No confundir la pequeñez con el conformismo.
Entre católicos, muchas veces nos pasa que, a la hora de exponer un tema o incluso nuestro punto de vista, exaltamos mucho lo de “la pequeñez” o “lo germinal” en plan “buen rollo”; sin embargo, hay que entenderlo desde la perspectiva de Jesús, quien, efectivamente, habló del grano de mostaza, del valor de lo pequeño y de lo sencillo, pero no por el grano en sí mismo, sino por su capacidad de echar raíces, crecer y, con ello, adquirir una mayor dimensión.
La fe nos enseña a ser pequeños, pero con amplitud de horizontes. Es decir, no se opone a pensar en grande. Los fundadores (que han sido santos) lograron combinar muy bien la pequeñez con la grandeza. Pequeñez, porque se sabían en las manos de Dios y renunciaron a tener el control de todo y grandeza porque cuando, por ejemplo, abrían un colegio u hospital, no lo hacían para tres personas, sino en favor de ciudades o comunidades enteras y, movidos por su amor a Dios, veían espacios amplios, personal calificado, etc. Cuando alguien, frente a una obra apostólica en crisis, argumenta que está bien cerrarla porque estamos llamados a lo “pequeño”, hay que explicarle que Jesús lo entiende otro modo. O sea, si está en crisis, ¡luchar por revitalizarla!, porque, aunque las obras no son Dios, se necesitan para dar a conocer su mensaje.
En resumen, pequeñez, sí, pero conformismo, no.