Jueves, 25 de abril de 2024

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Nueva Evangelización. Un desafío lleno de dones

Nueva Evangelización. (IV) Kerigma: llamado a la conversión

Nueva Evangelización. (IV) Kerigma: llamado a la conversión
Kerigma

por La divina proporción

Sigamos con la conferencia que el Card Ratzinger pronunció en Roma, el año 2000, pero introduzcamos primero lo que se denomina Kerigma ¿Qué es Kerigma? Kerigma es una palabra griega “κήρυγμα” que podemos traducir como anuncio o proclamación. También se le da el significado de «mensaje proclamado por un emisario». Al hablar de Kerigma nos referimos a anunciar la “Buena Noticia”, el Evangelio. ¿Cuál es la Buena Noticia? Todo y todos tenemos sentido en Cristo. La sociedad actual nos ofrece cientos o miles se sentidos, pero ninguno perdura y nos llega satisfacer plenamente. ¿Por qué? Porque se centra en lo placentero y todo lo que nos hace olvidar a Dios. Ya sabemos que: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame” (Mt 16, 24). El Kerigma es el llamado a la conversión, a dejarnos transformar por el Espíritu Santo.

En la conferencia sobre la Nueva Evangelización se indica que: “No existe acceso a Jesús sin el Bautista; no hay posibilidad de llegar a Jesús sin responder a la llamada del precursor. Más aún, Jesús asumió el mensaje de Juan en la síntesis de su propia predicación: "Convertíos y creed en el Evangelio”. San Juan Bautista fue el emisario que actuó como precursor del Mensaje Cristiano. ¿Cómo lo hacía? Lanzaba el Kerigma como un fuerte ariete a las murallas que hemos creado para aislarnos de Dios: "Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15). ¿Vives con esperanza? ¿No? Entonces te falta algo muy importante y debes abrir tu ser para recibirlo. Este mensaje no tiene edulcoración posible, ni adecuación a lo “bien visto” por la sociedad. Nos exhorta a dejarnos transformar para aceptar la Buena Noticia. En la conferencia se deja muy claro: “Convertirse significa, en consecuencia, no vivir como viven todos, no hacer como hacen todos, no sentirse justificados en acciones dudosas, ambiguas o malvadas, por el hecho de que los demás hacen lo mismo; comenzar a ver la propia vida con los ojos de Dios; buscar, por tanto, el bien, aunque sea incómodo; no estar pendientes del juicio de la mayoría, de los demás, sino del juicio de Dios. En otras palabras, buscar un nuevo estilo de vida, una vida nueva”.

No es sencillo cambiar únicamente porque alguien nos desafíe a hacer algo que desconocemos. Alguien nos diga que saltemos donde la sociedad nos ha enseñado que hay un inmenso abismo. Nuestra palabra, por sí misma, nada puede. Sin el Espíritu Santo no aceptaríamos nunca el llamado. Recordemos la Parábola del Banquete de Bodas:

...un rey que hizo un banquete de bodas para su hijo. Y envió a sus siervos a llamar a los que habían sido invitados a las bodas, pero no quisieron venir. De nuevo envió otros siervos, diciendo: Decid a los que han sido invitados: “Ved, ya he preparado mi banquete; he matado mis novillos y animales cebados, y todo está aparejado; venid a las bodas”. Pero ellos no hicieron caso y se fueron: uno a su campo, otro a sus negocios, y los demás, echando mano a los siervos, los maltrataron y los mataron.” (Mt 22, 2-6)

Al final de la Parábola se indica con claridad que: “Muchos son los llamados, pero pocos los escogidos” (Mt 22, 14). Nos busquemos ser más que Cristo mismo o incluso, más que Juan el Bautista. De hecho, Juan el Bautista no tenía una gran cantidad de seguidores. No se publicitó en plazas y eventos sociales. Eligió un lugar donde era complicado encontrar a alguien por simple casualidad: el desierto. ¿Quién iba a ir al desierto? Sólo quienes buscaban y tenían esperanza de encontrar sentido en lo que Juan el Bautista les indicaba. Quien se acerca a escuchar, a empezado a abrir la puerta de su ser al Espíritu Santo.

Pero no podemos quedarnos únicamente proponiendo un cambio a quien quiera escucharnos. Es necesario vivirlo, mostrarlo y que este cambio sorprenda a quien se atreva a fijarse en nosotros. Un cambio que hable que genere esperanza, no enfrentamientos o discordias. Tertuliano decía que lo que más sorprendía de las primeras comunidades cristianas era “como se amaban”. Hoy en día no abunda la esperanza, el amor o la unidad. La ausencia de lo fundamental constituye un terrible contra-testimonio que aleja a muchas personas de nuestras comunidades. No podemos andar con ambas piernas atadas a una inmensas piedras: nuestro egoísmo, temor y soberbia.

Evangelizar no es dedicarnos a la venta de un ticket para unirse a un club. Un club que sólo tiene sentido en contraposición y lucha con otros clubes similares. La comunidad cristiana no es un gueto sino la evidencia y vivencia de la presencia de Cristo entre nosotros. Dice el Card. Ratzinger: “Anunciando la conversión debemos ofrecer también una comunidad de vida, un espacio común del nuevo estilo de vida. No se puede evangelizar sólo con palabras”. Debemos buscar una comunidad donde la presencia de Cristo induzca Caridad, Fe y Esperanza en nuestro ser. No encontramos verdadero sentido en la lucha, discordia o contraposición, sino en unidad y acogida. Incluso cuando en la comunidad haya diferencias y problemas, la Caridad debe prevalecer. Hoy en día no es fácil encontrar una comunidad verdadera. Una comunidad donde vivir la fe en esperanza y caridad. Sin duda no debemos desesperar. Hay que orar mucho para que la esperanza se haga más y más fuerte. Sólo Dios sabe el momento y el lugar en el que encontraremos esa comunidad. Es un regalo, un don escaso e inmerecido. Las redes sociales nos pueden ayudar, pero hay que tener cuidado. El Espíritu Santo nos llena de dones y nos permite entendernos de forma maravillosa. Los espíritus del mundo no son así. Son egoístas, exclusivistas, melindrosos y soberbios. Nos llevan a enfrentarnos, hacernos daño, despreciarnos y alejarnos. Cuando la unidad queda rota, la Torre de Babel se cae sobre nosotros.

En todo caso, nunca dejemos de proclamar que es necesario dejarnos transformar por Dios mismo. No dejemos de indicar que Dios nos llevará de la mano a la comunidad donde Él sabe que nuestros talentos y dones darán mejor fruto. La esperanza con que vivamos, iluminará el Kerigma que compartimos y proclamamos. ¿No hay esperanza en nosotros? ¿No podemos comunicar el Kerigma? ¿No tenemos esperanza? Simplemente no llevamos la semilla (Evangelio) para lanzarla. Necesitamos ser evangelizados. ¿Dónde? Seguramente encontraremos al emisario en el desierto, allí donde menos lo esperemos.

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