Jueves, 28 de marzo de 2024

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En la Memoria litúrgica del beato Juan de Palafox

por Rubén Tejedor

En el Memoria del beato Palafox

"Los santos, aunque sean pocos, cambian el mundo” ha exclamado el Papa Benedicto XVI en su última Visita Apostólica a Alemania. Lo hacía en Erfurt, la ciudad de la Reforma protestante por antonomasia, otrora terriblemente golpeada por cuarenta años de inhumana dictadura comunista y por doce de terrorífico gobierno nacionalsocialista. Ahora bien, l santo no es “una especie de «gimnasta» que realiza unos ejercicios inasequibles para las personas normales […]; por el contrario, [el santo es la muestra] de que en la vida de un hombre se revela la presencia de Dios, y queda más patente todo lo que el hombre no es capaz de hacer por sí mismo” (Cardenal Ratzinger, L´Osservatore Romano, 6 de octubre de 2002)

Cambiar el mundo -el interior, primero- desde y con la fuerza de Dios. Ésta es la clave de la santidad. Una clave que vivió como pocos el beato Juan de Palafox y Mendoza, Obispo de la Sede oxomense en el S. XVII (16541659), beatificado en la Catedral de El Burgo de Osma el pasado 5 de junio. Aquel día, desde Zagreb, el propio Benedicto XVI, uniéndose a la celebración que estaba teniendo lugar en la Seo burgense, describía al nuevo beato como una “luminosa figura de Obispo del siglo diecisiete en México y España; […] un hombre de vasta cultura y profunda espiritualidad, gran reformador, Pastor incansable y defensor de los indios”. Minutos antes, el Cardenal Amato, que presidía la solemne ceremonia litúrgica, había dado lectura a la Carta Apostólica del Santo Padre por la que se inscribía a Palafox en el Libro de los beatos y en la que se le definía como “heraldo infatigable del Evangelio, pastor servicial del rebaño encomendado, valiente defensor de la Iglesia”.

Hoy, 6 de octubre, tres meses después, la Iglesia que peregrina en tierras sorianas celebra -por primera vez- la Memoria litúrgica de este gigante de la fe, “Obispo y pastor de almas, místico y teólogo, escritor y mecenas, ministro y consejero real, gran reformador” aunque, sobre todo, celebra el recuerdo imborrable de “un santo, cuyo celo pastoral consistía esencialmente -citando sus mismas palabras- «en extirpar el mal y plantar lo que es santo y bueno»” (De la homilía de la ceremonia de beatificación)

Ahora bien, la sombra que proyecta la figura de Palafox es tan grande que no queda en absoluto reducida al ámbito de lo eclesial. En efecto, cualquier persona de buena voluntad no puede sino quedar fascinada por la fuerza de este santo Obispo a la hora de defender la verdad de las cosas, la dignidad de los que sufrían, los derechos de los pobres. No son estas materias exclusivamente relacionadas con el ámbito de la fe. ¿O en la actual situación de España, en la que algunos irresponsables políticos claman por el no cumplimiento de las leyes, no son plenamente actuales aquellas palabras de Palafox que afirmaban que “donde los excesos pueden más que las leyes, presto podrán los vasallos más que los reyes”? ¿O aquellas otras en las que decía que “las leyes que no se guardan son cuerpos muertos, atravesados en las calles, donde los magistrados tropiezan y los vasallos caen”?

¿Quién no asentiría hoy, ante la actual crisis moral por la que atraviesa España, a estas palabras palafoxianas: “donde se premian y honran los excesos públicos, allí es donde se levantan los nublados que después vienen a dar sobre los Reinos”? O a estas otras, que si las refiriéramos a los cargos públicos, cobran tanta actualidad: “la dignidad episcopal no tiene parientes, sino acreedores y estos son los pobres, cuyas son las rentas, no de los parientes de quien sólo tengo la sangre. Y Dios no ha de pedirme cuenta de lo que dejé de hacer para que mi sangre viviese con sobras, sino de lo que quité a los pobres para que en mis parientes sobresaliesen los excesos”.

Finalmente, por citar un último ejemplo, ¿quién no firmaría como propias, ante el actual descrédito de tanto político que sólo aspiran a servirse del cargo, las lapidarias palabras de Palafox a Felipe IV: “si las personas que aspiran a puestos en las Indias fuesen tan diligentes en ir a servirlas como lo son para ocupar puestos, se encontraría V. M. mejor servido y el Consejo con menos incertidumbres y preocupaciones”.

“Los santos, aunque sean pocos, cambian el mundo”. Los santos no son una exigua casta de elegidos sino una muchedumbre innumerable que han convertido su vida, en medio de incontables sufrimientos y persecuciones (fecundadas, tantas veces, con su propia sangre) en una extensión de las manos de Dios, cuidando, socorriendo, perdonando, acariciando, amando a aquellos que más necesitaban del hombro de un hermano y del consuelo divino.

A cambiar el mundo, como Palafox logró cambiar su mundo y el que le rodeaba, estamos llamados todos, creyentes y no creyentes, pues nadie en quien el mal no haya destruido la fina línea de la conciencia puede pasar de largo ante el dolor y el sufrimiento humano. Más bien al contrario, todos, en cierta medida, estamos llamados a “sufrir con el otro, por los otros, sufrir por amor de la verdad y de la justicia; sufrir a causa del amor y con el fin de convertirse en una persona que ama realmente, son elementos fundamentales de la humanidad, cuya pérdida destruiría al hombre mismo” (Benedicto XVI, Spe salvi 39)

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