El canto litúrgico y su belleza
Un gran cuidado y un delicado sentido litúrgico y artístico debe mover a la Iglesia en su música, por su calidad artística, por su letra, por su fin, y son áreas que necesitan un cultivo asiduo:
El convencimiento que de fondo sostiene a la Iglesia es que la belleza auténtica es expresión de lo divino y camino hacia Dios y por tanto la música, cuando es verdadera, es belleza. No sin motivo la Iglesia favoreció el desarrollo de las artes y la Iglesia, creadora de cultura, sigue estimando la belleza musical (y reclamándola hoy para su liturgia). Las palabras de Pablo VI sirven para ilustrar el aprecio por la música:
Era y sigue siendo el deseo de la Iglesia: el cultivo de la música por su valor espiritual y trascendente:
Pues para que los fieles no permanezcan como “extraños y mudos espectadores” (SC 48), el canto ayuda mucho a la participación común, plena, consciente y activa, pero a condición de que el canto no sea algo añadido ni superpuesto a la acción litúrgica, buscando ritmos extraños a la calidad artística de la música ni letras tendentes al sentimentalismo y la subjetividad; la participación en el canto remite necesariamente a la teología del canto y de la espiritualidad de quienes cantan: ¡cantad al Señor un cántico nuevo!
Entonces el canto no será un adorno ni una distracción sino la implicación de la propia vida en lo que canta y haciendo de la vida un canto al Señor. ¡Cantad al Señor un cántico nuevo!, entonces en la liturgia y en la vida cantará la voz, cantará la lengua, cantará el corazón, cantarán las costumbres. Se cantará y se caminará hacia la Jerusalén del cielo donde en las moradas celestiales Cristo Cantor entona al Padre el himno perpetuo de alabanza.
El canto es consustancial a la liturgia, forma parte de su naturaleza; bastaría pensar que el Gloria, el salmo, el Santo, el Agnus Dei... son ´letras de cantos´, que recitados perderían fuerza y sentido.
Pero la música y el texto, formando un todo, deben corresponder a la naturaleza sagrada de la liturgia. Es por ahí por donde debemos trabajar, cultivar la pastoral litúrgica y educar a los coros y corales.
La música y canto litúrgicos en absoluto estorban el recogimiento -si son litúrgicos- sino que lo favorecen, así como ayudan a integrar los momentos previstos de silencio para todos. Canto, música y silencio se reclaman, no se excluyen.