Magisterio sobre la evangelización (XXIX)
¿Cómo se evangeliza? ¿Cómo afrontar el reto de una nueva evangelización para masas que sumergidas en la postmodernidad y que vienen de vuelta del cristianismo? ¿Cómo evangelizar en un contexto nuevo, en una cultura nueva, y ante masas que han sido adormecidas para que ni pregunten ni busquen ni tengan sed de lo bello, verdadero y bueno?
¿Alguna receta pastoral? ¿Algún método concreto, novísimo, que funcione de maravilla? ¿Algún plan pastoral que sea casi mágico? Realmente nada de esto. Lo que evangeliza de verdad, y es ahí donde hemos de movernos, es la presencia de un verdadero testigo de Jesucristo, que se ha encontrado con Él y cuya vida ha sido transformada. Un testigo sí evangeliza porque provoca interrogantes, despierta conciencias, su misma presencia es luminosa.
Para evangelizar, qué duda cabe, hay que tomar tiempo para conocer bien la cultura, los retos, las mentalidades y discenir qué necesidades espirituales hay y cómo llevar a Cristo. Es una tarea de formación y discernimiento. Pero nada de esto resultará productivo si no se generan testigos santos del Evangelio. Porque son los santos quienes evangelizan abundantemente. Lo demás, sin santidad, pueden ser fuegos artificiales.
El moralismo es un lenguaje que apenas incide en los oyentes, y, desde luego, no resulta evangelizador. Carga las tintas sobre la moralidad, los pecados y aquello que haya que evitar, o en su versión más vulgar, los "valores" y la "solidaridad", un lenguaje ético hecho para todos los oídos que no suscita una respuesta de conversión. Este lenguaje del moralismo, ciertamente, no evangeliza. Entonces, ¿qué evangeliza? ¿Qué llama la atención y se convierte en un acontecimiento definitivo? La presencia de un testigo, de un santo, de alguien modelado por la Gracia que refleja a Cristo.
La presencia de testigos cualificados sigue vigente. Los santos, silenciosos, caminan entre nosotros. A su alrededor una estela de bien, de belleza y de verdad que sigue fascinando y removiendo la conciencia y la inteligencia de los hombres. Seamos, pues, uno de esos testigos cualificados del Evangelio. Entonces, seguro, estaremos evangelizando.