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Ser sacerdote

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Un joven me comentaba que no se siente atraído por la vocación sacerdotal, no tanto porque crea no tener vocación ni por falta de generosidad, sino porque tiene la impresión de que el “modelo” de sacerdote que se busca hoy no cuadra con lo que él piensa que tiene que ser el sacerdote. Por eso he decidido escribir este artículo, basándome en el Directorio para el Ministerio y la Vida de los Presbíteros, que nos puede dar la clave de lo que realmente debe ser un sacerdote. También señalaré los peligros de una presentación deficiente del sacerdocio.

La crisis de identidad sacerdotal en la actualidad

En las últimas décadas, el sacerdocio ha sido objeto de una profunda crisis de identidad que se manifiesta en diversos ámbitos de la Iglesia. Esta crisis no se debe únicamente a factores externos, como la secularización de la sociedad o la disminución de vocaciones, sino también a una serie de distorsiones internas que han llevado a una visión errónea del sacerdocio. Dos de los principales errores en la concepción del ministerio sacerdotal hoy en día son, por un lado, su desacralización y, por otro, el clericalismo, ambos denunciados en diversas ocasiones por los papas San Juan Pablo II y Benedicto XVI.

1. La desacralización del sacerdocio

Uno de los problemas más graves que afectan a la identidad sacerdotal es la tendencia a reducir al sacerdote a un simple animador pastoral, eliminando el carácter sagrado de su vocación. Esta visión minimiza la naturaleza sacramental del sacerdocio y lo convierte en una función más dentro de la comunidad cristiana, en lugar de reconocerlo como una configuración ontológica con Cristo, Cabeza de la Iglesia.

a) El olvido de la distinción entre el sacerdocio ministerial y el sacerdocio común de los fieles

Desde el Concilio Vaticano II, algunos han interpretado de manera errónea la doctrina sobre el sacerdocio común de los fieles, llevándola a un extremo en el que se niega la diferencia esencial entre este y el sacerdocio ministerial. San Juan Pablo II advirtió sobre esta confusión en Pastores Dabo Vobis, afirmando:

"La Iglesia ha afirmado siempre la diferencia esencial y no sólo de grado entre el sacerdocio ministerial y el sacerdocio común de los fieles. Y, sin embargo, en algunos ambientes eclesiales, la identidad del sacerdote se ha desdibujado hasta tal punto que se lo ha visto como una función más dentro de la comunidad, reduciéndolo a un mero servicio administrativo o de coordinación pastoral." (Pastores Dabo Vobis, 17)

Esta tendencia ha llevado a una progresiva reducción del papel del sacerdote en la comunidad cristiana, marginándolo en algunos casos incluso en la celebración de la Eucaristía, donde se ha promovido un protagonismo excesivo de los laicos. Benedicto XVI insistió en que el sacerdote no es un simple "moderador" de la comunidad, sino que está configurado con Cristo de una manera única:

"El sacerdote no se pertenece a sí mismo. No se trata de una profesión que se pueda ejercer en determinados horarios; es una configuración total a Cristo, que exige una entrega radical y permanente." (Homilía en la Misa Crismal, 2006)

b) La pérdida del sentido de lo sagrado en la liturgia y en la vida sacerdotal

Otro síntoma de la desacralización del sacerdocio es la pérdida del sentido de lo sagrado en la liturgia y en la propia vida del sacerdote. En algunas comunidades se ha promovido una liturgia "horizontalista", donde la reverencia y el misterio han sido sustituidos por una excesiva familiaridad y una búsqueda de espontaneidad que, lejos de acercar a los fieles a Dios, los aleja del misterio de la fe.

Benedicto XVI, con su profundo amor por la liturgia, denunció esta tendencia con gran claridad:

"Cuando la liturgia se convierte en algo que la comunidad 'hace', pierde su carácter sagrado y se convierte en un mero espectáculo humano. El sacerdote, en lugar de ser el mediador entre Dios y los hombres, se convierte en un animador de la asamblea." (Introducción al espíritu de la liturgia, 2000)

Esto ha llevado a que algunos sacerdotes pierdan el sentido de su propia vocación como ministros del altar y mediadores de la gracia. En lugar de ser hombres de oración y contemplación, muchos han asumido un rol meramente administrativo o incluso han reducido su misión a la mera acción social, olvidando que su primera tarea es la salvación de las almas.

