Sábado, 04 de mayo de 2024

Religión en Libertad

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LA EXPLICACIÓN DEL BEATO JOSÉ POLO BENITO, SIRVE PARA 1932 COMO PARA 2023

La devoción sempiterna a la Virgen del Carmen

por Victor in vínculis

Otro día clásico de la religiosidad española. Desde la amanecida hasta el anochecer. Desde la punta de Cádiz hasta el cabo Finisterre. ¿Cuántas plegarias subirán, vehementes, del corazón a los labios? ¿Sobre cuántos pechos se impondrá el escapulario, como una prenda de fidelidad, como un escudo de salvación, como blasón de la ilustre orden carmelitana? Hago punto y cambio el motivo; pues, con ser estos primeros pasos introducción, no más, a la vida devota, superan con tanto exceso las dimensiones del pensar y sentir, ahora corrientes, que oyendo estoy el reparo: ¡eso a la Iglesia, pero no al periódico; al sermón, pero no al artículo!, como si toda España hubiera dejado de ser con la República tierra de María Santísima y templo que le está secularmente dedicado.

Radica aquí el núcleo de nuestra inmunidad de creyentes, que no destruirá nunca la arremetida laicista, como que es la Virgen en su titular del Carmelo, entraña viva del pueblo español, cuando llora o canta, cuando trabaja o reza. Tiene esta advocación resplandor de cielo, cosecha de amores, madurada al sol de julio ardiente sobre las tierras y las almas, características que la perfilan y sitúan en zona diferente a las demás que ostenta la Señora. Porque se nos ofrece como inmaculada, hollando con su pie la cabeza de Satán; en los dolores, sufriendo angustias inefables de madre que contempla el martirio de su hijo, que era Dios; pero en esta manifestación del Carmen, ternuras de mujer, dones de reina, amparo de maternidad, se enlazan y articulan en el símbolo de la nubecilla, breve como la huella del pie humano, que, levantada del mar a la vista del profeta Elías, erguido en la cumbre del monte Carmelo, la mira extenderse, cubrir el horizonte y convertirse, al fin, en copiosísimo aguacero, que llenó de fecundidad la tierra, de años atrás endurecida y seca. Y así esta devoción, en su primer característica de antigüedad, remonta el espíritu más allá del nacimiento de María, invitándonos a su contemplación, no ya en la realidad, sino de cuando solo vivía en la mente de Dios y de su pueblo elegido. Virgini pariturae, que decía el viejo altar de los druidas -uniendo las dos alianzas, los dos testamentos, las dos Iglesias separadas por la cruz. Benéfica nube, suspendida entre tierra y cielo, en calidad de perpetua mediadora; templa los ardorosos rayos del sol de justicia, llueve al justo en frases de la Escritura, cubre misericordiosa al pecador, prodigando consuelo en sus dolores, pan en sus hambres y medicina en sus dolencias. Y he aquí ya la segunda característica, a la cual responde una veneración tan universalmente celebrada, que en las rimas de la poesía popular se cantan con soberano acento, fe y esperanza, gratitud y amor.

No sé que haya nadie compuesto el cancionero carmelitano, pero lo hay tan copioso y selecto, tan robusto y delicado en la inspiración de las mil coplas, que por sabidas corren de boca en boca, que bien pudiera el son de cada una de ellas acompañar a los trances de la vida individual, familiar y social.

Ved, si no, con qué acierto y donosura, recogidas en índice de cuatro versos, trazan las gentes del pueblo el perfil excelso de la celestial figura, sin adornos de sabiduría teológica, mas con rasgos de exactitud, tan firmes y seguros, que no consienten corrección y enmienda:

          Hay una Virgen del Carmen

          con cetro y escapulario

          para salud de los buenos

          y gobierno de los malos. 

¿Leísteis alguna vez descripción más precisa y contorneada de cualidades y poderes? A la hora más gloriosa de la mujer, cuando ya madre, pegados ojos y boca al borde la cuna, se abisma en la ensoñación del porvenir que aguarda al recién nacido, escapase del alma un suspiro, que al transformarse en palabras, es armonía y sonoridad de verso:

          ¡Ya le tengo en la cuna y considero

          qué será de mi niño

          si yo me muero!

          ¡Virgen del Carmen,

          amparadle, si muere

          su pobre madre! 

Y muere, en efecto, y en la soledad de los caminos resuena el eco de aquella canción de cuna de las horas blancas, como presagio de venidera prosperidad, que entona y robustece la voz del huérfano:

          Cuando las penas me afligen

          a voces llamo a mi madre,

          y al ver que no me responde

          llamo a la Virgen del Carmen.         

