¿Un laico puede formar religiosos/as?
Parto de una pregunta: ¿los laicos son -somos- meros receptores en la Iglesia o también emisores, al grado de poder sumar activamente en la formación de las vocaciones a la vida consagrada y al sacerdocio ordenado? Respondo desde la historia que siempre nos orienta cuando el camino no es tan claro. Catalina de Siena, laica dominica del siglo XIV, con sus cartas influyó en la visión de muchos, incluido el papa Gregorio XI, a quien lo invitó a volver a Roma. Concepción Cabrera de Armida, madre de familia mexicana de los siglos XIX y XX, enriqueció la vida espiritual de varios obispos mexicanos y sacerdotes de diversas nacionalidades. Por ejemplo, la de Mons. Ramón Ibarra y González, 1er arzobispo de Puebla o la del P. Félix Rougier Olanier. A la luz de todo esto, podemos afirmar que los laicos, desde su experiencia de Dios y profesionalización en distintos campos, pueden realmente ayudar en la formación de los religiosos para que sean personas bien integradas y desarrolladas humanamente hablando. No al modo de un maestro de novicios, pues como decía Fr. Yves Congar O.P. son vocaciones ontológicamente diferentes, pero sí con participaciones puntuales en el itinerario formativo, pues esto genera dos ganancias a saber. Por una parte, se fortalece el liderazgo de los laicos para que no caigan en el clericalismo o en una dependencia tipo minoría de edad permanente de lo que diga el religioso en turno y, por otra, enriquecen la experiencia de formación tomando en cuenta que ellos son, al mismo tiempo, maestros y destinatarios, están fuera y, a la vez, dentro. Por supuesto, no cualquier laico puede dar una clase en un seminario o acompañar personas, pues se necesitan tres elementos: experiencia de Dios, formación religiosa y profesional, pero los que la tengan es bueno que sean considerados para sumar. Es verdad que Catalina y Concepción no eran profesionistas, pero contaban con otras habilidades humanas y espirituales capaces de compensarlo y así fue.
Ahora bien, ¿a qué viene todo esto? A que me invitaron a dar una charla a un grupo de aspirantes a la vida religiosa y me puse a reflexionar sobre si esto tenía sustento y concluí que, ciertamente, lo tiene y que eso se vuelve una riqueza porque se da una nueva sinergia entre religiosos y laicos. Desde luego, no me considero ni de cerca una figura como las que cité anteriormente, pero me sirvieron para clarificar las cosas y encontrar un nuevo impulso a modo de contribución, una manera concreta de vivir mi sacerdocio bautismal.
La Iglesia sinodal, retomada por el papa Francisco y confirmada por el papa León XIV, no consiste en abrir la caja de pandora para vivir una fe a la carta, sino como ambos lo han ido explicando, caminar juntos y en esto encaja perfectamente una mayor colaboración de los laicos en el itinerario formativo de los y las que, más adelante, les orientarán y también acompañarán. Muchas vocaciones religiosas han perseverado gracias a que un laico o una laica las escuchó asertivamente y estuvo ahí cuando quizá los otros religiosos no podían estar o, pudiendo, no supieron cómo hacerlo y creo que esto es una riqueza que vale la pena subrayar y fortalecer.