Religión en Libertad

Creado:

Actualizado:

@font-face {

font-family: "Cambria";

}p.MsoNormal, li.MsoNormal, div.MsoNormal { margin: 0cm 0cm 0.0001pt; font-size: 12pt; font-family: "Times New Roman"; }p.MsoNormalCxSpFirst, li.MsoNormalCxSpFirst, div.MsoNormalCxSpFirst { margin: 0cm 0cm 0.0001pt; font-size: 12pt; font-family: "Times New Roman"; }p.MsoNormalCxSpMiddle, li.MsoNormalCxSpMiddle, div.MsoNormalCxSpMiddle { margin: 0cm 0cm 0.0001pt; font-size: 12pt; font-family: "Times New Roman"; }p.MsoNormalCxSpLast, li.MsoNormalCxSpLast, div.MsoNormalCxSpLast { margin: 0cm 0cm 0.0001pt; font-size: 12pt; font-family: "Times New Roman"; }span.textexposedhide { }span.textexposedshow { }div.Section1 { page: Section1; }Las expresiones populares de Madrid han llenado de asombro al personal. Estábamos tan acostumbrados a la pasividad silente de los españoles, a tragar carros y carretas y decir que nos gustaban, que este repente reivindicativo y pre-electoral nos ha cogido con el pie cambiado. Su origen no es una causa concreta, como las grandes manifestaciones provida o contra la guerra. Es la expresión de hastío generalizado y abstracto, total.


Me dicen algunos que los manifestantes de Madrid son sólo antisistema de izquierdas, que están politizados, que quieren jugar a ser Chesguevaras o árabes revolucionarios, que sólo han despertado porque quieren un trabajo, o que son perroflautas y montabullas. Cierto que de eso hay, pero dar esa como única respuesta me parece un reduccionismo que no responde a la realidad. Porque los acampados en Sol son la punta del iceberg, la expresión más visible, mediática y posiblemente instrumentalizada, pero ni mucho menos la más representativa de este cabreo general.


La gente, sobre todo la gente joven, ha necesitado no tener trabajo, ni casa, ni pensiones aseguradas para expresar su indignación. Son cosas del materialismo reinante. Pero los descontentos no sólo piden trabajo, casa y pensiones. España vive una deslegitimación institucional y un desapego político sin precedentes, como consecuencia de una crisis moral que ha corrompido el sistema. La mayoría de los españoles no nos sentimos representados por quienes dicen representarnos: la democracia se ha tornado en partitocracia, la justicia está politizada, la política no busca el bien común (ni siquiera el interés general), los medios están vendidos al poder, el sistema educativo no educa, la televisión idiotiza…

¡Claro que en Sol hay grupos ultra-izquierdistas dispuestos a aprovecharse del malestar social e imprimirle un sello marxista! Pero lo relevante no es eso, sino el malestar del ciudadano, que está por encima de su ideologización.



Mientras los egipcios pedían cambiar a un sátrapa por un sistema democrático, en España no se proponen alternativas más allá de la expresión del descontento, porque la crisis moral que está detrás de la crisis institucional que ahora se critica, ha vaciado el horizonte de criterios de quienes se manifiestan. Los descontentos parecen descubrir que no es lo mismo gobernar de un modo que de otro, que no todos los valores son iguales, ni todas las ideas son respetables. Que el hombre no puede estar al servicio de la masa, ni del poder, ni del Estado, ni del mercado. Pero asumir que no todos los valores ni las formas de vida (y de gobierno) son iguales, choca con el relativismo sobre el que han construido sus vidas. Por eso no hay alternativas, ni ideas-fuerza capaces de aglutinar a todos, sólo el estrépito de una multitud que se manifiesta como pollos sin cabeza, mientras los postcomunistas tocan los bongoes


Estos días, cuando la derecha mediática critica el panfletismo progre de Indignaos y Reacciona, reconoce implícitamente que no ha aportado nada al debate intelectual. En realidad, el primero y casi el único en denunciar esta situación y en llamar a un cambio de vida personal y social, fue Benedicto XVI en Cáritas in veritate. Y el Papa está muy, pero que muy por encima de la derecha o la izquierda. Salvo él, obispos a parte, ningún intelectual católico (o de derechas, en su defecto) ha traducido sus postulados en planteamientos políticos y sociales. Por eso, no sólo son los partidos quienes tienen que tomar nota del hartazgo general. También la Iglesia debe potenciar su misión profética, de anuncio y de denuncia, desde sus laicos, que tienen en el magisterio del Papa y en las palabras de los obispos la más lúcida llamada a la acción para salir de esta crisis.



José Antonio Méndez


tracking