Religión en Libertad

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La acción del Espíritu Santo es eficaz en las almas. Lo sabemos y vivimos de esta acción invisible a la par que real. Ya san Pablo en Gal 5,22s señala los frutos del Espíritu Santo: amor, alegría, paz, bondad, afabilidad, dominio de sí... No nacen sin más del sentimiento humano ni de su mundo afectivo, sino que provienen del Espíritu como frutos sobreanturales de su presencia inhabitadora en nosotros.

Incluso en circunstancias adversas, donde humanamente podría reinar la tristeza, el Espíritu ofrece paz y alegría; en momentos de sufrimiento, Él ofrece consuelo... y así se podrían seguir enumerando sus frutos que dependen, en exclusividad de Él.

El Espíritu Santo consuela con su dulzura y suavidad. Es el Consolador y así los que lloran son consolados, y así los corazones quebrantados experimentan su dulzura y sanación.

La alegría es otro fruto del Espíritu Santo en las almas. No es simple exaltación de la psicología, una emotividad desbordante en un momento dado, sino una alegría honda y serena, la de quien se sabe amado por Dios incluso en los momentos de mayor oscuridad. La alegría en el alma permanece incluso cuando humanamente no queda ya nada, porque se vive en la paz de Cristo y abandonado a su amor. Entonces se es capaz de sonreír serena, pacíficamente.

¡Ven, fuente del mayor consuelo! ¡Gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos!

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