Santo Tomás de Aquino, la ciencia y la fe (I)

Santo Tomás de Aquino
Uno y no más, como Santo Tomás, reza el popular proverbio referido al que muchos consideran como el más grande sabio que ha dado la cristiandad. Este teólogo de la orden de los Dominicos nos dejó un extenso legado intelectual, donde destacan obras como Suma Teológica y la Suma contra Gentiles, y este año conmemoramos el octavo centenario de su nacimiento, 1225. Existe debate sobre sí nació en 1224 pero, como probablemente nunca lo sabremos, puede ser un buen momento este año para celebrar este aniversario.
Resulta curioso saber que Santo Tomás no llegó a concluir su trabajo más brillante, la Suma Teológica. Estaba redactando la tercera parte de esta colosal obra cuando, durante la celebración de una Misa, tuvo una experiencia mística que le dejó profundamente marcado. Lo que vio lo dejó tan impactado que consideró todo lo que había escrito hasta ese momento como "paja" en comparación con la realidad divina. Después de ese evento, dejó de escribir y murió pocos meses después, el 7 de marzo de 1274. Parece que experiencia vivida en ese último compás de su vida lo había preparado para la vida eterna. Un referente de la teología y la filosofía, en la cumbre de su carrera, reconocía que Dios supera cualquier obra intelectual escrita por el hombre. Sabiduría y humildad, dos elementos muy difíciles de encontrar en una sola persona. Pero Santo Tomás nos demuestra que sí es posible, lo que eleva la humildad al máximo exponente.
Aunque Santo Tomás no hizo aportaciones del tipo enunciar una ley física o descubrir algún elemento químico, sí que tiene grandes contribuciones al diálogo ciencia-religión. En primer lugar, fue un hombre que unió fe y razón, lo cual ya constituye la antesala para el diálogo ciencia y religión. Si conseguimos que la fe sea razonable, la ciencia, racional por antonomasia, puede entenderse mejor con la fe. Para lograr esto desarrolló una filosofía basada en la obra de Aristóteles, adaptándola a la teología cristiana. Para él, la fe y la razón no eran opuestas, sino complementarias. Por un lado, consideraba que la razón nos permite comprender el mundo natural, lo que hoy llamamos ciencia; por otro, veía en la fe el camino hacia las verdades trascendentes reveladas por Dios. De este modo se demuestra que ambas, razón y fe, pueden iluminarse mutuamente. Si falta una de ellas, nuestra visión de lo natural y sobrenatural se empobrece.
Otra cuestión muy interesante en Santo Tomás es su visión acerca del principio de la doble verdad, que considera a las revelaciones divinas y los razonamientos humanos ambos como verdaderos, aunque puedan ser contradictorios. Para Santo Tomás no existe una verdad doble. Las verdades de la fe y las verdades de la razón nunca se contradicen, porque ambas tienen su origen en Dios. Esto facilita el diálogo entre ciencia y religión, al establecer que los descubrimientos científicos, correctamente entendidos, no deben contradecir las enseñanzas de la fe. Este pensamiento se prolonga hasta nuestros días, e incluso estuvo presente en el famoso caso Galileo, donde los principios tomistas influyeron en algunos defensores de la compatibilidad entre la fe y los descubrimientos astronómicos, argumentando que la interpretación de las Escrituras debe ajustarse a las evidencias científicas verificadas.