Viernes, 26 de abril de 2024

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Los políticos también van al cielo (II): Recordando a Balduino

por Alberto Royo Mejía

Juan Pablo II presentó la figura de Balduino, rey de los belgas, en el décimo aniversario de su fallecimiento, como ejemplo para los ciudadanos de su país. En un mensaje, leído por el cardenal Godfried Danneels, arzobispo de Malina-Bruselas, durante la misa conmemorativa en la catedral de la capital belga, el Papa aseguró su oración por el soberano y su cercanía a toda la familia real, a las autoridades, y al pueblo de Bélgica.

Que «su vida de servicio, arraigada en una profunda relación con Dios y fundada sobre valores esenciales», afirmaba la misiva pontificia, aliente al pueblo belga a «seguir sus huellas para edificar una sociedad cada vez más justa y fraterna, en el respeto de la dignidad de las personas».

Balduino, hijo de Leopoldo de Bélgica y de Astrid de Suecia, nace el 7 de septiembre de 1930. A los cinco años, en un accidente de tráfico, pierde a su madre. Durante la Segunda Guerra Mundial sufre la invasión de su patria por los alemanes y es deportado. A los veinte años, en 1950, a causa de los tumultos políticos internos del país, Leopoldo III le entrega los poderes y Balduino es proclamado príncipe real.

Un día de febrero de 1960, Balduino pasea por el parque del palacio real de Laeken, cerca de Bruselas, en compañía de monseñor Suenens, que llegará a ser arzobispo de Malinas y cardenal.

Su conversación es familiar, intrascendente, sin protocolo alguno. En el transcurso del paseo, la casualidad hace que se evoque la ciudad de Lourdes. El prelado sugiere entonces al rey que vaya un día de incógnito y que se mezcle entre el gentío de los peregrinos.

El rey responde: «Precisamente, acabo de venir de allí; he pasado la noche rezando en las inmediaciones de la gruta, y he dejado en manos de Nuestra Señora de Lourdes la resolución del problema de mi matrimonio». En ese intercambio de confidencias, el cardenal le cuenta lo que Lourdes significa para él, como consecuencia de su encuentro con una personalidad fuera de lo común: Verónica O´Brien.

La reacción del rey es inmediata: «¿Podría conocerla?». Miss O´Brien, irlandesa, dirige la Legión de María. El rey le hace llegar una invitación protocolaria para el 18 de marzo de 1960, cuya audiencia dura cinco horas.

Verónica O´Brien dirige después al rey una carta en inglés: «23 de marzo de 1960. Dear King« Me permito regalarle, en esta hermosa festividad de la Anunciación, estos preciosos libritos de los que hablamos (El secreto de María y el Tratado de la verdadera devoción, de san Luis María Grignion de Montfort). Se los mando cargados de gracia, pues desde la festividad de san José, he rezado fielmente por usted todos los días« María está muchísimo más interesada en su futuro de lo que usted mismo podría estarlo».

En el transcurso de un segundo encuentro, el rey confiesa a Verónica que desearía casarse con una mujer que compartiera sus profundas convicciones religiosas. Según cree, podría hallar una esposa así en España, donde la religión ha permanecido arraigada en muchas conciencias.

Durante la noche siguiente, Verónica percibe «una voz interior», una llamada del Señor: «Proponle al rey que vaya a España, a fin de prepararle el terreno». Por la mañana, durante la oración, comprende que esa llamada procede directamente de Dios. Sorprendido y emocionado, el rey le concede plenos poderes, en el mayor de los secretos. Aunque trastorna todos sus proyectos, Verónica se consagra sin demora a esa misión tan especial. En una de sus misivas, escribe al rey: «De hecho, será usted quien realice la dura tarea de ser santo al cien por cien, en cada respiración. Eso significa amar a cada uno de los hijos de su gran familia. Y «amar» significa ir a su encuentro, hablarles, darse compartiendo».

Tras contactar con el nuncio en Madrid, que le entrega una carta de recomendación, Verónica comienza una encuesta sobre el apostolado entre la aristocracia española. Muy pronto, la remiten a una joven de treinta y dos años, Fabiola de Mora y Aragón, desbordante de vida, inteligencia, garbo, rectitud y lucidez. Es graciosa y generosa, y se ocupa de los enfermos y de los pobres. En su primer encuentro, Verónica intuye haber encontrado a la persona que busca, y le pregunta: «¿Cómo es que ha evitado el matrimonio hasta ahora? – ¿Pues ya ve, hasta ahora nunca me he enamorado. He dejado mi vida en manos de Dios, en Él me abandono; quizás tenga preparado algo para mí». Cuando Fabiola enseña su apartamento a Verónica, ésta se sobrecoge al reconocer, colgado de una pared, un cuadro que ha visto en sueños la noche anterior.

