Evangelio según Mamá: teología doméstica para tiempos de multitarea

Mamá multitarea
Dicen los teólogos que el Antiguo y el Nuevo Testamento son dos alianzas divinas que narran la historia de la salvación. Pero cualquiera que haya visto a una madre trabajadora intentar salir de casa antes de las ocho sabrá que también son, secretamente, manuales de supervivencia. Lo que cambia es el decorado: del desierto de Sinaí al atasco de las ocho, del maná celestial al tupper olvidado.
En el Génesis, Dios crea el mundo en seis días y descansa el séptimo. Una madre trabajadora no puede permitirse tal lujo. Su creación es continua, sostenida y, francamente, sin derecho a día libre. La diferencia entre el Creador y ella es que, cuando Él dijo “Hágase la luz”, la luz se hizo. Cuando ella dice lo mismo, el niño responde: “¿Por qué siempre yo?”.
Génesis, versión doméstica
Eva fue la primera en experimentar el vértigo de la culpa laboral: tomó una mala decisión y perdió su puesto fijo en el Edén. Desde entonces, toda madre moderna carga con ese mismo dilema: un correo enviado a destiempo, una reunión que se alarga, un hijo que pregunta si “¿otra vez te vas a trabajar?”. Las hojas de higuera ahora son correos sin leer y facturas pendientes.
Sara, que esperó a Isaac durante años, sabría algo sobre la paciencia necesaria para conciliar. Y Moisés, guiando a un pueblo hambriento y quejoso por el desierto, es claramente la patrón encubierto de las madres que intentan organizar una excursión escolar. “¿No había tumbas en Egipto?”, preguntaban los israelitas. “¿No había yogures en el frigorífico?”, preguntan los hijos. La épica es la misma; solo cambia el escenario.
Nuevo Testamento: multitasking espiritual
Jesús llega y redefine la ley: el descanso se vuelve sagrado, los últimos serán los primeros y las tareas se hacen por amor. En Betania, Marta y María encarnan el dilema eterno: ¿escuchar o servir, contemplar o responder al grupo de WhatsApp del colegio? Cuando Jesús le dice a Marta: “Te inquietas por muchas cosas”, toda madre siente una punzada de reconocimiento. Si el Maestro volviera hoy, quizá añadiría: “Apaga las notificaciones, Marta, que también el silencio es oración”.
La Virgen María, por su parte, no solo encarna la maternidad perfecta, sino también la angustia universal de toda madre: perder de vista al hijo justo cuando parecía que estaba bajo control.
En el templo de Jerusalén, María y José buscan a Jesús durante tres días. ¡Tres días!. (Lc 2,46). Cualquier madre sabe que, a esas alturas, ya habría llamado a la Interpol, Europol, Guardia Civil, al colegio y al grupo de WhatsApp.
Cuando por fin lo encuentran, el muchacho responde con serenidad teológica: “¿No sabíais que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?” (Lc 2,49).
Y María, probablemente, pensó lo que toda madre habría pensado: “Ya hablaremos en casa.”
Epístolas y horarios
San Pablo, que escribía cartas interminables desde una celda, habría entendido perfectamente el teletrabajo. “El que no quiera trabajar, que no coma”, escribió a los tesalonicenses. Una frase que muchas madres han reformulado con precisión pedagógica: “Primero los deberes, luego la merienda”.
Y cuando exhorta a los colosenses a “hacerlo todo de corazón, como para el Señor”, podría estar anticipando a quien responde correos con un niño trepando al sofá. La santidad, sugiere el Papa Francisco en Gaudete et Exsultate, no está reservada a los mártires, sino a quienes “crían con tanto amor a sus hijos”. Lo que quizá no especificó es que a veces la crianza se hace con amor… y con un espresso doble.
Apocalipsis doméstico
“Vi un cielo nuevo y una tierra nueva”, dice San Juan. Y efectivamente: a las diez de la noche, cuando los niños duermen y la casa calla, el cielo se renueva. La madre, exhausta pero libre por fin, contempla la serie de turno con la devoción de quien asiste a vísperas. El Apocalipsis, bien entendido, no es el fin del mundo: es el fin del día.
Porque, en el fondo, toda madre trabajadora vive una historia bíblica en miniatura: creación, caída, redención y esperanza. Si la Biblia se reescribiera hoy, tal vez incluiría un nuevo libro, El Evangelio según Mamá, donde se narrarían milagros cotidianos: la multiplicación de los tuppers, la conversión del café en energía y la resurrección de los ánimos los lunes.
Y el último versículo diría, sin duda:
“Bienaventurada la madre trabajadora, porque de ella será el reino del microondas y del horario flexible.”