Religión en Libertad

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La Organización Mundial de la Salud explica que “el síndrome de burnout se conceptualiza como resultado de un estrés crónico en el lugar de trabajo que no se ha gestionado con éxito”. Pues bien, aunque la Iglesia abarca realidades más amplias que las laborales, es un hecho que, entre nosotros, como católicos inmersos en diversos proyectos pastorales, podemos agotarnos al punto de caer en un activismo desenfrenado que bien puede relacionarse con el “burnout” y que, además de ser dañino para la salud, afecta también la calidad de nuestra vida interior. Es verdad que tenemos que ser eficientes y prepararnos continuamente para el apostolado, pero esto nunca debe debilitar nuestros momentos de oración, pues ninguna vocación se sostiene cuando Dios pasa a un segundo plano.

Tenemos que superar vicios institucionales como, por ejemplo, la obsesión por el exceso de juntas o el cargarle a una persona tres comisiones distintas sólo porque es eficiente. Ese tipo de prácticas, no tienen nada que ver con el Evangelio, sino que son un desequilibrio que toca atender en tiempo y forma. Por esta razón, tenemos el relato de Marta y María, en el que Jesús nos recuerda que “solo una cosa es necesaria”, dejando en claro que no debe romperse el equilibrio entre la acción (representada en Marta) y la contemplación (representada en María). Tenemos que ser eficientes y, desde una actitud de disponibilidad, esforzarnos en nuestros apostolados, pero sin sobrecargarnos al punto de que nos hagamos daño o debilitemos nuestra relación con Dios. Hay matrimonios que se han roto precisamente porque uno de los dos, confundiendo las cosas, pasaba más tiempo en el apostolado que en su propia casa.

No se trata, como ya se dijo, de vivir una fe cerrada o carente de servicio, sino de saber administrar el tiempo, evitando el activismo. Lo anterior, implica formación, tenerlo en claro y, en algunos casos, saber decir “no”. Lo primero es cuidar nuestra relación con Dios, la guarda del silencio interior y, como consecuencia de ello, pasar a la práctica, a los concretos del día a día. Sto. Tomás de Aquino decía que el apostolado era el desbordamiento de la contemplación, pues al revés simplemente no funciona. En vez de diez juntas, una; en vez de estar 24/07 en la parroquia, mantener un equilibrio entre el servicio y la propia familia.

En la medida en que afrontemos el “burnout” en la Iglesia, seremos más eficaces en la evangelización, pues no seremos simples operadores, sino hombres y mujeres de fe que la viven en la práctica. Insisto, no se trata de retirarnos, de dejar el apostolado, sino de saber administrar el tiempo para que una cosa no ahogue a la otra y, con ello, mantener el equilibrio que se espera de un católico maduro.

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