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El miércoles de la primera semana de Adviento, la liturgia nos presenta, por medio del profeta Isaías la visión de un banquete de vino y manjares exquisitos, que se celebra en un monte, en un lugar elevado, para que en ese banquete puedan participar todos los pueblos. 

Con este banquete la muerte será vencida, y llegará la salvación para todos los hombres. (cf. Is 25, 6-10). Este banquete mesiánico, adquiere su cumplimiento en Cristo. 

Así, el evangelio nos muestra la multiplicación de los panes y los peces, como la realización plena de ese banquete. En esta escena, Jesús, da de comer a una multitud hambrienta, el alimento para saciar su hambre. Por lo cual, esta escena nos introduce ya en un banquete, en el que los hombres serán salvados, sanados y saciados. (cf. Mt 15, 29-37). 

En él se llega al cumplimiento de la promesa revelada a Isaías, es más, nos lleva al banquete de las bodas de Jesús con toda la humanidad, que es la Eucaristía. 

En ella, el hombre será salvado y redimido, en el pan, que se convierte en el cuerpo del Señor, y en  el vino que se convierte en la sangre de Cristo. La Eucaristía es el verdadero banquete que prefigura Isaías. 

Pero, la entrega del Señor, tiene su mayor cumplimiento en el sacrificio de la Cruz, en el cual, Dios hace una alianza de bodas con toda la humanidad, por la entrega del Hijo, para la salvación de todos. Así, la muerte será vencida para siempre. 

El hombre puede encontrarse con Dios, y volver de nuevo al paraíso, para celebrar por toda la eternidad, el banquete de bodas que Dios le tiene preparado.

Belén Sotos Rodríguez

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