Alfonso Uribe Jaramillo fue el obispo de Sonsón-Rionegro (Colombia) de 1968 a 1993, uno de los obispos participantes en el Concilio Vaticano II y uno de los impulsores de la Renovación Carismática en América. 

En vísperas de la Jornada del Enfermo, que cada año se celebra el 11 de febrero, fiesta de Nuestra Señora de Lourdes, retomamos una enumeración de frutos de la oración por los enfermos que él mismo experimentó cuando, ya siendo obispo, empezó a orar por ellos de manera regular. Lo tomamos de su librito ya casi inencontrable Pastoral Renovada (Librería Parroquial de Clavería, México).

11 frutos del Ministerio de Sanación y la oración por los enfermos (por Mons. Alfonso Uribe Jaramillo)

Cuando se menciona hoy el ministerio de curación corporal como elemento valioso e integral de la pastoral se ponen los gritos en el cielo.

Por experiencia personal sé que si uno trabaja pastoralmente en este campo se expone a incomprensiones, críticas y burlas. Pero tengo que afirmar también que este ministerio le acerca a uno a sus hermanos de una manera especial y es fuente de compensaciones insospechadas. Lo único que lamento es haber descubierto tan tarde la importancia y la riqueza de este ministerio al que Jesús dedicó tanto tiempo y con tanto amor. Muchas de las prevenciones que se tienen contra este ministerio se deben a falta de buena información.

Se tiene, por ejemplo, la idea errónea de que curación y milagro son casi sinónimos. Por eso llaman milagreros a quienes ejercen este ministerio. Sin embargo, se trata de cosas muy distintas, pues aunque una curación pueda ser milagrosa, esto será la excepción. San Pablo distingue en la enumeración que hace de los carismas entre curaciones y milagros (1 Cor 12,9). La misma distinción encontramos en Hechos 4,30.

Otros creen que ejercer el ministerio de sanidad corporal es propio de santos. Olvidan que el ejercicio de cualquier carisma puede darse en personas que estén en pecado, y que lo que muestra la santidad de una persona es el amor con que ejerza los carismas. Judas y Caifás ejercieron carismas, a pesar de lo que eran, y nosotros los sacerdotes podemos estar en pecado y consagrar válidamente en virtud del carisma que recibimos el día de nuestra Ordenación.

Otros toman una posición muy cómoda para no ejercer el carisma de sanidad y es la de afirmar que para eso están los médicos y las medicinas modernas. Pero cuántas personas carecen por pobreza de estos recursos, y cuántas enfermedades son incurables. La oración por curación no excluye ni la visita al médico ni el uso de medicamentos, quien pueda disponer de estos recursos debe hacerlo; pero en estos casos no sobra la oración, pues ésta puede ayudar para que el médico acierte mejor el diagnóstico y en la formulación de la droga mejor y para que ésta obre con mayor eficacia. (La lectura del capítulo 38 del Eclesiástico da mucha luz sobre este punto).

Tampoco hay que esperar resultados inmediatos cuando se ora por un enfermo. A nosotros nos toca solamente orar y dejar al Señor el resultado. Generalmente la salud se recupera mediante un proceso que puede ser muy largo pero que es muy útil para que el enfermo vaya conociendo mejor al Señor y vaya mejorando sus relaciones con Dios.

Otros sacerdotes dicen que para este fin tenemos el Sacramento de la Unción de los enfermos y que lo demás sobra; no tienen en cuenta que la Renovación Carismática Católica da gran importancia a este sacramento. Además, hay muchos casos de enfermedad que no permiten la administración del Sacramento pero sí el Ministerio de Sanidad por la Oración.


El gran valor pastoral de este ministerio de sanidad consiste en la experiencia que reciben los enfermos del amor de Cristo que aparece de manera concreta en su compasión por los que sufren. Cuando uno ora al Señor por un enfermo y con él, siempre hay una manifestación de paz y alegría en él, aunque no se dé ningún cambio aparente en el estado de su salud.

Con este ministerio la gente comprende mejor la realidad de un Jesús vivo que es el mismo siempre y que ahora hace por ministerio de la Iglesia todo lo que aparece en el Evangelio.

Muchos que han oído decir frecuentemente que "Dios es amor", sienten por primera vez la realidad de ese amor paternal cuando alguien implora de Él la salud para uno de sus hijos y éste la obtiene, sea de una manera total o al menos parcial.

Hablamos mucho en teoría del amor de Dios, pero nos da miedo hablar de su experiencia. Y ¿cómo vamos a predicar con fuerza el amor de Dios si no hacemos nada para que un enfermo lo palpe?

Lo que hallo más interesante en el Ministerio de Sanación es este aspecto pastoral del encuentro real de los enfermos con el poder y el amor del Señor. Más aún, si no fuera por este aspecto, yo no hallaría mucha razón de ser en esta tarea. Mientras no se descubra este aspecto, que es primordial, no se comprenderá ni se valorará debidamente la oración por la curación de los enfermos.

