Martes, 19 de marzo de 2024

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Reflexionando sobre el Evangelio. Mc 10,46-52.

Jesús, Hijo de David, ¡ten piedad de mí!

Jesús, Hijo de David, ¡ten piedad de mí!
Misericordia Señor

por La divina proporción

Jesús le preguntó: "¿Qué quieres que haga por ti?". El le respondió: "Maestro, que yo pueda ver". (Mc 10, 51)

Señor, concédeme la vista para poder ver tus pisadas. Dame la fuerza necesaria para seguirlas. ¡Misericordia Señor! Esta es la gran oración que puede salir de nuestros labios. ¿Por qué es grande? No es grande por tener poderes mágicos. Tampoco es grande por sí misma, ya que podemos repetirla miles de veces sin que nada ocurra. Lo que hace inmensa a esta plegaria del ciego Bartimeo es de dónde parte. Parte de lo más profundo de su ser. No es una frase, sino un gemido inefable, como claramente los llama San Pablo:

Y de igual manera, el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables, (Rm 8, 26)

Vivimos en la era de las comunicaciones instantáneas. Podemos intercambiar mensajes con cualquier parte de la tierra esperando tan sólo algunas décimas de segundo. Toda esta potencia comunicativa no ha mejorado nuestra capacidad de orar. Seguimos siendo incapaces abrir nuestro ser para que nuestra propia flaqueza, impotencia, incapacidad, sea la que hable directamente a Cristo. Nos creemos capaces de todo y olvidamos que no sucede nada sin el permiso de Dios. Bartimeo pide misericordia y es sanado por el Señor. Después, sigue a Cristo con total humildad. Sólo necesita ver la huella de los pies del Señor,  para poner sus propios pies sobre el camino trazado.

Posiblemente muchos de nosotros, tras ser sanados, haríamos algo muy diferente. Correríamos a mostrarnos ante los demás, esperando reconocimiento y relevancia social. Lo mismo les pasó a los diez leprosos que Cristo sanó y de los que solamente uno volvió para seguirle (Lc 17,11-19). ¿Nos creemos conocedores del camino del Señor? Somos tan soberbios que creemos que sabemos todo y nos olvidamos que sólo las pisadas del Señor nos llevan por el camino de la Verdad, Belleza y Bondad. Sólo las pisadas de Cristo nos permiten caminar en Unidad con nuestros hermanos. Dios dejó claro a Moisés que no era posible ver su rostro por mucho que lo deseara. No es posible, porque una criatura tan limitada no puede asimilar todo lo que Dios sabe y desea. 

y sucederá que al pasar mi Gloria, te pondré en una hendidura de la peña y te cubriré con mi mano hasta que yo haya pasado. Después apartaré mi mano y verás mis espaldas; pero no se verá mi rostro. (Ex 33, 22-23)

¿Qué hacemos nosotros presumiendo de conocer la Voluntad de Dios? ¿Quienes somos nosotros para señalar qué es lo qué va a ocurrir, cuándo y dónde? Nada somos sin la Gracia y la Misericordia de Dios. Nada podemos sin los dones que Dios nos ha prestado. Igual que Bartimeo, desde nuestro ser más profundo y con total y plena humildad, pidamos misericordia dejando en manos de Dios la forma en que nos señalará la ruta que tenemos que recorrer.

En efecto, al que ignora el camino por donde viajar con seguridad, no le es posible llevarlo a buen término si no sigue al guía. El guía le enseña el camino pasándole delante; el que le sigue no se alejará del buen camino si siempre fija su mirada en la espalda del que lo conduce. En efecto, si se deja ir por algún lado o bien si se pone frente a su guía, seguirá otro camino que no es el que le enseña el guía. Por eso Dios dice al que conduce: «No verás mi rostro», es decir: «No te pongas frente a tu guía». Porque entonces correrás en sentido contrario a él... Ahora ves cuán importante es aprender a seguir a Dios. Para el que así le sigue ya ninguna contradicción del mal se opone más a su camino.… (San Gregorio de Nisa. La vida de Moisés, II, 253)

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