Lunes, 06 de mayo de 2024

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¿Quién era el prosélito?

por Vida en abundancia

 Por lo general, la versión de la Septuaginta traduce el hebreo tardío ‘guer’ como ‘prosélytos’. Originalmente ‘guer’ significaba ‘un extranjero residente’ o ‘un recién llegado a Israel’, pero después de la Dispersión o Diáspora de los judíos llegó a significar un ‘converso’.

Con este término de ‘prosélito’ también hace referencia en el Nuevo Testamento a un pagano converso (Mateo 23:15, Hechos 2:11). Actualmente se conoce como ‘prosélito’ a la persona que se adhiere a alguna religión, en particular a los que abrazan el judaísmo, por lo que de este modo se conoce el término ‘proselitismo’.

EL PROSÉLITO

Originalmente, el ‘guer’, ‘prosélyto’ o ‘prosélito’ era el extranjero o forastero no judío que residía entre judíos en Palestina, o el que se refugiaba en una tribu que no era la suya, con el fin de pedir ayuda o protección. Así el ‘guer’ contaba con la hospitalidad judía, aunque no llegase a gozar de la plenitud de la Ley.

En la liturgia talmúdica el ‘guer’ podía ser ‘prosélito de la puerta’ (guer toshav) o simple forastero residente en Palestina, aunque si después aceptaba toda la Ley, se convertía en ‘prosélito de justicia’ (guer tzedeq) o ‘prosélito justo’. Frente al ‘guer’ estaba el ‘nokri’ o extranjero sin vinculación religiosa con la comunidad judía, mientras que el ‘goy’ era el gentil no judío, pero con el sentido de ‘pagano’.

En el cristianismo primitivo los ‘prosélitos religiosos’ que se mencionan en los escritos de la época eran los ‘prosélitos rectos’. Sin embargo hubo un debate en el Concilio de Jerusalén (por el año 50 d.C.) sobre esta cuestión, donde se discutió sobre si los ‘temerosos de Dios’ (Phobeomenoi) o los ‘devotos’ (Sebomenoi), quienes habían sido bautizados pero no circuncidados, pertenecían a los ‘prosélitos rectos’ o a los prosélitos de la puerta’.

LOS PROSELITOS EN ISRAEL

Los prosélitos han tenido ya un lugar en el judaísmo de los primeros tiempos. La Ley de Moisés hizo regulaciones específicas con respecto a la admisión en la comunidad judía, al no nacer originalmente como hijos de Israel. Los ceneos, los gabaonitas, los careteos y los peleteos fueron admitidos a niveles privilegiados en Israel.

Así también se habla de prosélitos individuales que ascendieron a niveles de privilegio en Israel, como es el caso de Doeg el amonita, Urías el hitita, Arauna el jebuseo, Selec el amonita y también Itma y Ebedmelec, ambos etíopes.

Según el libro de Crónicas, en el tiempo de Salomón había 153,600 prosélitos en la tierra de Israel, y los profetas hablan del tiempo por venir en que los prosélitos deberán contribuir en todos los privilegios de Israel. El nombre de ‘prosélito’ aparece en el Nuevo Testamento sólo en Mateo y en Hechos de los Apóstoles, en donde se les designa como ‘hombre devoto’ o ‘temeroso de Dios’.

LOS JUDÍOS Y LA DIÁSPORA

Por la época del Nuevo Testamento los judíos estaban dispersos por todo el mundo conocido en aquel entonces, y más judíos vivían fuera de Palestina que en ella. Pocas ciudades había en el mundo civilizado en que los judíos no tuvieran una comunidad, cuyos miembros ejercían su influencia en lo político y en lo comercial. En algunas regiones de Siria y de Babilonia constituían la mayoría de la población. Siempre que hubiera un mínimo de diez varones hebreos adultos en la ciudad, se establecía una Sinagoga.

En comparación con sus vecinos gentiles, los judíos de la dispersión eran por lo general más prósperos, de  moralidad incomparablemente superior, con una vida familiar admirable, y mejor y más educados que el promedio de la población. Estas cualidades intrigaban a los gentiles más reflexivos y, como resultado, éstos asistían a la Sinagoga, escuchaban la lectura de las Escrituras, eran atraídos por su concepto exaltado y monoteísta de Dios y, a menudo, se convertían a la fe judía.

Para poder llegar a ser judío, un prosélito debía ser bautizado por inmersión y el varón debía circuncidarse. Antes de poder participar en los cultos del Templo y comer alimentos consagrados, el prosélito debía ofrecer un holocausto, Los así iniciados y que aceptaban sin reservas todas las demandas de la Ley eran considerados judíos plenos en todo sentido, los ‘guerim’, excepto en el siglo I d.C. que no se les permitía referirse a Dios como ‘el Dios de nuestros padres’, a menos que la madre fuera judía. En el Nuevo Testamento solo se menciona a uno por su nombre: ‘Nicolás, prosélito de Antioquía’ (Hechos 6:5).

Además de los ‘prosélitos plenos’ había conversos del paganismo que tenían una conexión más laxa con los judíos, los ‘prosélitos de la puerta’, a quienes en el Nuevo Testamento se les denomina ‘los temerosos de Dios’. Éstos amaban a la nación judía y a su religión (Lucas 7:5) e incluso la apoyaban financieramente (Hechos 10:2).

Aunque el pueblo elegido era uno, el judío, y quedaban excluidos los que no pertenecían a él, desde el principio existió una aceptación del Pacto o Alianza con Dios por otras personas no hebreas, lo cual les convertía en herederos de la promesa divina. Un claro ejemplo de ello fue Abraham, quien salió de su pueblo para ir a Canaán con los suyos (Génesis 12:5). Dios lo sacó de Ur de los caldeos para darle esa tierra en legítima posesión (Génesis 15:7) y, como prueba de aceptación del Pacto con Dios, Abraham se circuncidó los 99 años de edad (Génesis 17:24).

CONCLUSION

La influencia ejercida por el pueblo judío a lo largo de los siglos que duró la diáspora, preparó la difusión del cristianismo. Los apóstoles dirigieron su actividad misionera desde su inicio al mundo judío en dispersión, así como a los prosélitos que con ellos convivían y, en segundo lugar, lo hicieron con el mundo pagano.

Según Cornelio Tácito, historiador y senador romano (55 al 120 d.C.), los prosélitos despreciaban a los dioses paganos, así como a las costumbres del paganismo greco-romano. El espíritu proselitista cristiano hizo declinar a su favor la actividad del judaísmo y, aunque la elección de un pueblo por parte de Dios pudiera parecer un privilegio especial en detrimento de los demás pueblos, ya en los libros sagrados del Antiguo Testamento se hace resaltar la universalidad del amor de Dios.

 

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