Sábado, 27 de abril de 2024

Religión en Libertad

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Un gran testimonio de conversión

por Isabel Warleta

Las comunidades metodistas surgen como consecuencia del despertar religioso de un grupo de anglicanos liderados por John Wesley en el siglo XVIII. Éste procedía de una familia de clérigos anglicanos y formó un grupo en la Universidad de Oxford que fomentaba las prácticas piadosas: lectura del Nuevo Testamento, ayuno, examen de conciencia, austeridad, prácticas de caridad,... lo que les valió el nombre, que en principio se les llamaba en tono de burla, de Metodistas.
 
Wesley realizó parte de su trabajo como clérigo anglicano en Estados Unidos, donde se escandalizó de la manera “frívola” en la que algunos de sus parroquianos acudían a recibir la comunión (recordemos que la iglesia de Inglaterra, la High Church, a la que pertenecía Wesley, acepta la presencia real de Cristo en la Eucaristía, aunque con diferencias a como lo hace la Iglesia Católica). Es a partir de aquí cuando, a su vuelta a Inglaterra, comienza a predicar una nueva forma de vivir la fe. Su relación con los Hermanos Moravos alemanes tras acudir a una celebración de corte calvinista en la que experimenta un “avivamiento”, y comienza a predicar la necesidad de una conversión profunda de los cristianos. Su predicación hace que no se le permita predicar en iglesias anglicanas y empieza a hacerlo en lugares públicos como plazas y calles, arrastrando a las clases populares. Al mismo tiempo su hermano Charles se convierte en un gran compositor de himnos que hoy día se cantan en muchas iglesias reformadas.
 
El mayor desarrollo del metodismo se producirá en los Estados Unidos, donde se empiezan a ordenar pastores fuera de la tradición apostólica de la Iglesia Anglicana, lo que produce la escisión total entre el metodismo y la Iglesia de Inglaterra. La estructura del metodismo ayudaría a su extraordinaria expansión. La unidad base es la "clase" (class meeting), grupo de unas diez personas; varias clases constituyen una "sociedad" cuyo pastor o "predicador itinerante" debe visitar las distintas "clases locales". Varias sociedades forman el "circuito", gobernado por el "superintendente" que en América toma el nombre de "obispo". Los "Sínodos" reunen anualmente a los predicadores itinerantes, a los superintendentes y al elemento laico con gran representatividad en el mundo metodista.

Las Iglesias metodistas han sufrido numerosas escisiones a lo largo de su historia, debidas principalmente a la influencia del calvinismo estricto, por una parte, y a la toma de posición respecto a la institución de la esclavitud de los negros, por otra. El hecho de haber nacido como un "despertar" (revival) dentro de la "Iglesia de Inglaterra" hizo que el metodismo no pensase en ninguna especial "Confesión de Fe", ni en la elaboración de una teología propia. Sus creencias básicas son las de los reformadores del siglo XVI, interpretadas bajo la óptica de John Wesley. La tradición metodista ha puesto especial énfasis en el evangelismo, en la acción benéfica y social y en la doctrina de la santificación. Hoy en día se haya escindida en múltiples comunidades.

Características
- Pone el mayor énfasis en las Escrituras interpretadas por cada individuo, como la mayor parte de las comunidades reformadas luteranas y calvinistas. Existe, no obstante, una amplia coincidencia con el cristianismo histórico en doctrinas trinitarias y cristológicas.

- Se insiste con firmeza en la depravación total de la naturaleza humana. Del pecado se acentúan más los aspectos sicológicos y experienciales que la concepción intelectual del mismo. Pero de este modo se resalta, precisamente, el significado del perdón aportado por Jesucristo, que debe experimentarse sensiblemente.

- Se pone especial énfasis en la distinción del obrar divino en el hombre, pero la participación de la libertad de cada ser humano es fundamental, lo que le diferencia de otras corrientes protestantes. La conversión y la justificación constituyen el primer momento del desarrollo de la vida cristiana. La santificación es el segundo momento, y opera un cambio radical en el ser del hombre, siendo muy importantes la meditación y la contemplación, razón por lo que la lectura de obras de mística católica no son extrañas, como las obras de San Juan de la Cruz.

