merced, solicitando del cielo lo que la tierra les negaba, un espacio de libertad donde las Hermanas pudieran seguir viviendo su vida religiosa. El cielo las escuchó y el 28 de enero, la víspera de la fiesta de San Francisco de Sales (que antes se celebraba el 29 de enero) llegó al Monasterio de Lyon una carta de la Superiora de las Salesas de Estrasburgo, M. María Inés Eggs, quien comunicaba el proyecto de Su Majestad el Emperador Leopoldo II de Austria, a través de la Superiora del Monasterio de la Visitación de Viena, M. María Isabel de Sales Fosieres, de fundar una comunidad de monjas Salesas en Mantua (Lombardía).
La M. María Jerónima Verot vio el cielo abierto al leer la carta; con el visto bueno del Padre Espiritual, Sr. Courbon, Vicario General, y el Confesor, Sr. Jaumar, respondió a la Madre Superiora de Estrasburgo, aceptando la fundación. Pero, cuando el 13 de febrero se comenzó a advertir el riesgo de un cisma en la Iglesia de Francia, la M. Superiora de Belle Cour pensó no sólo en la fundación de Mantua, sino en el traslado de la Comunidad a Italia. En efecto, el 18 de marzo de 1791 escribió al Arzobispo de Lyon, Mons. Juan Alejandro de Marbeuf, suplicando el permiso para el traslado de la Comunidad Visitandina a Mantua. La respuesta del 7 de abril fue negativa; Dios quiso que sus siervas conocieran nuevas pruebas que perfeccionaran la virtud de aquellas perseguidas religiosas.
Efectivamente, surgió por entonces en los católicos franceses un cisma con motivo de la Constitución Civil del Clero, formulada por la Asamblea Nacional el 12 de julio de 1790, según la cual se consideraba a los obispos y sacerdotes funcionarios del estado; muchos sacerdotes permanecieron fieles en la defensa de la libertad de la Iglesia, más algunos apóstatas en la línea autonómica del galicanismo se pusieron al servicio de la revolución, encontrando la ocasión de usurpar la misión de los pastores legítimos en las sedes diocesanas y en las parroquias. Entonces fue nombrado por el poder civil arzobispo intruso de Lyon el sacerdote lazarista Adriano Lamourette, quien llegó a Lyon antes de la Semana Santa de 1791, y de la Parroquia de Ainay, donde se alzaba el Monasterio, se apoderaron los vicarios, servidores de la revolución y del arzobispo impuesto civilmente. Mientras los sacerdotes fieles, expulsados de sus parroquias, se refugiaron en los monasterios de monjas, donde acudían sus feligreses a confesarse. No pudiendo soportar la fidelidad del pueblo a sus legítimos pastores, el municipio azuzado por el clero impostor mandó clausurar los templos de las religiosas. El Papa Pío VI condenó el 1 de marzo de 1791 la Constitución Civil del Clero y el 19 del mismo mes había prohibido a los fieles la comunicación con los clérigos sometidos al estado.