Religión en Libertad

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Los queridos amigos de Dolça Catalunya publicaron en 2014 con un acertadísimo titular la historia del martirio de uno de los canonizados de nuestra persecución religiosa, el hermano de La Salle, san Jaime Hilario Barbal Cuando la Generalitat condenaba a muerte a discapacitados por saber latín. – Dolça Catalunya

Ahora recupero un librito publicado por el Hno. Aniceto Joaquín, FSC vicepostulador por aquel entonces de la causa del Hno. Barbal, con ocasión del XXV aniversario de su martirio:

I. ERA DE NOCHE

Aparecieron dos bultos sospechosos; después otro, y, por fin, tres más. Dos hombres decididos y armados, iban delante del pelotón. Llegaron al pueblecito de Enviny (Lérida). Llamaron a la puerta de una casa. Rechinaron los goznes. Las claveteadas botas de los seis marcaron sonoramente el paso por el estrecho pasillo que conduce al comedor. Les precedía la potente lámpara del jefe. Entraron descaradamente, sin decir ni buenas noches. Los niños, ante el siniestro aspecto de los recién llegados, tuvieron miedo y se acurrucaron a sus padres.

El jefe les dijo que venían de lejos y que tenían hambre, pues se les habían acabado las provisiones. La madre, serena, respondió:

- Nunca en esta casa se ha rehusado pan y vino al mendigo ni al visitante.

El padre cortó decidido:

- Pero, por favor, ¿quiénes son ustedes?

Los dos protagonistas se cruzaron un breve y significativo guiño y uno de ellos respondió:

- Pues los salvadores de España. Después de batirnos bravamente en Francia contra los fascistas alemanes, volvemos a la patria para terminar nuestra obra.

El que se las echaba de intelectual, añadió:

- No venimos en plan de asustaros, sino a que nos deis lo necesario para vivir -y dirigiendo una mirada a los niños, que no se atrevían ni a respirar, ante el aspecto de los forajidos, dijo:

- ¿Sois todos de la misma familia?

- Sí -repuso la madre-, y aún falta uno, que tenemos en la cama por estar enfermito.

- ¿Enfermo? -articuló el cabecilla-; la suerte ha visitado esta casa, señora, pues soy médico, doctorado en Barcelona. Vamos a ver al pequeño.

Mientras tanto, los otros cogieron panes, chorizos, vino, etc.

Las gruesas lentes del médico, se cruzaron pronto con los espantados ojos del enfermo. Se dejó auscultar sin decir palabra. El doctor sacó un bolígrafo y escribió rasgos ininteligibles en su carnet de recetas, que estaba sin estrenar, y dio una a la señora de Pey.

Recorrió con su reflector los diferentes recuerdos del hogar que pendían de las paredes, paseándolo imperturbable y silencioso por los cuadros religiosos: el crucifijo, las fotografías, los recordatorios de primera comunión, etc.

Rabás se puso a mirar fijamente un cuadro. Un momento después, volviéndose a la señora, dijo:

- ¿Quién es este cura?

- No es sacerdote, sino un religioso, un Hermano de las Escuelas Cristianas - rectificó ella.

- De los del cuello blanco, ¿no? -inquirió el jefe-. En Barcelona los conocí yo.

- Y yo en Tarragona -completó el tétrico y pensativo Rabás.

- ¿Es de tu familia? -sugirió el médico, para ir despistando la imprudencia de Rabás.

- Lo era -dijo la madre, melancólica.

- ¿Qué quiere decir usted con eso? -lanzó el incontenible Rabás.

- Pues que lo mataron como a tantos otros. ¡Es mi hermano!...

Los cuatro hombres, cargados ya con la rapiña. se escabulleron "a la francesa". Rabás, más torvo que nunca, parecía tener ascuas en los pies, mientras se le iban los ojos al retrato. El médico, no aguantando más y temiendo descubriera el pastel, le dijo:

- Oye, Rabás, aquel retrato ha sido para ti un balazo.

El aludido, sin comprender lo que quería decirle el doctor, asintió, haciendo ademán de querer confidenciar sobre el mismo asunto con el cabecilla.

- Jefe, tú, que has tratado con ellos, ¿sabes si los muertos hablan?

- ¡Vaya pregunta! Yo jamás he oído a ninguno.

- Pues yo, sí; a ese fraile.

- ¡No puede ser!

- Aquellos ojos hace días y años que los tengo metidos en la mollera y no hay quien los haga callar.

- Pero, ¿y por qué?

- Porque se me metieron el día que yo intenté cerrarlos para siempre con el fuego de mi pistola.

- ¿Con el fuego de tu pistola?

- Sí, pues... habían fallado inexplicablemente las dos descargas del maldito pelotón que estaba a mis órdenes.

- ¿Y tú lo liquidaste?

- No me lo iba a dejar con el forense y los guardias a cinco metros de mí. Yo le clavé las balas, pero él me clavó los ojos, y ahí están siempre...

- ¡Mira que es fatalidad la tuya!

- Sí, no contentos con quemarme dentro, me los encuentro ahora fuera... Así, como entre dos fuegos... Jamás lo hubiera creído... ¡Maldito el día!... Vamos, aprisa, jefe, que aquella mirada me persigue y me acusa.

Al día siguiente (27 de octubre de 1944), al amanecer la gente del pueblecito del pueblecito de Enviny oyó un fuerte tiroteo en la montaña de Pallars...

Pero, dejemos a los maquis y veamos quien es ese que seguía mirando a Rabás desde hacía días y años.

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