- El culto metodista realza la predicación de la Palabra, pero no olvida los aspectos sensibles del creyente dando gran importancia a los himnos que son cantados por toda la asamblea y no solamente por el coro como era costumbre en la época de la fundación.
En ésta página podéis encontrar los Himnos originales de Charles Wesley (hermano de John) y las músicas correspondientes:
El metodismo supuso una gran revolución en su época dentro de las iglesias reformadas de los Estados Unidos. Hoy día las comunidades no son tan “vivas”, y muchos de los que se inician como metodistas evolucionan hacia el evangelismo y el pentecostalismo.
Este es el caso de Dave Armstrong, de quien os traigo el testimonio y que al igual que en otros casos ya publicados, pasó por numerosas denominaciones antes de acabar Volviendo a Casa. Es un modelo de conversión profundamente intelectual, la lectura de obras de todas las denominaciones cristianas le empujó a la Iglesia Católica, y con él a un buen grupo de amigos. Se trata de un proceso de años no exento de sufrimiento, dudas y cabezonería. Os puede ilustrar mucho sobre las comunidades evangélicas.
Al final os pongo un enlace con un vídeo de you-tube de la canción “Amazing Grace”, escrita por John Newton, clérigo seguidor de Wesley y ex traficante de esclavos, cantada por el autor metodista Chris Tomlin, una de las “estrellas” de música cristiana de hoy.
Espero, como siempre, que sea de vuestro agrado.
 
 
CARTA ABIERTA A UN EVANGÉLICO, por Dave Armstrong
 
 
1.- Me fui al frente para ser salvo.

Nada en mi vida habría indicado éste giro sorprendente, pero fue la muestra de la siempre inescrutable misericordia y providencia de Dios. Mi primer conocimiento sobre la Cristiandad vino de la Iglesia Metodista Unida, la denominación en la que yo fui educado. La iglesia a la que nosotros asistíamos, en un barrio obrero de la ciudad de Detroit (Michigan, Estados Unidos), me parecía, así como a cualquier niño en los comienzos de la década de 1960, que estaba en el declive sociológicamente hablando, tanto así que la media de edad de los miembros era aproximadamente cincuenta o más años. En mis estudios años después como evangélico, aprendí que la reducción y el envejecimiento de las congregaciones eran uno de los signos visibles del deterioro del protestantismo.
 
Mi temprana educación religiosa no era del todo gratis, sin embargo, a medida de que yo iba ganando respeto por Dios, lo que nunca abandoné fue la comprensión de Su amor para la humanidad y un gran aprecio por el sentido de los mandatos morales básicos y sagrados. De todos modos, por alguna razón, no tuve interés por la cristiandad en ese momento.
 
En 1969, a la edad de once años, entré en contacto por vez primera con el "llamado al altar" de la cristiandad fundamentalista en una Iglesia bautista que nosotros visitamos dos o tres veces. Me fui al frente para ser “salvo” de forma absolutamente sincera, pero sin el conocimiento o la fuerza de voluntad requeridas (por las normas evangélicas más solícitas) para llevar a cabo esta resolución temporal. Durante éste período, me fasciné con lo sobrenatural, pero desgraciadamente, entré en los terrenos de un ocultismo vago: la telepatía, la Ouija, la proyección astral e incluso la brujería vudú (¡con un maestro vicioso de mi gimnasio en mente!). Leía sobre Houdini y Uri Geller, entre otros. El primero famosísimo mago norteamericano de principios de siglo XX. El segundo un británico de origen israelí que dobló una cuchara sin tocarla, solo con la mente, en vivo y en directo. Todo esto fue parte del camino en Mi Conversión al Catolicismo.

2.- De la crisis pase a una renovación espiritual.

Entretanto, mi hermano Gerry que es diez años mayor que yo, se convirtió, en 1971, al Evangelismo, una tendencia que estaba en su apogeo en ese momento. Él sufrió una transformación realmente notable, saliendo del círculo cultural del típico roquero drogadicto y pendenciero, y empezó a predicar de forma celosa en nuestra familia. Éste era un espectáculo nuevo para mí. Yo ya tenía influencias de la contracultura hippie, y como siempre había sido de alguna forma anticonformista, el “Jesus Movement” (Movimiento de Jesús) tuvo una fascinación extraña para mí, aunque no tenía ninguna intención de unirme a ellos. Me sentía orgulloso de mi "moderación" con respecto a las cuestiones religiosas. Como la mayoría de los cristianos sinceros, nominales e incrédulos, reaccioné a cualquier despliegue de Cristiandad seria y devota con una mezcla de miedo, burla y condescendencia, mientras pensaba que tal conducta era "impropia", fanática, y fuera de la corriente principal la cultura americana.
 