2. El clericalismo: la distorsión del sacerdocio como poder

Si bien la desacralización del sacerdocio ha sido un problema en ciertos sectores de la Iglesia, en otros se ha dado el error opuesto: el clericalismo, entendido como la deformación del ministerio sacerdotal en un ejercicio de poder y dominio sobre los fieles. Tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI denunciaron este problema con firmeza.

a) Un sacerdocio entendido como una casta privilegiada

El clericalismo ha llevado a algunos sacerdotes a verse a sí mismos como una élite dentro de la Iglesia, olvidando que su vocación es la de servir, no la de dominar. Este problema ha estado presente en la historia de la Iglesia, pero en la actualidad ha adquirido nuevas formas que afectan la relación del sacerdote con su comunidad.

San Juan Pablo II advertía contra esta mentalidad en Ecclesia de Eucharistia, recordando que el sacerdote no es dueño de la Eucaristía ni de los sacramentos, sino su servidor:

"El sacerdote no puede considerar la Eucaristía como un bien propio del que dispone a su antojo, sino como un don recibido que ha de administrar con humildad y fidelidad." (Ecclesia de Eucharistia, 31)

b) El abuso de poder y la crisis de confianza

El clericalismo ha contribuido, en parte, a la crisis de confianza en la Iglesia. Los abusos de poder, ya sean de tipo espiritual, moral o incluso económico, han generado escándalo y han dañado gravemente la credibilidad del sacerdocio. Benedicto XVI fue contundente en su denuncia de estos abusos, afirmando:

"El auténtico enemigo que debemos temer y combatir es el pecado, el mal espiritual que a veces anida en el mismo seno de la Iglesia y entre quienes deberían ser ejemplos de virtud." (Carta a los católicos de Irlanda, 2010)

El Papa Emérito insistió en que el sacerdote debe ser un hombre de Dios, cuya autoridad no radique en su poder humano, sino en su fidelidad a Cristo y a su misión.

3. Recuperar la verdadera identidad sacerdotal

Ante estas dos distorsiones –la desacralización y el clericalismo– es urgente recuperar la auténtica identidad sacerdotal, basada en la configuración con Cristo Siervo y Pastor. Juan Pablo II, en su magisterio, propuso varias claves para esta renovación:

• Reafirmar la centralidad de la Eucaristía en la vida del sacerdote. Sin una vida centrada en la Misa, el sacerdocio pierde su razón de ser.

• Fortalecer la vida de oración y la relación con Dios. Un sacerdote que no reza es un sacerdote que se desorienta en su misión.

• Vivir el celibato con alegría y sentido espiritual. El celibato no es una carga, sino una configuración con Cristo Esposo de la Iglesia.

• Superar el clericalismo con una auténtica vida de servicio. El sacerdote no es dueño de la comunidad, sino su servidor.

Benedicto XVI insistió en que la clave para la renovación sacerdotal está en la fidelidad a la vocación recibida:

"El sacerdote debe ser ante todo un hombre de Dios, alguien que irradia su presencia porque vive en íntima comunión con Él." (Homilía en la ordenación de sacerdotes, 2009)

El sacerdote: naturaleza, identidad y misión

El sacerdocio es un don de Dios para su Iglesia y una vocación que transforma radicalmente la vida de quien es llamado. El sacerdote no es simplemente un líder religioso, un gestor de comunidades o un especialista en liturgia, sino un hombre consagrado a Dios que actúa en nombre de Cristo para guiar, enseñar y santificar a su pueblo. Su naturaleza, identidad y misión están profundamente enraizadas en el misterio de la redención y en la vida de la Iglesia. A través de la configuración con Cristo, Buen Pastor y Cabeza de la Iglesia, el sacerdote se convierte en mediador entre Dios y los hombres, uniendo el cielo y la tierra a través de su ministerio.

La naturaleza del sacerdocio

La naturaleza del sacerdocio se define por tres características esenciales:

1. Sacramentalidad: El sacerdote es configurado con Cristo mediante el sacramento del Orden, que imprime un carácter indeleble en su alma. A través de este sacramento, el ministro sagrado no actúa por sí mismo, sino "in persona Christi", es decir, en la misma persona de Cristo.

