La naturaleza espiritual de la liturgia

A veces vivimos con una dicotomía espiritual que no es nada sana. Consideramos “oración” sólo lo privado y personal, lo mío y mis cosas tratadas con Jesucristo. A la liturgia la relegamos a un compartimento estanco e incomunicado: ya no es oración, ya no es nada espiritual, sino que se vive como un rito, unas ceremonias más o menos bellas, un espectáculo que realizan los ministros y yo miro, escucho o sigo un folleto. Pero orar, lo que se dice orar, ¡hombre, eso es íntimo! De una forma u otra, se sigue considerando la liturgia como ceremonias sagradas. ¿Pero acaso la liturgia no es oración? ¿No es oración personal y comunitaria-eclesial al mismo tiempo? ¿No se pronuncian oraciones, se cantan salmos, se guarda silencio de interiorización, se intercede, se alaba y se da gracias?
La liturgia es profundamente espiritual. ¿Captamos y deducimos el valor de esta afirmación? La liturgia es profundamente espiritual, es el Espíritu el que obra en la liturgia y por tanto el que nos eleva, el que nos santifica; la liturgia es oración, la gran oración de la Iglesia, la mejor escuela de oración, porque la liturgia misma es oración. Se podría objetar: “es oración vocal”, y clasificarla dentro de esa forma noble de oración, sin embargo, por la estructura misma del hecho litúrgico, las claves que en ella se barajan (Palabra, oración, silencio, canto, alabanza, súplica, acción de gracias, intercesión, adoración, música, expresión del cuerpo que adora –de rodillas o con inclinaciones profundas-, ¡es todo unido!), la liturgia es oración contemplativa, basta saberse sumergir en ella para palpar el Misterio. Entonces la liturgia es el lugar primero donde Dios habla y nosotros escuchamos, y donde nosotros hablamos a Dios. Donde Cristo se da a nosotros –incluso en su presencia sacramental- y nosotros mismos nos entregamos a Él ofreciéndonos.
La liturgia como oración espiritual contemplativa, realizando la liturgia cada vez más espiritualmente, más transida de espíritu, es un reto en la nueva evangelización: ofrecer a los hombres, viviéndolo nosotros, un espacio de adoración, un verdadero Tabor contemplativo en cada celebración litúrgica. El hombre contemporáneo, a veces sin saberlo, va buscando formas de trascendencia, de Absoluto, con el que llenar y saciar su alma inquieta, refugiándose en muchas ofertas que la sociedad presenta para llenarse de algo. El reto es descubrir y entregar a los fieles cristianos, pero a todo hombre que se acerque a la Iglesia, ese espacio de trascendencia y profunda espiritualidad, ese lugar cálido y acogedor, silencioso y elevador, que es nuestra liturgia –que es la liturgia que el Señor nos ofrece en la Iglesia-.
Al celebrar la liturgia, ya estamos orando si sabemos interiorizar, hacer nuestras las plegarias, dejando que la Palabra alcance su plena resonancia en nuestros corazones; amando a Cristo y no anteponiendo nada a Él. Nuevo Tabor, nueva Tienda del encuentro: en la liturgia se nos dan a beber los místicos y santos misterios. Por eso, viviendo bien la liturgia, de modo espiritual, gozoso y contemplativo, ya estamos orando.