Previo consentimiento del rey, Verónica revela a Fabiola el motivo de su presencia en España y el deseo del rey de encontrarse con ella oficiosamente. La joven cree ser objeto de una inverosímil burla, y es necesaria la intervención personal del nuncio para que se decida a aceptar esa proposición. El compromiso oficioso entre el rey Balduino y Fabiola tiene lugar en Lourdes el 8 de julio de 1960. «Lo que más me agrada de ella –dirá el rey– es su humildad, su confianza en la Santísima Virgen y su transparencia« Sé que será siempre un gran estímulo para amar cada vez más a Dios».

El matrimonio se celebra el 15 de diciembre siguiente. Durante varios años, la esperanza de tener hijos permanece viva en el corazón de los esposos reales. Sin embargo, el tiempo les hará comprender que no tendrán descendencia. «Nos hemos preguntado muchas veces por el significado de este sufrimiento ]confiesa en una ocasión el rey–; poco a poco hemos comprendido que nuestro corazón se hallaba más libre para amar a todos los niños, absolutamente a todos los niños».

Entre los episodios más destacados de su reinado, cabe destacar la decisión de con la que se opuso en 1990 al proyecto de ley de liberalización del aborto que aprobaron la Cámara y el Senado. El 30 de marzo, el monarca hizo saber por escrito al primer ministro que su conciencia le impedía sancionar esa ley, como lo exige el sistema constitucional para que entre en vigor.

Basándose en un artículo de la Constitución, el Consejo de Ministros consideró que por este motivo, Balduino I se encontraba en la imposibilidad de reinar. En ese caso, el Consejo de Ministros asume las prerrogativas constitucionales del rey. El 3 de abril el Consejo sancionó y promulgó la ley de liberalización del aborto.

El 5 de abril las Cámaras reunidas constataron el fin de la imposibilidad de reinar del rey, de manera que a partir de ese momento volvió a ejercer sus prerrogativas constitucionales. El 31 de julio de 1993 el rey falleció en Motril, en el sur de España, donde se encontraba la residencia de vacaciones de la pareja real.

Allí se le recuerda con verdadero cariño por su sencillez y discreción; de hecho, pasaba desapercibido para muchos vecinos. Más de 350.000 cartas de condolencia por su muerte llegaron al Palacio Real de Bruselas desde todos los rincones del mundo. Bélgica perdía un rey pero ganaba un intercesor ante Dios.

En 1992, un año antes de su muerte, el rey escribía en su diario esta oración: «Haz que realice tu sueño de santidad en Fabiola y en mi...».

De su vida podemos aprender dos cosas importantes: primero, que vale la pena vivir por un ideal. Ideal que se manifiesta en todas las dimensiones de la vida, ya sea en casa o en palacio. Ideal fundado en lo bueno, lo bello, lo verdadero. Ideal que sabe construir, encontrar soluciones, superar adversidades, que sabe dar razones para la esperanza.

Segundo, que es posible la vida de virtud en lo ordinario, incluso para un Jefe de Estado. El rey Balduino «tenía un secreto: era su Dios, al que amaba con locura y que tanto le amaba. Bajo el follaje de sus actividades públicas y políticas, fluía un manantial sosegado y oculto: era su vida en Dios« Mientras el rey servía a los hombres, no dejaba de pensar en Dios, y en cada rostro humano que se presentaba ante él, discernía el rostro de Cristo» (Cardenal Danneels, Homilía de las exequias del rey, 7 de agosto de 1993). El Papa Juan Pablo II lo calificó de «rey ejemplar» y de «cristiano ferviente». Su ejemplo nos anima a trabajar por la gloria de Dios en nuestros actos cotidianos: «¡Oh, Dios mío!, para amarte en la tierra, sólo dispongo del día de hoy» –decía, con una expresión luminosa, santa Teresa de Lisieux (Poesía 5)

Nunca fue un líder carismático ni asiduo de las portadas de “revistas del corazón”, como otras personalidades políticas de su tiempo. Asumió su reinado como una misión, una vocación de servicio, preocupado por la justicia social y el bien común. Son numerosas las biografías que se han publicado sobre su vida y su obra. En la mayoría de los casos, los autores han destacado la talla moral del monarca, un Jefe de Estado católico, sencillo y virtuoso, que vivió en el agitado panorama político de la segunda mitad del siglo XX.

Se realizan anualmente peregrinaciones a su tumba en la Catedral de Laeken, en Bélgica, para rezar especialmente por los pobres, los enfermos y los niños no nacidos. A su sepulcro acuden grupos de fieles de Francia, Bélgica y Holanda; y últimamente, también grupos de españoles.

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