2. Mediación: El sacerdote es puente entre Dios y los hombres. Su vida y su ministerio están al servicio de la comunión entre el Creador y su pueblo, especialmente en la Eucaristía, donde actualiza el sacrificio redentor de Cristo.

3. Consagración y misión: El sacerdocio no es una profesión ni una función meramente organizativa en la Iglesia. Es una vocación que implica una entrega total a Dios y a los fieles. El sacerdote pertenece enteramente a Dios y, por ello, su vida está marcada por la oración, la caridad pastoral y la disponibilidad para servir.

La identidad del sacerdote

La identidad sacerdotal se entiende solo a la luz de Cristo. El sacerdote no se pertenece a sí mismo, sino que ha sido tomado por Dios para una misión específica. Esta identidad se articula en diversas dimensiones:

1. Dimensión cristológica

El sacerdote está configurado con Cristo de una manera única. Es su representante en la tierra y actúa en su nombre. Su ministerio no es una simple delegación de funciones, sino una participación real en el sacerdocio de Cristo. Por ello, el sacerdote está llamado a vivir en total conformidad con el Maestro, imitando su humildad, su compasión y su celo por la salvación de las almas.

2. Dimensión eclesiológica

El sacerdocio no es un don individual, sino un ministerio al servicio de la Iglesia. El sacerdote es signo y servidor de la unidad del Cuerpo de Cristo. Su vida está íntimamente ligada a la comunidad cristiana, a la que debe amar y servir con fidelidad. Además, el sacerdote es llamado a vivir en comunión con sus hermanos en el ministerio, fomentando la fraternidad sacerdotal y evitando el individualismo.

3. Dimensión misionera

El sacerdote no puede encerrarse en su comunidad o limitarse a lo que ya conoce. Su identidad es esencialmente misionera, pues ha sido enviado a anunciar el Evangelio a todos, especialmente a los más alejados. Debe ser un evangelizador incansable, dispuesto a salir al encuentro de quienes necesitan a Cristo.

La misión del sacerdote

La misión del sacerdote se desarrolla en tres grandes ámbitos: la enseñanza, la santificación y el gobierno pastoral. Estos tres aspectos, lejos de ser funciones separadas, están profundamente entrelazados y se complementan en la vida ministerial.

1. Enseñar: el sacerdote como maestro de la fe

El sacerdote tiene la responsabilidad de transmitir la verdad del Evangelio con fidelidad y claridad. Su enseñanza no es propia, sino la de Cristo y su Iglesia. Debe predicar con convicción, formar a los fieles en la doctrina y ayudarles a crecer en la fe. En un mundo donde la confusión doctrinal es cada vez mayor, el sacerdote debe ser un faro de verdad y un guía seguro.

2. Santificar: el sacerdote como ministro de los sacramentos

El sacerdote es dispensador de la gracia divina a través de los sacramentos, especialmente la Eucaristía y la Reconciliación. En la Misa, ofrece el sacrificio de Cristo y alimenta a los fieles con su Cuerpo y su Sangre. En la confesión, actúa como instrumento de la misericordia de Dios, reconciliando a los pecadores con el Padre. Sin una vida sacramental intensa, el ministerio sacerdotal pierde su sentido más profundo.

3. Gobernar: el sacerdote como pastor del pueblo de Dios

El sacerdote está llamado a guiar a la comunidad con sabiduría y caridad. No es un administrador ni un funcionario, sino un padre espiritual que debe cuidar, corregir y animar a los fieles. Su autoridad no es una cuestión de poder, sino de servicio, siguiendo el ejemplo de Cristo, que vino "no para ser servido, sino para servir" (Mt 20,28).

Conclusión

El sacerdote es un hombre elegido por Dios para continuar la obra de Cristo en el mundo. Su naturaleza, identidad y misión están profundamente unidas al misterio de la salvación. No es un simple líder religioso ni un organizador de comunidades, sino un hombre de Dios, configurado con Cristo, enviado a enseñar, santificar y guiar al pueblo de Dios.

En un mundo que necesita urgentemente testigos auténticos del Evangelio, el sacerdote está llamado a ser un signo vivo de la presencia de Cristo. Su vida debe estar marcada por la oración, la entrega y el amor a la Iglesia. Solo así podrá cumplir su misión con fidelidad y convertirse en instrumento de salvación para muchos.

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