Un corazón abierto

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El evangelio del día nos habla del corazón humano y nos revela sus deseos más profundos. El interior del corazón del hombre nos muestra quién es, su identidad más profunda, qué piensa y qué es lo que siente.
De esta manera, el hombre conserva en su interior sus anhelos más profundos: aquello que le mueve en su existencia; su debilidad y fragilidad por la que se siente vulnerable; su pecado que le aparta del otro y de Dios. En definitiva, en el corazón del hombre se encuentra concentrada toda su manera de vivir.
Por ello, desde un corazón que se nos desvela podemos conocer cuál es la intención de la persona que nos habla y saber lo que realmente piensa. Solo cuando nos abre su intimidad podemos llegar a reconocer lo que en ella ha puesto Dios para el bien de los otros; su pecado que nos abre a la misericordia de un Dios que perdona su pecado y el mío y su debilidad que la hace necesitada del otro.
De esta manera, cuando una persona nos revela su corazón, solo así, podemos conocer que intenciones tiene, que deseos guarda y que le preocupa, a qué se dedica, que es lo que más le gusta, y lo que menos le agrada… Pero, para que una persona pueda en confianza dar este paso, necesita de otro corazón que acoja sin juicio lo que ella desvela, que escuche sin consejos baratos lo que el otro le quiere transmitir. Necesita una acogida radical para que la apertura sea plena. Se hace evidente que un corazón que se abre no necesita de curiosidad insana de parte de quien lo escucha, porque eso solo hará que el corazón del otro se cierre y la comunicación desaparezca. En este sentido, nos podemos dejar llevar del juicio, de la envidia del otro, porque recibe aquello que nosotros creemos que tenemos que tener. Y no nos dejamos tocar por un corazón que en libertad quiere abrirse a nosotros, para que podamos conocer la obra que Dios hace en él, que es digna de admiración y nos lleva a dejarnos sorprender por lo que el amor de Dios hace en su interior.
Por tanto, el corazón del hombre nos muestra su deseo de verdad, de bien, de belleza, pero también su pecado, su miseria, y su debilidad. Este doble dinamismo nos interpela sobre nuestro propio corazón y nos lleva a poner siempre nuestra mirada en Dios de quien procede el bien y la verdad, para apartarnos del mal y del pecado, que también se dan en el interior del hombre.
Todo nace del corazón. Todo deseo humano, bueno o malo, tienen su origen el interior del hombre de donde brota su anhelo de amor y entrega, así como su inclinación al mal y aquello que le aparta de Dios, y de sus hermanos.
En el interior del hombre se desarrolla todo aquello que le mueve en sus decisiones y en su quehacer diario, sus inclinaciones ante lo que le ocurre en la vida, su motivación más honda a la hora de afrontar su existencia, y su capacidad de desear el bien que le acerca a Dios y le hace libre.
De este modo, el corazón nos pone en movimiento y en salida. Nos lleva a la búsqueda del amor y la paz que el hombre desea. Un corazón que en su interior medita y rumia los deseos de Dios, puede vivir en paz, y tener una vida entregada para los demás.
Por ello, Dios se ha revelado en el corazón del hombre, dándole su Espíritu. Y es este Espíritu el que nos introduce en el corazón de un Dios que ha tomado carne humana. El corazón de Jesús es el lugar donde el hombre pueda habitar y descansar. Y el corazón del hombre es el sitio en que Dios ha venido a morar para estar siempre unido a él.
Así, podemos considerar que en nuestra existencia se produce el encuentro de dos corazones: el del Señor que ha sido abierto en la cruz para nosotros por amor, y el nuestro que entrando en el corazón de Cristo puede palpitar al unísono con él. El corazón entregado, bueno, manso, lleno de paz y alegría del Señor nos hace a nosotros iguales si nos abrimos a él.
La intención del corazón de Cristo: su servicio hasta el extremo, su ansía de dar la vida, el ponerse el último para darse al otro, y su amor por cada uno, si nos introducimos y nos dejamos hacer por él, hacen de nuestro corazón uno como el suyo. En el corazón del hombre se halla el signo de Dios para el hombre que quiere que este entre en su misma vida e intimidad, para que su existencia esté sumergida en el corazón de Dios que viene a amarle.
Belén Sotos Rodríguez