Acompañar a quien ha perdido el camino no es sencillo

La ley del amor perdona los pecados, borra los pecados y amonesta para los futuros; no abandona al compañero en el camino y acompaña al que conduce en el camino (San Agustín. Comentario al Salmo 129,3)

San Agustín nos muestra el poder redentor del amor, tanto en su vertiente de amor-trascendente a Dios, como en el sentido de amor-caridad al prójimo. Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos (Mateo 22,37-40) no es una ley impuesta externamente, sino a una ley interior con la nacimos. Una ley que el pecado distorsiona y oculta. Es una ley inscrita en nuestro ser por el Espíritu Santo. Este amor, inspirado por Dios, tiene la capacidad de perdonar el mal recibido, no en el sentido de abolir la justicia divina, sino en el sentido de transformar al pecador. El amor nos permite reconciliarnos con Dios y con la comunidad. El amor-caridad es el fundamento del perdón del mal recibido. El amor-caridad no solo perdona, sino que también borra el dolor que parece imposible de hacer desaparecer. Esto implica una limpieza profunda, una erradicación de las consecuencias del pecado. El amor-caridad no solo cubre la falta, sino que la elimina, la deshace. Es como si el mal nunca hubiera existido. Esta capacidad de borrar el mal recibido está íntimamente relacionado al sacramento de la Penitencia, donde el amor de Dios, manifestado en el perdón sacerdotal, nos limpia y nos restaura.

Dicho esto, también es importante comprender que el amor no es indulgente ni con el mal ni con el pecado. Ni justifica ni minimiza el mal que hacemos o recibimos. Al contrario, el amor verdadero amonesta, advierte y rectifica. Nos transforma, previene contra las tentaciones de odio y nos ayuda a evitar las recaídas depresivas. Señalar el mal no es un castigo, sino una muestra de preocupación y un deseo de nuestro bien. Es como un padre que corrige a su hijo para protegerlo del peligro que no es capaz de ver o entender.

El amor-caridad no es egoísta. No se mira a sí mismo. No se centra en el propio bienestar. El amor-caridad verdadero se preocupa por el prójimo, especialmente por aquellos que están sufriendo o que se han desviado del camino. El amor-caridad no abandona al compañero, sino que lo acompaña, lo sostiene, lo anima. Es un amor solidario, que se hace cargo de las necesidades del otro.

Este amor-caridad no solo acompaña a los que se han extraviado, sino también a aquellos que están liderando, a aquellos que están guiando a otros. El amor-caridad nos da fuerza, nos da sabiduría, nos da paciencia. Nos recuerda que no estamos solos en nuestra misión y que podemos contar con el apoyo de la comunidad. Es un amor que fortalece el liderazgo y que lo ayuda a ser más eficaz. Tristemente, hay veces que este amor-caridad se rechaza y desprecia. Sobre todo cuando el egoísmo y el orgullo cierran el camino a la humildad. Porque aceptar el amor-caridad, cuando hemos actuado mal, requiere abrirnos a la acción del Espíritu Santo, que llama a la puerta de nuestro ser. ¿Tendremos el valor de abrir la puerta?

▶️En el contexto de la evangelización digital, esta frase nos desafía a trabajar y orar para ser modelos de amor-caridad verdadero en las redes sociales. Debemos usar las redes sociales para perdonar, para limpiar, para corregir, para acompañar y para guiar. Debemos trabajar para conseguir que el Espíritu Santo nos transforme en instrumentos del amor de Dios en el mundo digital. Cuando corregimos con amor-caridad y somos rechazados, hay que orar por esta persona.

Esta frase también nos invita a reflexionar sobre nuestra capacidad de perdonar, de reconciliarnos y de acompañar a los demás en las redes sociales. ¿Estamos dispuestos a perdonar sinceramente a aquellos que nos han ofendido? ¿Estamos dispuestos a reconciliarnos con aquellos con quienes hemos tenido diferencias? ¿Estamos dispuestos a acompañar a aquellos que están sufriendo?

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