A principios de los años 1970 visité la Iglesia luterana el Mesías en Detroit de forma ocasional, a la que mi hermano asistía junto con sus amigos melenudos del "Jesús Freak", y me retorcía en mi asiento convencido por los sermones poderosos del pastor Dick Bieber, un personaje del tipo de esos de los que yo nunca había oído hablar. Recuerdo que pensaba que lo que él estaba predicando era indisputablemente la pura verdad, y si se trataba de la cuestión del “ser salvo" no había lugar para los tibios o para los cobardes. Pero al mismo tiempo era renuente, por decirlo de alguna forma, porque pensé que sería el fin de la diversión y la convivencia con mis amigos. Debido a mi rebeldía y orgullo, Dios tenía que usar los métodos más drásticos para mi despertar.
 
En 1977 experimenté una depresión severa durante seis meses lo cual era totalmente atípico en mi temperamento de antes. Las causas inmediatas eran las presiones en la última adolescencia, pero de forma retrospectiva está claro que Dios estaba permitiendo que viviera el último sin sentido de mi vida: una demanda individualista, vacua y fútil por alcanzar la felicidad sin el propósito o la relación con Dios. Yo fui llevado, tambaleándome, al fin de mí mismo. Era una crisis existencial aterradora de la que no tenía ninguna otra salida sino clamar a Dios. Él respondió rápido. En la Pascua de 1977 la extraordinaria película "Jesús de Nazaret" de Franco Zeffirelli (todavía mi película cristiana favorita) pasaba en la televisión.
 
Siempre había disfrutado con películas de la Biblia, como "Los Diez Mandamientos". Consideraba que la mayoría daba vida a los personajes bíblicos, y el elemento de drama (como forma de arte) me comunicó la vitalidad de la Cristiandad de una manera única como hizo el “Jesus Freak”, pero no eran más que otro de tantos inventos norteamericanos e ingleses para convencer a la gentes sobre la soberanía de Jesucristo Nuestro Señor en nuestras vidas cayendo en un sincretismo que raya con lo pagano y lo vicioso. La persona de Jesús no necesita de tales espectáculos y doctrinas tan showbiz para ser proclamado. Pero en "Jesús de Nazaret", Jesús, tal y como fue retratado, dejó una impresión extraordinaria en mí y el momento no podría ser mejor. Él aparecía como el último anticonformista que me apelaba. Sin darme cuenta esto era parte de Mi Conversión al Catolicismo. Me maravillé de la manera como Él había tratado a las personas y te hacía darte cuenta de cosas que tu nunca habías esperado que diría o haría con una visión o impacto incomparables. Empecé a comprender, con la ayuda de mi hermano, la razón del Evangelio por primera vez: lo qué la Cruz y la Pasión significaban, y algunos de los puntos básicos de la teología que nunca me había planteado antes. También aprendí que ese Jesús no sólo era el Hijo de Dios, sino Dios el Hijo, la Segunda Persona del Trinidad algo que, increíblemente, yo no había oído previamente, o simplemente no comprendí si lo había oído.
 
Empecé a leer seriamente, por primera en mi vida, la Biblia (la traducción de la Biblia Viviente que es la paráfrasis más informal). Fue la combinación de mi depresión y el nuevo conocimiento de la Cristiandad lo que causó mi decisión de seguir a Jesús como mi Señor y Salvador de una forma mucho más seria; así en julio de 1977 experimenté lo que yo consideraría una "conversión a Cristo", y lo que según la visión evangélica se considera como la experiencia de "el nuevo nacimiento" o "ser salvos."
 
3- Asisití a las Asambleas de Dios, Luteranos y otros más. Continúo viendo esto como un paso espiritual válido e indispensable. A pesar de mi estallido inicial de celo, me asenté de nuevo en la tibieza durante tres años hasta agosto de 1980, cuando finalmente rendí mi ser entero a Dios, y experimenté una "renovación" profunda en mi vida espiritual. A lo largo de los años ochenta asistí a Iglesias luteranas, a las “Asamblea de Dios”, y a sectas no denominacionales con fuertes conexiones con el "Jesús Movement", caracterizadas por la juventud, la espontaneidad de culto, música contemporánea y el compañerismo caluroso.
 
