Sábado, 27 de abril de 2024

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Rogar a Dios por los Vivos y los Difuntos

por Creo, Señor, aumenta mi fe

Orar los demás es salir del encierro egoísta y mundano en que estamos encerrados. No solo es lo mejor que podemos hacer por los demás, es lo mejor que podemos hacer por ellos. Por otra parte, la oración verdadera nunca está reñida con la oración para con el prójimo. Al contrario. Conozco la Iglesia de un Convento de unas Religiosas Contemplativas de las que me decía el Capellán: Es la Iglesia más generosa de Madrid en el Domund. No tanto por la cantidad de gente que viene, sino por la limosna que aportan las Monjas.
   Tenemos que purificar nuestro sentido de la oración. Orar por otro no puede consistir en que Dios lo transforme a mi gusto, que permita, que quite de él cuanto a mí me molesta, que a mí medé la razón y me favorezca en mis deseos. Sería un egoísmo perverso y equivocado. Incluso cuando pedimos por la salud de un conocido, creo que la mejor plegaria es la de las hermanas de Lázaro: <> (Jn 11, 3) Poniendo el nombre propio.
    El Señor nos recuerda la oración insistente. No puede ser algo rápido y distraído. Y debemos rezar con todo el ser: alma y cuerpo. Por este motivo, la oración y el ayuno se llevan muy bien. Cuando el recuerdo del hermano necesitado nos afecta de verdad, la plegaria es más auténtica.
    La oración por los difuntos, almas del Purgatorio, es una constante en la historia de la Iglesia. Ya en el Antiguo Testamento se recuerda el rasgo de Judas Macabeo: “Pero, considerando que a los que habían muerto piadosamente  les estaba reservado un magnífico premio, la idea era piadosa santa. Por eso encargó un sacrificio de expiación por los muertos, para que fueran liberados del pecado”. (2 Mac 12, 46)
    Con hermosa plegarias la iglesia la iglesia confía al amor providente y misericordioso  de Dios a nuestros hermanos difuntos. Sin duda, la mejor oración es siempre la Eucaristía. No olvidemos con relación a nuestros difuntos. Es bueno tener un recuerdo con flores. Pero esto les aprovecha poco. Os doy un criterio: Menos flores y más Misas. En ellas actualizamos la realidad viva del Cuerpo Místico. Estamos en la misma casa aunque en pisos distintos.
   No venimos al mundo, solos. Al menos nos acompaña, al menso el cariño de nuestra madre. Morimos solos. Nadie íntimamente nos puede acompañar en ese trance. Solo la presencia amorosa del Señor y de su Madre Santísima.
   El Concilio Vaticano II nos sitúa en lo profundo de esta plegaria: “Todos los discípulos del Señor, tanto los peregrinantes como los ya difuntos, aunque en grado y modo diversos, perticipamos en el mismo amor a Dios y al prójimo… En efecto, todos los de Cristo, que tienen su Espíritu, forman una misma Iglesia y están unidos entre sí en él (Ef 4, 16). Por tanto, la unión la unión de los miembros de la Iglesia peregrina con los hermanos que durmieron en la paz de Cristo de ninguna manera se interrumpe. Más aún, según la constante fe de la Iglesia, se refuerza con la comunicación de bienes espirituales. (LG 49). Ado que si un miembro sufre, todos los miembros sufren con él; si en miembro es honrado, todos los miembros se alegran con él” (1 Cor 12, 26)
   Cuando se ora por un viviente se le sitúa bajo la mirada amorosa de Dios y se invoca sobra él su bendición para que sostenga en el camino de la vida. La oración cristiana de intercesión sitúa toda petición en el contexto más amplio de la invocación central de Cristo en el padre nuestro cuando pide: “Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo” (Mt 6, 10).
   “La oración nos cambia el corazón. Nos hace comprender mejor quién es nuestro Dios. Para ello es importante hablar con el Señor no con palabras vacías. Jesús dice como hacen los paganos. No, no, hablar con la realidad: Papa Francisco.
 
 
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