Viernes, 29 de marzo de 2024

Religión en Libertad

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De la condición davídica de Jesús en el Evangelio de San Mateo

por En cuerpo y alma

 
 
Cristo abrazado por el Rey David.
Museo Marés (Barcelona).
           Hay un tema al que por lo menos a nivel pastoral, -a nivel exegético la cosa es diferente- no se ha dado suficiente importancia por lo que se refiere a la persona de Jesús de Nazaret, cual es el de su pertenencia a la Casa de David, vale decir, el hecho de ser descendiente del Rey David, quien sabe si el depositario de los derechos dinásticos de la mítica casa judía, pero en todo caso, descendiente por vía directa, una condición sin la cual, difícilmente habrían sido aceptables a los ojos de sus contemporáneos sus pretensiones mesiánicas.
 
            En cualquier caso, es un tema que cada uno de los evangelistas enfoca desde una perspectiva diferente, por lo que, de acuerdo con esa premisa, me propongo proceder al análisis de la cuestión en cada uno de los cuatro textos evangélicos. Y todo estudio del tema que se precie ha de empezar necesariamente por Mateo, el evangelista que, sin duda, más énfasis pone sobre la cuestión. De lo que es buena prueba la manera en la que abre su Evangelio, que no es otra que ésta:
 
            “Libro del origen de Jesucristo,  hijo de David, hijo de Abrahán” (Mt. 1, 1),
 
            Seguido de todo el árbol genealógico de Jesús hasta llegar a donde dice:
 
            “Obed engendró a Jesé, Jesé engendró al rey David” (Mt. 1, 5-6).
 
            Y concluir:
 
            “Así que el total de las generaciones son: desde Abrahán hasta David, catorce generaciones; desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce generaciones; desde la deportación a Babilonia hasta Cristo, catorce generaciones” (Mt. 1, 17).
 
            Al propio José, el “el esposo de María, de la que nació Jesús” (Mt. 1, 16), llama Mateo “José, hijo de David” (Mt. 1, 20).
 
            Los contemporáneos de Jesús también reconocen en él su condición davídica. Esto es lo que sucede cuando Jesús abandona la ciudad galilea en el lago Genesaret en la que acaba de resucitar a la hija del magistrado:
 
            “Cuando Jesús se iba de allí, le siguieron dos ciegos gritando: ‘¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!’” (Mt. 9, 27).
 
            En Jericó, ya en Judea, muy cerca de Jerusalén, le vuelve a pasar algo muy similar:
 
            “En esto, dos ciegos que estaban sentados junto al camino, al enterarse que Jesús pasaba, se pusieron a gritar: ‘¡Señor, ten compasión de nosotros, Hijo de David!’ La gente les increpó para que se callaran, pero ellos gritaron más fuerte: ‘¡Señor, ten compasión de nosotros, Hijo de David!’” (Mt. 20, 30-31)
 
            También lo reconoce una mujer cuando Jesús se halla en “la región de Tiro y Sidón”:
 
            “En esto, una mujer cananea, que había salido de aquel territorio, gritaba diciendo: ‘¡Ten piedad de mí, Señor, hijo de David! Mi hija está malamente endemoniada’”. (Mt. 15, 22)
 
            Y hasta los niños:
 
            “Mas los sumos sacerdotes y los escribas, al ver los milagros que había hecho y a los niños que gritaban en el Templo: ‘¡Hosanna al Hijo de David!’, se indignaron y le dijeron: ‘¿Oyes lo que dicen éstos?’” (Mt. 21, 1516)
 
            Y el pueblo entero en el momento cumbre de la exaltación de Jesús, su entrada en Jerusalén el Domingo de Ramos:
 
            “Y la gente que iba delante y detrás de él gritaba: ‘¡Hosanna al Hijo de David!’” (Mt. 21, 9)
 
            Y todo ello para después de tanta insistencia en el tema, recoger sin embargo, también Mateo (porque lo hacen como veremos los tres sinópticos), un extraño episodio en el que Jesús parece querer explicar al pueblo que el futuro Enviado no tiene porque pertenecer necesariamente a la Casa de David, en lo que a algunos podría parecer un reconocimiento de que él no lo hacía.
 
            “Estando reunidos los fariseos, les propuso Jesús esta cuestión: ‘¿Qué pensáis acerca del Cristo? ¿De quién es hijo?’ Dícenle: ‘De David’ Díceles: ‘Pues ¿cómo David, movido por el Espíritu, le llama Señor, cuando dice: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies? Si, pues, David le llama Señor, ¿cómo puede ser hijo suyo?’ Nadie era capaz de contestarle nada; y desde ese día ninguno se atrevió ya a hacerle más preguntas”. (Mt. 22, 41-46).
 
            Si bien otra posible interpretación del episodio es que el Mesías, aún pesar de ser hijo de David, esto es, de la Casa de David y descendiente del añorado rey israelita, es aún superior a él.
 
 
            ©L.A.
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