Muchos de mis amigos eran antiguos Católicos (apóstatas). Supe poco de Catolicismo hasta los inicios de la década de 1980. Lo consideraba como una "denominación" exótica, austera e innecesariamente ritualista que no tenía mucho atractivo para mí. No me sentía atraído por mi naturaleza a la liturgia y no creía en absoluto en los sacramentos, aunque siempre sentí gran reverencia para la “Cena del Señor” y creí que algo real se impartía en ella. Por otro lado, nunca fui públicamente anticatólico. Habiendo tenido parte activa en trabajos apologéticos contra el culto (especializando en russelismo o testigos de Jehová), comprendí rápidamente que el Catolicismo era completamente ritualista.
 
Creía que la Iglesia Católica era diferente de las sectas en eso de que tenía “doctrinas centrales” correctas, como la de la Trinidad y la Resurrección corporal de Cristo, así como una legitimidad histórica admirable; para mí era totalmente cristiana, aunque inmensamente inferior al evangelismo. Era, se puede decir, un típico evangélico pero de la especie que tiene cierto interés teológico, un interés mayor por conocer que la media de evangélicos. Me familiaricé con las obras de muchos de los “grandes”: C.S. Lewis, Francis Schaeffer, Josh McDowell, A.W.Tozer, Billy Graham, Hal Lindsey, John Stott, Chuck Colson, la revista Christianity Today, Keith Green y los Ministerios “Last Days”, la Jesus People en Chicago y la revista Cornerstone, la hermandad Cristiana Inter-Varsity (una organización universitaria), así como con la música cristiana, influencias lo bastante beneficiosas como para no sentirse arrepentido en absoluto.
 
Mi fuerte interés en la evangelización y la apologética me llevó a convertirme, con el permiso de mi iglesia evangélica, en misionero en los campus de la universidad durante cuatro años. También me involucré en el movimiento pro vida y en la Operación Rescate. Se me hizo claro rápidamente que los misioneros católicos eran tan comprometidos con Cristo y piadosos como los evangélicos. En forma retrospectiva, no hay nada igual a la extensa observancia de los Católicos devotos. Me había encontrado con un sinnúmero de evangélicos que exhibían lo que yo pensé era un camino serio con Cristo, pero raramente con la intensidad como en la vida de los Católicos.
 
4.- Empecé a conocer y a tener amigos católicos. Empecé a hacerme amigo de mis hermanos católicos de los Rescates y a veces en las visitas a la cárcel, incluso sacerdotes y monjas. Aunque todavía escéptico teológicamente, mi admiración personal para con los católicos ortodoxos despegó como un misil Tomahawk.
 
En enero de 1990 empecé un grupo de discusión ecuménico que yo moderaba. Tres amigos católicos conocedores del movimiento del Rescate, John McAlpine, Leno Poli y Don McSween, empezaron a asistir. Sus reclamos para la Iglesia, particularmente lo concerniente a la infalibilidad papal y conciliar, me llevaron a zambullirme en un proyecto masivo investigación en ese asunto. Creí que había encontrado muchos errores y contradicciones a lo largo de la historia. Después comprendí, sin embargo, que mis muchos "ejemplos" no entraron ni siquiera en la categoría de declaraciones infalibles, como mi explicación de lo definido por el Concilio Vaticano de 1870. También fui un poco deshonesto porque pasaba por alto hechos históricos que confirmaban fuertemente la posición católica, como la aceptación temprana de la Presencia Real, la autoridad del Obispo y la comunión de los santos. Sin duda que no fue fácil el camino de Mi Conversión al Catolicismo, ni lo es para aquel que busca la verdad con sinceridad.
 
Entretanto, yo estaba leyendo libros exclusivamente católicos (y todos los tratados cortos de Respuestas Católicas) con una mente abierta, y mi respeto y entendimiento del Catolicismo crecieron. Empecé (providencialmente) por "El Espíritu del Catolicismo" de Karl Adam, un libro demasiado extraordinario como para resumir adecuadamente aquí. Es, yo creo, un libro casi perfecto sobre el Catolicismo como un mundo y un estilo de vida, sobre todo porque se trata de una persona familiarizada con la teología católica básica. Leí los libros de Christopher Dawson, un gran historiador cultural, Joan Andrews (una heroína del movimiento del Rescate) y Thomas Merton, el famoso monje trapense, todos los cuales me impresionaron sumamente.
 
