Martes, 30 de abril de 2024

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Lloran tres madres

Lloran tres madres

por Sólo Dios basta

La tarde de Viernes Santo todos ponemos la mirada en el Calvario donde Jesús muere en la cruz ante su Madre y el discípulo amado. Todos los años lo recordamos. Muchas veces lo llevamos a la oración. Forma parte de la cultura popular y de la fe del pueblo que pone en el centro a Cristo y a su lado a la Madre de los Dolores. La Virgen María es testigo de la muerte en cruz de su Hijo. María es testigo de la historia. Forma parte de la historia. María, la Virgen de la Soledad, la noche de Viernes Santo sale por las calles de todos los rincones de España para decirnos que su Hijo ha muerto, pero que ella sigue viva y nos acompaña en el camino de nuestro día a día cuando parece que vamos solos y solo se ve la cruz en el horizonte.

Hay que ir a la noche de Viernes Santo con María llorando una vez que todos desaparecen de escena. Eso no lo recogen los evangelios. Sólo nos detallan el momento de la cruz, del descendimiento y de la sepultura. Luego llega el duelo, la soledad, los llantos en privado. La angustia de una Madre que ha visto cómo han acabado con la vida de su Hijo. Hay que meterse hasta dentro en la noche de Viernes Santo para contemplar esta escena.

Esos momentos quedan en el silencio de la historia sagrada. María, la Madre de Jesús, llorando sola la muerte de su Hijo. Algo que es muy duro, muy triste y muy real. Y un hecho que se repite en la historia. Muchas madres según pasan los siglos han visto morir a sus hijos y han llorado esa despedida prematura. Si seguimos en la historia llegamos a la década de 1930 en España cuando todo cambia y la paz desaparece. Unos años que es bueno conocer a fondo para saber todo lo que acontece en un país divido y donde se quiere eliminar la presencia de Dios a toda costa.

Un gran profesor de historia, Javier Paredes, ha iniciado una colección de libros que titula así: “Testigos de la Guerra Civil española”. Acaba de publicar el primer tomo. Es el diario de una madre que vive el inicio de la guerra en Madrid sufriendo y pasando por todo con tal de salvar su vida y la de sus hijos hasta que consigue dejar la capital de España. Un libro publicado en 1939 y que ahora todos podemos leer en un nuevo formato: Paloma en Madrid. Memorias de una española. De julio 1936 a julio 1937. Los hechos narrados encogen el corazón y abren los ojos a lo que sucede en las calles de Madrid. Muchos momentos que son de antología. Me quedo con uno de ellos:

“Cuando me volvía para regresar a casa, ya de noche, cogí sin darme cuenta, por la acera de Bellas Artes para salir a Alcalá. Me paré indecisa al darme cuenta donde estaba. En aquella cheka se habían cometido los mayores crímenes y de solo pensarlo me dio un escalofrío. A los mismos “rojos” he oído decir que no hay loseta de los sótanos que no haya tenido su baño de sangre. Cuando llegué a la altura de la puerta donde estaba el cine se formó el cuadro más triste que he visto en mi vida.

Cuatro o cinco milicianos sacaron de Bellas Artes a un chico de diecisiete a dieciocho años. Verlo y abalanzarse a él la mujer que estaba en la otra acera fue cuestión de un segundo. _ ¡Hijo mío! ¡Hijo de mi alma!

La pobre mujer lloraba, chillaba y se apretaba contra el muchacho. Me fijé en el muchacho, estaba blanco, angustiado; pero en sus ojos había una firmeza y una impavidez extraordinarias.

Como una loca gritaba agarrándose al muchacho. _ ¿Qué te van a hacer… hijo mío?

Él no decía nada, y la miraba fijamente. Sabía que lo llevaban a fusilar y que todo se había acabado para él. Los milicianos se rebullían, indecisos, tratando de poner fin a aquella escena desgarradora. Yo tenía las lágrimas, que ya me corrían por las mejillas.

Entonces el muchacho cogió resueltamente por los brazos a su madre, la separó de sí y mirándola dulcemente le dijo: _ ¡No llores, madre…, que de aquí voy al cielo…!

Él mismo, rápidamente se metió dentro del coche que partió hacia Alcalá y la pobre madre se quedó allí, como una sombra, inmóvil, llorando dulcemente, sin ruido. Yo seguí despacito, llorando también por la fe tan grande que había visto y pensando que esa es la única verdad” (Paloma en Madrid, pp. 185-188).

¡Esto es historia de España!

Es sólo un momento de una historia que se prolonga durante tres años. Es Madrid, pero esto se repite en muchos lugares de España. ¡España arde en llamas! ¡España es regada con sangre! ¡España lucha entre hermanos!  Cuántos jóvenes que no llegan a los 20 años, como éste del relato, son asesinados por sus creencias religiosas. Ser seminarista o pertenecer a una orden religiosa o ser miembro de la Adoración Nocturna o la Acción Católica o ir a misa con asiduidad es motivo más que suficiente para que un joven que ama a Dios de verdad sea condenado a muerte.