Cuando leemos el Santo Evangelio, vemos cómo un endemoniado, una vez liberado por Jesús, quiere acompañarlo (Mc 5, 18). Como la suegra de Pedro, una vez curada de su calentura, inmediatamente se pone a servir a Jesús (Mc 1,30). Era la reacción lógica de quienes habían experimentado la caridad del Señor y querían corresponder a ella con demostraciones concretas de gratitud..

Así llama un autor el fruto de la oración en algunos enfermos. No se curan, pero desaparecen o disminuyen los dolores. Estas personas reciben un gran alivio con la oración que se hace por su curación, y pueden alabar mucho al Señor y desempeñar sus deberes o parte de ellos.

La fuente de la sanación es el amor. Cuando nos acercamos con compasión verdadera a un enfermo él siente esa corriente de amor del Señor en su ser y los dolores disminuyen o desaparecen. Las madres saben esto por intuición y por eso con sus caricias quitan tantos dolores del cuerpo de sus pequeños enfermos.


No pocas veces esa es la respuesta de la oración que se hace por un enfermo. El Señor es el autor del hombre, de la Ciencia y de las medicinas. Cuando Él lo quiere, da su respuesta a través de estos medios naturales que deben ser tenidos por todos en alto aprecio.

Recuerdo el caso de una señorita que había estado sometida a minuciosos exámenes y a largo tratamientos sin curarse de unos cólicos muy fuertes. Al día siguiente de una oración por su salud, se hizo tomar una nueva radiografía ordenada por el especialista y éste al estudiarla descubrió inmediatamente la causa de la dolencia y dijo que nunca había visto una radiografía tan bien tomada. Casualidad dirán algunos. Respuesta amorosa del Señor decimos quienes creemos en su amor y en su Providencia adorable y paternal.

Parecido resultado de la oración es a veces el que un paciente ha rechazado una intervención quirúrgica por miedo y con distintas excusas, reciba el valor necesario para someterse a ella y ésta tenga pleno éxito.

Puesto que más del 80% de las enfermedades son psicosomáticas, hay que buscar ante todo, la sanación interior de la causa que origina la dolencia corporal. Para conocer esto en casos especiales se necesita más claridad y ésta es el fruto de la oración.

En el ejercicio de este Ministerio aparece a cada paso la acción maravillosa del Espíritu de verdad que conduce sabiamente a quienes confían sobre todo en su luz y en su amor.

Con el carisma del discernimiento se consigue en determinados momentos la claridad que, de manera distinta, no habría aparecido.

Sobra advertir que en estos casos habrá que orar primero por la sanación interior y dejar la física para el segundo lugar.

También aparecerá a veces que hay en el enfermo resentimientos profundos y falta de perdón y que a causa de esto no es escuchada su oración por la curación. Con esta visión se procede entonces a pedir al Señor su amor para con él poder perdonar y suprimir así el obstáculo.


Muchas enfermedades pulmonares, gástricas, bronquiales, etc,,, son el resultado del exceso en el uso del cigarrillo, el alcohol, la droga, etc...

Las personas son prisioneras de esos hábitos y se sienten incapaces de dejarlos. Será inútil orar por la sanación de tales enfermedades mientras subsista la causa de ellas.

La oración en estos casos tiene que buscar, ante todo, la liberación de esa adicción o de ese hábito. Y se consigue cuando se ora con fe y perseverancia y cuando el enfermo añade a la oración humilde el deseo sincero de corregirse y toma para ello las medidas que estén a su alcance. Quizás no nos hemos detenido a reflexionar sobre la necesidad y sobre las posibilidades de esta clase de oración.

Quienes tienen experiencia en esta clase de oración pueden aportar experiencias admirables. Lo que sucede es que frente a nuestra voluntad débil e inconstante tenemos el poder del Espíritu, pero contamos muy poco con él. Su acción quiere llegar a todas las áreas de nuestra persona y una de las más importantes es la de nuestra voluntad tan debilitada por el pecado y por los malos hábitos. Aprendamos a iniciar muchas de nuestras oraciones con el lenguaje de la Iglesia: "Señor, fuerza de los que en ti esperan...".


La causa de malestares y aún enfermedades en muchos es la falta de organización y orden en el desenvolvimiento de sus ocupaciones y de la debida distribución del tiempo. Aún muchos apóstoles sucumben pronto agobiados por el trabajo debido a esta circunstancia.

Hay personas que se encuentran en situaciones más difíciles y que exigen de ellas un trabajo agobiador. Otras se entregan sin necesidad a un activismo exagerado, expresión a veces de situaciones psicológicas anormales. Unos creen falsamente que a Dios le agrada únicamente el trabajo y que el descanso es, al menos, imperfecto.

Otros son incapaces de decir no y se entregan al servicio hasta quedar extenuados e incapacitados durante un tiempo para continuar ayudando a los demás con su ministerio. No pocos creen que tienen que llevar sobre sus hombros todo el peso de la humanidad y pronto caen sin fuerzas.