Mis tres amigos de nuestro grupo de discusión continuaron respondiendo serenamente a los centenares de preguntas mías. Estaba asombrado al darme cuenta de que el Catolicismo parecía haber sido “bien pensado”, era un maravilloso y complejo sistema de creencias consistente, incomparable a cualquier grupo de "cristianos evangélicos".
 
En este momento me preocupé tremendamente por la aceptación protestante (y mi propia aceptación), libre y fácil de la contraconcepción. Vine a creer, de acuerdo con la Iglesia, que una vez uno considera el placer sexual como un fin en sí mismo, entonces el llamado derecho al “aborto" no está lógicamente lejos. Mis amigos evangélicos de pro vida podrían ser fácilmente la excepción, pero otros menos dispuestos espiritualmente lo aceptaban, como se ha confirmado por completo por la revolución sexual en total auge desde que el uso extendido de la píldora empezó, alrededor de 1960. Una vez una pareja piensa que ellos pueden frustrar el deseo de Dios en el tema de una posible concepción, entonces la noción de terminar un embarazo le sigue por una cierta lógica diabólica desprovista de la guía espiritual de la Iglesia. En esto, como en otras áreas tales como el divorcio, la Iglesia es el innegablemente sabia y verdaderamente progresista. G.K. Chesterton y Ronald Knox, los grandes apologistas, ya pudieron ver los graffitis en la pared alrededor de los años treinta. Yo estaba absolutamente asustado por el hecho de que ningún grupo cristiano había aceptado la anticoncepción hasta que los anglicanos en 1930 lo hicieron, y la inevitable progresión en las naciones hacia la aceptación del aborto, como había sido mostrado irrefutablemente por el padre Paul Marx.
 
Finalmente, un libro titulado "La Enseñanza de Humanae Vitae" de John Ford, me convenció de la distinción moral entre la anticoncepción y la Planificación de la Familia Natural y me llevó al límite. Acepté algunas creencias no muy "protestantes", pero incluso ni siquiera aún soñaba con hacerme católico (qué es, claro, inconcebible para un evangélico).
 
5.- Al investigar y profundizar comencé a experimentar un peculiar, intenso, e inexpresable sentimiento místico de reverencia para la Iglesia "Una, Santo, Católica y Apostólica". Todavía me encontraba al principio de un proceso de conversión. Entretanto, mi esposa Judy, que fue educada como católica y se convirtió en protestante antes de que nosotros nos conociéramos, también se había convencido de forma independiente de la equivocación del anticoncepcionismo. Ella regresó a la Iglesia Católica el día en que yo fui recibido. ¡Que linda es la unidad!
 
Entonces, en julio de 1990, yo ya estaba convencido de que el Catolicismo tenía la mejor teología moral que cualquier otro cuerpo cristiano, y respeté grandemente su sentido de comunidad, devoción y contemplación. La teología moral y los elementos místicos intangibles empezaron a danzar el baile de la conversión para mí, y cada vez más se arraigaban profundamente dentro de mi alma; más allá de, pero no opuestos a los cálculos racionales de mi mente.
 
Mi amigo católico, John, cansado de mi lata constante sobre los errores católicos y de adiciones a través de los siglos, sugirió que yo leyera el "Ensayo sobre el Desarrollo de Doctrina Cristiana" del Cardenal Newman. Este libro demolió completamente el esquema de la historia de la Iglesia que yo había construido. Pensaba que los Cristianos primitivos eran protestantes y que el Catolicismo era una corrupción tardía (aunque yo colocaba el derrumbamiento en la tardía Edad Media en vez de en tiempos de Constantino en el siglo IV). Martín Lutero, pensaba, había descubierto en la Sola Scriptura los medios para limpiar los agregados católicos acumulados en la originalmente limpia e inmaculada nave cristiana.
 