¡Nadie puede negar esta escena!

Este diario pone al descubierto lo que muchos quieren negar y borrar de la historia de España. Dice Santa Teresa que la verdad padece mas no perece. Eso lo vemos realizado una vez más si leemos con atención y emoción una parte de esta historia tan bien recogida en Paloma en Madrid. Lo que queda escrito como un diario personal es la mejor prueba para poder exponer en público lo que algunos libros de historia ocultan a conciencia.

¡Estamos ante otro Viernes Santo pero vivido en Madrid!

Es de noche. La hora de las tinieblas. Una madre espera que su hijo salga de un juicio.  Hay revuelo en la calle. La madre sola. Espera que se abra la puerta. Se le echa al cuello. No le suelta. Intentan separarlos. No pueden. El abrazo se intensifica. El tiempo discurre. Todos miran y contemplan la escena. Y llega la hora. El hijo toma la iniciativa. Llega el desgarro físico. Se separa de su madre. Le mira. Le habla. Le calma. Le consuela. Le abre los ojos a la verdad. Le dice delante de todos los presentes lo que va a pasar. Nadie habla. Todos callan ante la verdad. Las palabras iluminan la noche. Se aleja de su madre. Reza con toda pasión. Se acerca a sus verdugos. Lo hace con libertad. Nadie le obliga. Toma la decisión él mismo. Se monta en el coche. Arranca el motor. Se pierde en la vista. No se escucha ya ningún ruido. La gente se va. La madre se queda sola. Llora desconsolada. Llora en soledad. Llora en la noche. Llora la muerte de su hijo.

Otra madre llora. La que ha puesto la escena por escrito. Llora por ese hijo. Llora por su madre. Llora por dolor. Llora porque ha visto un testigo de la fe. Llora porque la verdad no se esconde. Llora por emoción. Llora porque también es madre. Llora porque sabe lo que supone este hecho para una madre. Llora para que el cielo consuele a esa madre cuyo nombre es desconocido. El suyo sí lo conocemos. Es María. No es casualidad. Dios interviene. María se hace presente en las calles de Madrid cuando un hijo es llevado a la muerte. María ha dicho que sin darse cuenta pasa por allí. Ella tenía otra ruta para volver a casa. Dios pone en su corazón otro camino. Tiene que ser testigo. Ha visto muchas escenas. Y otras muchas que todavía le quedan por descubrir. Pero ninguna como ésta. Es sincera. Busca la verdad. Defiende la verdad. Ama la verdad. Transmite la verdad: “Se formó el cuadro más triste que he visto en mi vida”. Así llora la muerte de ese hijo.

Más lejos o más cerca, según se quiera mirar, hay otra madre que llora. La Madre que conforta al hijo condenado a muerte. La Madre que ha visto morir a su Hijo en una cruz y ahora ve cómo muere otro hijo. Es joven. Lleno de amor. Con gran fe en su Hijo. Ya no lo pueden ver ni la madre de la sangre ni la madre que llora junto a su madre. Las madres de la tierra no ven el desenlace final. Esta otra Madre sí. Es la Madre de Dios. Es la Madre de todos los hijos de Dios. De nuevo se acerca a un hijo antes de morir. Otra vez su Corazón Inmaculado es atravesado por una espada. ¡Cuántos puñales se han clavado en el Corazón de la Madre desde aquel primero junto a la cruz de su Hijo! Seguro que el hijo que muere solo siente la mirada de su Madre. Y el amor. El amor de esa Madre que también llora por él. La Madre de los Dolores llora otra vez. Suenan los disparos. Llora ante ese hijo. Llora por un testigo de su Hijo.

Tres madres unidas ante un mismo hijo. No sabemos su nombre. En el cielo nos espera. Muere inocente. Muere joven. Muere muy joven. Muere convencido. Muere con toda libertad. Muere porque sabe que hay otra vida. Muere porque quiere vivir para siempre. Muere para mostrar el camino. Muere en paz. Y quedan sus tres madres llorando su muerte. María la Madre que ve correr su sangre por las calles de Madrid. María la madre que se cruza en su camino cuando es llevado al suplicio y la madre que da carne y sangre al que ante Dios nunca es un héroe anónimo.

¿Quién puede negar que en la historia de España la noche del 4 de marzo de 1937 tiene lugar en Madrid este encuentro entre tres madres?

¿Quién puede negar que esta escena no se repite muchas noches y en muchos lugares de España durante tres amargos años?

¿Quién puede negar que este cuadro nocturno no es un revivir la noche del Viernes Santo donde por la muerte de un hijo lloran tres madres?

 

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