Jueves, 18 de abril de 2024

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¿El Gran Desconocido? Pues no sé... a lo mejor no tanto

por Canta y camina

Acabamos de celebrar la fiesta de Pentecostés, el gran regalo que Jesús nos dejó antes de volver al Cielo junto al Padre: el Espíritu Santo con toda su gracia y todos sus dones. 

Durante toda mi vida he escuchado y leído que el Espíritu Santo es EL GRAN DESCONOCIDO y esto me producía un enorme cansancio mental, mucha pereza para investigar y saber más de él.

Es verdad que a Dios nunca llegaremos a conocerle del todo en esta vida pero si ya de entrada tus formadores te dicen que es El Gran Desconocido te desmotivan, por lo menos es lo que me ha pasado a mí. Cada vez que me daban un libro sobre el Espíritu santo se me ponía cara de acelga, ¡cualquiera se tragaba eso!

Lo fui aparcando y total, como es el gran desconocido y es inabarcable me centré en mi relación con Jesús y con Dios Padre, que me resultaban más cercanos y comprensibles por las imágenes mentales que tenía de ellos.

Pero últimamente he ido cambiando de opinión; en mi oración personal he pedido al mismo Espíritu Santo que se me dé a conocer, que se me muestre, que me abra los ojos del alma para conocerle y amarle. Y poquito a poco he ido recibiendo pistas, datos que al meditarlos en oración han ido abriendo mi mente y haciéndome comprender que aunque es inabarcable no es completamente desconocido.

Concretamente al rezar cada día esta oración mientras el sacerdote comulga, me he ido fijando en las cosas que hace el Espíritu Santo:

“Señor Jesucristo, hijo de Dios vivo que, por voluntad del Padre, cooperando el Espíritu Santo, por medio de tu muerte diste la vida al mundo: concédeme que la recepción de tu cuerpo y de tu sangre me proteja de todos los peligros, haz que viva cumpliendo tus mandamientos y jamás permitas que me aparte de ti”.

Unas veces me centro en unas palabras, otras veces en otras, y en los últimos tiempos en “cooperando el Espíritu Santo”.

¿Cómo coopera el Espíritu Santo en la muerte de Jesús? Es un buen tema para la oración, para preguntarles a ellos, a Jesús y al Espíritu Santo.  Así que en nuestras siguientes conversaciones, pensando y hablando con ellos llegué a algunas conclusiones, claro está dentro de mis limitaciones.

Para empezar, Dios es espíritu, es una persona divina a la que llamamos Dios Padre. Y por medio de su palabra creó el universo. Pues resulta que su Palabra es otra persona divina a la que llamamos Dios Hijo. Y Dios Padre y Dios Hijo se aman de tal manera que ese amor es otra persona divina a la que llamamos Espíritu Santo. O sea que el Espíritu Santo es el amor de Dios hecho persona divina.

Ahora sé que el Espíritu Santo es el amor de Dios. No está mal, ¡el amor de Dios! En Dios todo es de dimensiones bíblicas así que debe ser un amor tan grande que es imposible imaginárselo.

Un inciso: Dios Hijo, la Palabra de Dios, en un momento histórico concreto se encarnó y se hizo Hombre llamándose Jesús de Nazaret. O sea que Jesús es Dios Hijo y Jesús hombre perfecto.

Vale, decía que quería saber cómo cooperó el Espíritu Santo en la muerte de Cristo.  Pues yo creo que fue así: Jesús ama con locura al Padre y le es fiel y le obedece en todo, sobre todo en lo referente a su misión de redimir al hombre de sus pecados para que pueda volver a la casa del Padre, al Cielo. Pero su naturaleza humana perfecta rechaza  el dolor, el sufrimiento y la muerte como todo hijo de vecino. Y se angustia tanto al saber que ha llegado el momento que está tan triste que se siente morir allí mismo en Getsemaní.

Lucas nos lo cuenta en Lc 22, 42-44: “Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya” Y se le apareció un ángel del cielo, que lo confortaba. En medio de su angustia, oraba con más intensidad. Y le entró un sudor que caía hasta el suelo como si fueran gotas espesas de sangre”.

Mateo nos cuenta que “empezó a sentir tristeza y angustia” Mt 26, 37;  “Entonces les dijo: Mi alma está triste hasta la muerte” Mt 26, 38;  “¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega” Mt 26, 46

En mi humilde y particular opinión así colaboró el Espíritu Santo: lo llenó de amor para que fuera capaz de elegir libremente sufrir y morir, sin sentir ni media gana y sintiendo por el contrario angustia y tristeza.

También sé que en la misa es el Espíritu Santo quien transforma el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Jesús, así lo escuchamos en la Plegaria Eucarística II:  “Santo eres en verdad, Señor, fuente de toda santidad; por eso te pedimos que santifiques estos dones con la efusión de tu Espíritu, de manera que sean para nosotros Cuerpo y Sangre de Jesucristo, nuestro Señor”.

En Juan 14, 16-17 Jesús dice: “Y yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque mora con vosotros y está en vosotros”.

Paráclito significa consolador, consejero, defensor, abogado, intercesor, maestro, santificador. Por eso el Espíritu Santo es el que nos abre el entendimiento para que conozcamos a Dios y sus cosas, el que hace posible que lleguemos a ser santos, el que nos da buenas ideas para que hagamos el bien, el que nos defiende del demonio y sus secuaces, el que nos consuela y nos llena de paz en nuestros sufrimientos y angustias.

También se le llama “ruaj”, palabra hebrea que significa aliento, viento o espíritu.  En Génesis 2, 7 leemos: “Entonces el Señor Dios modeló al hombre del polvo del suelo e insufló en su nariz aliento de vida; y el hombre se convirtió en ser vivo”. 

El Espíritu Santo es quien nos da la vida de hijos de Dios en nuestro bautismo.

Ya sé algunas cositas más acerca de Él así que ya no es un gran desconocido sino un GRAN AMIGO al que cada vez voy conociendo mejor y queriendo más.

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