La Tradición, para Newman, era como un timón y un volante, y era completamente necesaria para la guía y dirección. Como una carta de navegación. Newman demostró brillantemente las características del verdadero desarrollo, opuesto a la corrupción, dentro de la Iglesia Católica, visible e históricamente instituida por Cristo. Yo me encontré incapaz y sin voluntad de refutar su razonamiento, y un pedazo crucial del enigma se había establecido en mi mente: la Tradición era ahora creíble y evidente para mí. Así empezó lo que de alguna forma se llama un "cambio del paradigma". Mientras leía el Ensayo experimenté un peculiar, intenso e inexpresable sentimiento místico de reverencia a la idea de una Iglesia "Una, Santa, Católica y Apostólica". El Catolicismo era ahora pensable y caí de repente en una crisis intensa. Creía ahora en la Iglesia visible. Una vez que acepté la eclesiología católica, le siguió la teología y yo la acepté sin dificultad (incluso las doctrinas Marianas).
 
Mis amigos católicos habían estado cultivando las tierras rocosas de mi voluntad y mi mente tan tercas durante casi un año, mientras plantaban las “Semillas Católicas”, que ahora rápidamente tomaron raíz y crecieron, para su gran sorpresa. ¡Yo había luchado duro justamente antes de leer a Newman, en un esfuerzo desesperado por salvar mi protestantismo, tanto como un hombre ahogándose poco antes de que sucumba! Mi conversión al Catolicismo estaba acercándose sin darme cuenta.
 
Continué la lectura, mientras intentaba activamente asentarme totalmente en el Catolicismo, pasando por la autobiografía de Newman, el libro de Tom Howard "Ser Evangélico no es suficiente", que me ayudó a apreciar al genio de la liturgia por vez primera, y dos libros de Chesterton acerca del Catolicismo.
 
6.- Conversé con un ex pastor y me quedé sorprendido. Más o menos en este tiempo tuve una conversación con un viejo amigo que también había sido mi pastor durante unos años y cuyas opiniones teológicas yo tenía en muy alta consideración. Admití ante él que estaba en problemas con ciertos elementos de protestantismo, y podría, quizás (pero era una noción improbable) estar pensando en volverme Católico. Para mi asombro, él me dijo que él también estaba yendo en la misma dirección, citando, en particular, el problema que la formulación y declaración del Canon de la Escritura tiene para los protestantes y su premisa de "Sólo Biblia".
 
Este tipo de eventos raros de "confirmación" ayudaron a crear en mí un fuerte sentimiento de que algo extraño estaba ocurriendo en este período previo a mi total conversión. Él estaba en tal crisis teológica (como estaba yo), que renunció a su pastoral a los dos meses de nuestra conversación. También en este momento yo tuve el gran privilegio de encontrarme con el padre John Hardon, el eminente catequista jesuita, y empecé a asistir a sus clases informales sobre espiritualidad. Esto me dio la oportunidad de aprender personalmente de un sacerdote católico lleno de autoridad, que también es un hombre humilde.
 
Después de siete semanas de cuestionar mi salud y llegar a nuevas cúspides del inmenso descubrimiento, el último soplo de muerte vino justo en la forma que yo había estado sospechando. Supe que si debía rechazar el protestantismo, entonces tenía que examinar sus raíces históricas: la autodenominada Reforma Protestante. Yo había leído previamente algún material acerca de Martín Lutero, y lo consideré uno de mis héroes más grandes. Acepté el mito usual de Lutero como el intrépido, el rebelde virtuoso contra la oscuridad de la tiranía católica y la superstición añadida a la “Cristiandad Primitiva”.
 
Pero cuando estudié una gran porción del libro biográfico de seis volúmenes sobre Martín Lutero, "Luther" del jesuita alemán Hartmann Grisar mi opinión de Lutero fue puesta patas arriba. Grisar me convenció de que los principios fundamentales de la Revolución protestante eran en total débiles. Yo siempre había rechazado las nociones de Lutero sobre la predestinación absoluta y la depravación total de humanidad. Ahora comprendí que si el hombre tuviera libre albedrío, no tendría porque ser declarado virtuoso en un sentido meramente judicial, abstracto, pero podría participar activamente en su redención y realmente podría hacerse virtuoso por la Gracia de Dios. Éste, de alguna forma, es el debate clásico sobre la Justificación. Aprendí muchos hechos perturbadores acerca de Lutero; por ejemplo, su metodología existencial sumamente subjetiva, su desdén por la razón y el precedente histórico, y su intolerancia dictatorial hacia los puntos de vista contrarios, incluyendo aquellos provenientes de sus compañeros protestantes. Éstos y otros descubrimientos me estaban aturdiendo, y me convenció más allá de toda duda de que él realmente no era un "reformador" de la Iglesia "pura" y pre-Nicena, sino mejor un revolucionario que creó una nueva teología en muchos, aunque no todos, los aspectos. El mito fue aniquilado. Ahora yo estaba "escéptico" con el concepto protestante común de la iglesia invisible, "redescubierta" .
 
