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El corazón de cada uno de nosotros es el terreno sagrado ante el que nos descalzamos, para ver y sentir dentro de nosotros al mismo Dios.

Cuando sufrimos la tentación sabemos que vencemos porque tenemos a Dios en nuestro interior. A veces, el enemigo quiere que ante excusas y justificaciones no vayas a la Eucaristía que es el verdadero terreno sagrado dónde vas a recibir al mismo Dios. Pero no estás solo, la presencia de Dios en la zarza te sostiene. El Espíritu, el fuego divino viene a estar contigo, a estar junto a ti, para que con su fuerza puedas participar de la Eucaristía, la fiesta, donde está el Señor. Solo cuando entras en este lugar sagrado de su presencia puedes vivir del don de la zarza que no se consume. La zarza, el don del Espíritu, viene a inundar todo tu ser para que seas transformado, y puedas sentir a Dios en tu misma intimidad.

El monte, lugar donde habita Dios, es tu vida, tu existencia, todo aquello que Dios quiere tocar. En ese monte, puedes vivir de la presencia de Dios. Dios te convierte en espacio sagrado, porque él quiere caminar siempre contigo. Tú no eliges el estar ante él, sino que es él, el que viene a ti. No eres tú el que tienes experiencia de Dios, sino es él el que quiere tener experiencia de ti. Quiere compartir contigo todo lo suyo, para tener una relación de amistad contigo, para que vivas siempre de su presencia. Él te acoge de modo incondicional, porque quieres que te sientas amado en todo lo que haces. Tú eres el yo, con el que Dios quiere compartir su vida.

El Espíritu Santo, que ves en la zarza que no se consume, es el que está en tu interior sin consumirse. Tu corazón es la zarza donde habita el Espíritu con su poder, su fuego y su calor. Él es una brasa que no se consume, solo tienes que avivarlo con el poder de Dios, que viene a ti. Ante su presencia te descalzas, rindes toda tu persona, tus proyectos y anhelos de tu corazón. En definitiva, solo el Espíritu puede purificarte de todas la impurezas que hay en ti, para que puedas arder en su presencia.

Él viene hacer de ti un hijo de Dios, que desde la novedad de una nueva vida, le adore y le sirva. Quiere que toda tu existencia, tus facultades estén rendidos ante él, para que seas transformado en una criatura libre, amada por él. Él no desea que te sientas solo, sino que vivas de su presencia donde lo encontraras todo. Todo lo tuyo, tu servicio, y entrega, tus capacidades y carismas, y tus fallos y pecados los tomas para que seas renovado por su poder y puedas ser divinizado.

En la zarza, en la presencia de Dios, le rindes adoración con toda tu existencia. Te postras ante un Dios, que viene hacerte suyo. Va a estar siempre contigo porque él es fiel. El Dios de la alianza, el Padre del Hijo de Dios, viene a hacer un pacto contigo para que puedas vivir de sus promesas.

Dios siempre está obrando, él te pide que te dejes cambiar por él. Tú no conoces cuando Dios cumplirá las promesas contigo, pero sabes que él lo va a hacer. Podrás realizar tus metas, y todo aquello que el Señor pone en tu corazón, porque él va contigo. Pero lo harás a su modo, desde el abandono confiado a su voluntad, desde su amor incondicional. Por ello, Él quiere ser el centro de tu existencia. Va a actuar en ti, para resplandezca su gloria en la montaña sagrada que es tu corazón, el cual, está llamado a ser encendido por la zarza ardiente: la presencia del Espíritu.

De la misma manera que el Dios de nuestros padres viene a ti, también quiere habitar en el corazón del hermano. Su persona, es el santuario donde Dios quiere entrar. Ante él te puedes descalzar porque es la zarza ardiente donde se manifiesta la gloria de Dios. La persona y la vida del hermano, también va a ser purificadas por el fuego del Espíritu, para que su corazón se convierta en una brasa que solo ame a Dios. Toda su existencia le pertenece a Dios. Pero cada uno con su vida puede ser enseñado por el hermano, que viene a llevarle a Dios. El otro, junto contigo, puede entrar en la montaña santa, donde Dios viene a estar. Os podréis acompañar en la lucha y adversidades de la vida, en el gozo y la alegría, porque en medio de ello, está el Espíritu: la zarza ardiente que no se consume. Vuestros corazones transformados por esta presencia pueden alabar y darle culto a Dios. Os podéis acompañar en la vida, y adorar a Dios, porque viene a estar junto a vosotros. Podéis aprender el uno del otro, porque estáis bajo la zarza, que es el Espíritu, que viene hacer memoria en vosotros de la obra que Dios hace. El lugar santo donde el Espíritu habita, os pone en la presencia de Dios, para transformados por él, le deis gloria y adoración.

La zarza arde sin consumirse. El amor de Dios nos transforma para que en nuestra vida podamos ser poseídos por el don del Espíritu que nos hace como él. Nuestra existencia purificada se convierte en el monte donde Dios viene a habitar. La presencia del Espíritu, con su poder quiere hacer que el espíritu en el hombre no se apague, para que viva siempre de él. El Dios de las promesas con su Espíritu va hacer de nuestro corazón un fuego ardiente que inundados por él, viva solo de su amor y de su presencia.

Belén Sotos Rodríguez 

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