Y fue mozo el huérfano. Tuvo amores, que se agarraron codiciosos a su carne y a su espíritu, entre gozosas inquietudes y ambicionadas zozobras, y en este tiempo de plenitud como en aquel de pobreza las resonancias del eco de la canción maternal, vivas y emocionantes siempre, percutían sobre la imaginación y el sentimiento apasionado ahora y encendido. Exalta entonces y pondera las gracias y los atractivos de la mujer amada, ansiando ver en ella reflejos de la hermosura ideal que personifica en la Virgen que guió su niñez desamparada y sola:

          Si una corona pusieran

          encima de tus cabellos,

          parecerías la imagen

          de la Virgen del Carmelo.

          Cada vez que te veo

          ir por la calle

          en tus pasos pareces la hermosa

          Virgen del Carmen. 

Falta en nuestra literatura religiosa este cancionero, del que son, cuando mucho, esbozo y principio las coplas aquí glosadas, transcritas casi todas de artículos de revista y libros de piedad mariana, donde en análoga forma se reproducen y comentan. Ninguno con más derecho y competencia que los carmelitas para acometer esta empresa reconstructiva, de mayor necesidad que nunca. En sus publicaciones hay sobrante y escogido material, que, desarticulado y suelto en aquellas páginas, y por consiguiente, sin valor, podría coordinarse con grande beneficio de la religión y del arte.

Hojeadas al azar para la documentación de la crónica, sinceramente conmovido leí el relato de la visita que en octubre de 1927 hicieron los marinos de guerra del Alsedo, Velasco y Lazaga al monte Carmelo. El jefe de la división, D. Salvador Carvia, que mandaba los expedicionarios, ofreció en su nombre y en el de la Marina las condecoraciones e insignias bien ganadas en campaña, añadiendo al despojarse de la gran cruz del Mérito Naval:

“Yo no volveré más al santo monte Carmelo, y hago este obsequio a mi patrona, no solo porque ella lo merece mejor que yo, sino también para que al verla sobre el pecho de la Virgen cuantos la visiten sepan que los marinos españoles todas sus condecoraciones y trofeos son para su celestial patrona, que de tantos peligros les ha sacado incólumes”. Así hablan, así hacen y a buen seguro que continuarán la buena obra los sucesores y herederos de D. Álvaro de Bazán, Vasco de Gama, Núñez de Balboa, Magallanes, Sebastián Elcano, Miguel de Legazpi, Martín Vergara y Cristóbal Pérez, insignes marcos y bravos guerreros, que al Carmen se encomendaban a la vista de sus subordinados y de sus jefes también antes de levar anclas, que no en vano el cantar dice:

          Mira, mira, marinero…

          ¿Hacia dónde has de mirar?

          ¡Hacia la Virgen del Carmen!

          ¡Que es nuestra estrella polar! 

Y porque lo era entonces y lo fue después, como lo será de hecho en lo sucesivo, aunque el laicismo oficial haya suprimido el patronato y los cultos de homenaje, el 28 de junio de 1901 se decía de real orden a los señores capitanes generales de los departamentos de Cádiz, Ferrol y Cartagena:

“El 16 de julio será festivo para todos los individuos que pertenezcan a la Marina militar. Ondeará el pabellón en las dependencias establecidas en tierra, y en los buques que se encuentren en puertos nacionales se mantendrá izado y engalanado de sol a sol”.

A esta disposición seguían otras concernientes a los actos religiosos que debían celebrarse y a que participara en el festejo la Marina mercante, “pues teniendo las dos una misma patrona mantendrá y aun estrechará tal medida los lazos de afecto y confraternidad”.

¿Pueden decirse que pertenece todo esto a la Historia? No ondea hoy el pabellón, no es día de gala ni sabe a fiesta el despertar de la tripulación. Así “es la justicia que mandan hacer” y obligado el leal acatamiento. Mas aquí lo oficial —de oficio, que diría Unamuno— no puede invadir el derecho de la persona, anterior y superior al Estado, “juricidad en lo religioso y en lo político correspondiente por ley de naturaleza” y de gracia al individuo, que el pueblo más llano y efusivo interpreta cantando así:         

          Mientras haya marineros

          que hagan su vida en el mar

          tendrá la Virgen del Carmen

          en cada pecho un altar. 

[La primera foto que publicamos la publica el mismo beato José Polo en su artículo. Esta otra imagen impresionante es de la Virgen del Carmen de Camariñas (La Coruña)].

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