Al final, mi amor innato por la historia jugó una parte crucial en mi abandono del Protestantismo, que tiende a prestar muy poca atención a la historia (el no conocer la historia hace fácil estar contra del Catolicismo). Era cristiano, pero a estas alturas se volvió, en mi opinión, un deber moral e intelectual el abandonar el protestantismo en su forma evangélica. Aún no era fácil. Los viejos hábitos y percepciones mueren difícilmente, pero yo me negué a permitir que los sentimientos y prejuicios interfirieran con el proceso maravilloso de iluminación en el que predominó la gracia de Dios para ser más cristiano.
 
7.- Tuve que rendirme a la Verdad. Yo esperé expectante el último ímpetu para rendirme totalmente. El curso imprevisible de conversión llegó a su culminación el 6 de diciembre de 1990, mientras yo estaba leyendo la meditación del Cardenal Newman sobre “La Esperanza en Dios Creador" y en un momento comprendí de forma resuelta que ya no debía oponer resistencia alguna a la Iglesia Católica. Al final, como en la mayoría de las experiencias de los conversos, un miedo heladísimo toma su lugar, similar a los de los temblores de antes del matrimonio. En un momento, este último obstáculo desapareció, y una paz emocional y doctrinal prevaleció.
 
En los siguientes tres años desde mi conversión al Catolicismo, han ocurrido algunas cosas asombrosas en nuestro círculo de amigos (yo no reclamo mérito para mi en éstos casos, he sido tal vez una influencia pequeña, sino, la forma tan maravillosa en que Dios mueve los corazones de las gentes). Cuatro personas han regresado a la Iglesia de su niñez y tres, como yo, nos hemos convertido del protestantismo de toda la vida al auténtico cristianismo: el catolicismo. Éstos incluyen a mi anterior pastor, Al y su esposa, Sally, uno de mis más buenos amigos y compañero frecuente en la comunidad evangélica y su esposa Lori; el amigo de toda la vida de Dan, Joe Polgar, quien había estado virtualmente en el paganismo por unos años; otro amigo, Terri Navarra, y la hija de un amigo, Tom McGlynn, Jennifer.
 
Adicionalmente, otra pareja que nosotros conocemos y que se había convertido a la Ortodoxia Oriental regresó al catolicismo, una segunda está pensando en serio hacer lo mismo y una tercera pareja puede convertirse al Catolicismo. No es necesario decir, que muchos de nuestros amigos protestantes ven estos sucesos con trepidación enmudecida. ¡Uno de mis anteriores pastores, en el encuentro más acalorado que tuve desde que mi conversión, me llamó "blasfemo" porque yo había creído que había más en la Tradición Cristiana que simplemente en lo que contiene la Biblia! ¡Otro buen amigo que es ministro bautista dice que aunque haya cometido un error terrible, todavía estoy salvo debido a su creencia en la seguridad eterna! Después de todo, gracias a Dios, ha sido una experiencia bastante suave entre nuestros amigos protestantes evangélicos.
 
Muchos ignoran nuestro Catolicismo del todo. Yo creo que todos los Católicos pueden compartir estas experiencias que viví y que he estado describiendo en el sentido que cada nuevo descubrimiento de alguna verdad católica es igualmente estimulante. A medida en que todos nosotros crezcamos en nuestra fe, alegrémonos en los abundantes manantiales de deleite, así como en los tiempos de sufrimiento que Dios nos provee en su Cuerpo, totalmente manifestado en la Iglesia Católica. Yo me siento muy en casa, tanto como podría esperarse en este lado de cielo. AD MAIOREM GLORIAM DEI
 
Dios te siga bendiciendo.

 
AMAZING GRACE, Chris Tomlin

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