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La cruz

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El primer domingo de Cuaresma nos mantiene en una actitud de lucha y combate, ante las fuerzas del mal.

Jesús después de ser ungido por el Espíritu para su misión y ser confirmado por el Padre como el Hijo amado, es enviado al desierto para mantener un duelo con el demonio. El Señor después de recibir el poder del Espíritu no va a predicar y hacer milagros como lo hará en su vida pública, sino el Espíritu lo manda al desierto: lugar de soledad y de encuentro con el Padre para ahí vencer al mal y al principal enemigo, Satanás, el príncipe de la mentira. Así, en el desierto, mientras Jesús ayuna y ora, es tentado por el demonio. El Hijo de Dios, como hombre va a sufrir la tentación, para vencer al diablo, y con ello al mal y al pecado. Jesús, como nos dice la carta a los Hebreos, es probado en todo como nosotros, menos en el pecado, porque en él no había pecado (cf. Hb 4, 15). Pero, se deja tentar, solo para que tú también puedas vencer al enemigo y salir victorioso de la lucha.

De este modo, Jesús en el desierto ayuna, ora, y se ofrece al Padre. Pero como hombre después de ayunar durante 40 días con sus 40 noches, siente hambre. Y es cuando llega el momento de la prueba, en el que El Hijo de Dios, en su humanidad, es tentado por el enemigo, y este busca que Jesús sea derrotado. Pero, Jesús lucha desde el poder y la confianza en Dios, desde la entrega y el poder de la Palabra, desde la oración y la escucha a la voluntad del Padre, y el enemigo pierde la batalla.

En este sentido, el Señor a sus apóstoles y discípulos, no solo quiere prepararles para la lucha, sino que les muestra un camino. Les lleva al origen como pueblo de Israel. El pueblo elegido después de pasar el Mar Rojo es puesto a prueba por Dios. Israel sale de Egipto atraviesa el Mar Rojo, y se encamina hacia la Tierra prometida. Pero el Señor pone a prueba su confianza. Solo entraran en ella si se fían del poder de Dios. Pero el pueblo se apoya en sus fuerzas, no confían en lo que Dios quiere hacer con ellos, y el pueblo va ser purificado. Las generaciones que salieron de Egipto morirán en el desierto y no verán la Tierra prometida. El pueblo marchara deambulando 40 años por el desierto, hasta que se convierta de nuevo al Señor. Un Israel purificado si podrá entrar en la Tierra que Dios les quiere regalar.

Por ello, Jesús ayuna 40 días en el desierto para derrotar al mal, porque con él va a nacer un nuevo pueblo que puede confiar en Dios. Con el Señor, el Nuevo Moisés, el hombre si puede entrar en la Tierra prometida que es el cielo, y vivir ya aquí de sus primicias. Con Jesús, cada uno, podemos luchar y salir victoriosos, porque en nuestro desierto nos acompaña el Hijo de Dios, que viene a estar con nosotros. En la Iglesia, apoyados en el poder y la victoria del Señor, podemos vencer al enemigo.

Jesús sufre la tentación para que nosotros pongamos la mirada en el Padre. El Señor siente hambre. Experimenta la necesidad, y el enemigo quiere que use su poder para satisfacer su necesidad material, pero sin poner el corazón en el Padre, sin escuchar su Palabra, olvidando que es el Hijo amado. Pero el Señor vence al diablo, porque solo quiere hacer la voluntad de Dios. Muchas veces, tú en tu vida sientes hambre: hambre material, de deseos insatisfechos, hambre de cariño y consuelo, hambre de amor, hambre de Dios…y el enemigo busca que colmes tu necesidad desde tus propias fuerzas, pero el Señor te busca para que llenes el vacío que hay en ti desde un corazón que solo mira al Padre. Puedes vencer al diablo y satisfacer todos tus deseos buscando la voluntad de Dios, porque eres su hijo amado. También, el enemigo buscaba al Señor para que le rindiera adoración. Muchas veces el enemigo busca que desconfíes de Dios, te construyas tus propios ídolos, y solo le des culto a él, que solo quiere tu mal. Pero con el poder del Señor puedes vencer. Dios te busca y te ama, para que vuelvas a poner su confianza en él, que quiere tu bien. Por eso, la adoración a Dios hace que él sea el centro de tu existencia, y con un corazón de hijo le rindas culto. Así, Jesús experimenta la gran tentación: Rendirse a Satanás, y tentar la confianza en Dios. Pero, Jesús solo se deja guiar por el Padre, y solo en él pone su vida. Muchas veces, tú quieres vivir al margen de Dios, porque piensas que él quiere controlar tu vida. Vences al mal dejando toda tu persona en las manos de un Dios que te mira con el cariño de un Padre.

Por lo cual, el demonio tienta a Jesús pero tiene todas las de perder. Jesús es el Hijo de Dios. Y por ello, no se deja vencer por el mal. La tentación viene a él de manera externa, porque en su interior solo cabe el bien, y ningún mal le puede afectar. Mientras que en nosotros la tentación viene desde nuestro propio interior, y es ahí donde el demonio viene hacer su obra. El diablo entra por el pensamiento, para que caigamos en la tentación en nuestro obrar. Pero, nosotros no estamos solos, pues el Espíritu que está dentro de nosotros nos ayuda en el combate y apoyados en la Palabra de Dios podemos ganar la batalla al enemigo.

Cada uno de nosotros unidos al Señor salimos victoriosos en la lucha porque en Jesús y solo en él ponemos nuestra vida. Dios siempre quiere nuestro bien, y si le entregamos nuestra existencia podemos derrotar al enemigo que siempre busca nuestro mal.

Belén Sotos Rodríguez

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