¿Existe un teorema que explique el origen temporal del universo?

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Santo Tomás de Aquino indica que no se puede demostrar filosóficamente que el universo tenga o no un origen temporal. Este inicio en el tiempo nos lo revela solamente la fe, aunque también es cierto que, si algún día la ciencia demostrara que el universo no tuvo un comienzo temporal, no pasaría nada. Nuestra fe no se basa en que haya o no un inicio temporal del universo. El aspecto más importante es la creación del mundo por Dios a partir de la nada, lo cual es independiente del tiempo. Así que lo esencial de nuestra fe siempre va a estar a salvo.
Sin embargo, cuando no se profundiza en el tema, solemos tender a pensar que creación a partir de la nada y creación en el tiempo van necesariamente unidas. Aquí se origina el problema: la falta de formación cuando sostenemos un debate teológico. Nuestra fe está arraigada en Cristo y en su Iglesia, con lo que el único problema en un debate que pone a prueba nuestra fe puede venir de nuestro propio desconocimiento. Y este es uno de esos casos. Suele haber encendidos debates sobre si el universo tiene o no un origen temporal, como si toda nuestra fe dependiera de eso. Ya en la antigüedad, los griegos defendían un universo eterno frente a algunos cristianos, que solían decir lo contrario. Pero Santo Tomás cerró de forma magistral esa disputa.
Con todo, el debate continúa aún en nuestros días. En vez de los griegos, ahora son los ateos quienes apuestan por un universo eterno. La mejor prueba es que cuando el sacerdote belga Georges Lemaître publicó la teoría del átomo primitivo, la primera versión de la teoría del Big Bang, a la mayoría de científicos de su tiempo no les gustaba nada la idea porque evocaba un origen. Y si hay un origen, muchos pensaban que eso apuntaba a que Dios ha creado el universo en ese instante. Todo muy curioso teniendo en cuenta que el propio Lemaître, en línea con Santo Tomás, restaba importancia a esa cuestión.
El intento de manipular la ciencia para hacernos ver que Dios no existe ha continuado hasta nuestros días, y esto ha provocado un efecto rebote. Se han publicado recientemente dos best-sellers: Nuevas evidencias científicas de la existencia de Dios, del español José Carlos González-Hurtado, y Dios, la ciencia, las pruebas, de autores franceses. Ambas obras apuntan a que la ciencia demuestra que Dios existe, y uno de los argumentos estrella es precisamente el del inicio temporal del universo. No dudo de que hacía falta una réplica a tanto libro de perfil ateo, pero deberíamos tener cuidado. El historiador británico de la ciencia John Hedley Brooke alerta de que tratar de sacar de la ciencia más de lo que la ciencia puede ofrecernos, buscando apoyar tesis creyentes o ateas, genera tarde o temprano el efecto contrario (los errores filosóficos de Dawkins están provocando conversiones en no pocas personas).
En Dios, la ciencia, las pruebas, se indica que la teoría del Big Bang apunta a un origen temporal, lo cual se refuerza diciendo que el ruso Alexander Friedman fue el primero en sugerir esta idea, y que por eso lo persiguieron a él y a otros científicos rusos de su época. Además, se cita el teorema de Borde, Guth y Vilenkin, que afirma que cualquier universo que, en promedio, se haya expandido a lo largo de su historia, no puede ser infinito en el pasado, sino que debe tener un límite en el espacio-tiempo. Sin embargo, este teorema no es infalible y tiene sus propias limitaciones. En concreto, se han propuesto modelos alternativos donde la expansión promedio del universo a lo largo del tiempo no se sostiene, como el espacio-tiempo emergente, la inflación eterna o los modelos cíclicos. Además, está el tema de que antes de ese supuesto origen temporal podrían darse fenómenos que desconocemos y que escapen a nuestras teorías actuales. De hecho, las teorías científicas son siempre provisionales, y la del Big Bang está menos establecida cuanto más nos acercamos al instante mismo de su comienzo.