La oración, la docilidad al Espíritu que muchas veces nos habla a través de personas y de acontecimientos, pueden darnos la luz oportuna para distribuir mejor el tiempo, para actuar de esta o de aquella manera y para proceder en cada circunstancia como el Señor quiere que lo hagamos.

Somos seres racionales y el Señor quiere que obremos como tales. Él nos da su luz para ver con claridad: si se la pedimos con humildad y con confianza de hijos.


Las preocupaciones y los problemas cuando son graves y persistentes nos ponen tensos y terminan por afectar nuestra salud. Mientras no encontremos la solución adecuada o mientras no obtengamos la paz y la fuerza del Señor para llevar la cruz con tranquilidad, no sanaremos físicamente, sino que el mal crecerá.

La oración consigue esta gracia y nos sana indirectamente. Aprendemos cuando oramos a "lanzar nuestras preocupaciones en el Corazón amorosísimo del Señor y Él nos reconforta". Entendemos entonces el valor de la palabra de Dios cuando nos dice:

"Encomienda tu camino al Señor, confía en Él y Él actuará" (Salmo 36).

"Confiad al Señor todas vuestras preocupaciones, pues Él cuida de vosotros" (1 Pe 5,7)

"Por eso os digo: no andéis preocupados por vuestra vida" (Mt 6,25).

Cuando la oración por sanación consiga la paz, la confianza en el Señor y la seguridad en su amor, entonces vendrá la recuperación corporal como resultado necesario.

En los Grupos de Oración encuentran muchos la solución de diversos problemas que los tienen agobiados y enfermos, pues la oración unánime de varios tiene una fuerza especial delante del Señor y consigue más de lo que creemos.


En muchos casos, principalmente cuando se trata de enfermedades graves o crónicas, el fruto de la oración no es la curación total e inmediata, sino el comienzo de una recuperación que avanzará en la medida en que perseveremos en la oración. Esta mejoría, más o menos apreciable, es la primera respuesta del señor y encierra una invitación a perseverar en la oración.

La paciencia y la fidelidad en la oración son necesarios en este ministerio de curación. Quienes deseen conseguir efectos inmediatos y extraordinarios sufrirán muy pronto una gran decepción.

Debemos creer en el amor y en el poder del Señor, pero también en su sabiduría que conoce qué es lo que más conviene a su gloria y a la persona por quien oramos. Él es el señor y nosotros somos sus siervos.

Entre las causas que explican el lento proceso de la curación que aparece frecuentemente está nuestra debilidad y limitación como instrumentos del Señor. Esto debemos admitirlo con humildad, pero sin angustia. Podemos estrechar nuestra unión con Jesús y recibir más poder de su Espíritu, así nuestro ministerio tendrá más eficacia.


En este ministerio de sanación encontramos casos verdaderamente admirables y aún extraordinarios. El Señor obra a veces a través de nosotros de una manera especial, sea por la gran fe del enfermo, sea por la mucha oración que se ha efectuado, o porque en un caso particular quiere demostrar de manera más patente su amor y su poder infinitos.

Cuando empezamos a orar por un enfermo, nunca sabemos qué le acontecerá. Este ministerio está lleno de misterios y también de sorpresas. Estamos viendo cómo actualmente aparecen curaciones inmediatas de graves enfermedades como cáncer, leucemia, soplos cardíacos, asmas, etc...

Esto aparece muy claro para quien tiene fe en el poder y en el amor del Señor y está convencido de que Él es el Amo de la vida y de la muerte y que "se le ha dado todo el poder en el cielo y en la tierra" (Mt 28, 18)

Al orar por los enfermos entreguémonos con humildad y confianza a la acción del Espíritu y dejemos que Él actúe en cada caso como quiera. A nosotros nos corresponde solamente orar. El resultado depende del Señor. Suyo es el Reino, suyo el poder y la gloria.

Fruto también del ministerio de oración por sanación es recibir más salud mental y corporal, lo mismo que la conservación de la misma. En la oración que recita el sacerdote antes de comulgar pide que el cuerpo y la sangre de Cristo que va a recibir le sirvan de "defensa para el alma y el cuerpo" y se conviertan en remedio de salvación.

Agnes Sanford, en su libro Healing Light, aconseja que nos pongamos en oración y le pidamos al Señor que su vida recorra cada parte de nuestro organismo, la reanime, la fortalezca y la sane si está enferma. Esta súplica estará acompañada de una visualización de la acción del Señor en cada parte del cuerpo y de una profunda acción de gracias por el amor infinito que nos tiene.

Nuestra oración tiene que pedir, antes de todo, la santificación y el crecimiento espiritual, pero debe incluir también nuestra fortaleza y salud corporales que constituyen también un gran bien y deben ser tenidas en alta estima.


Más de una vez al orar por un enfermo que está penando mucho, el resultado es que éste muere pronto y con gran paz. ¿No es éste un fruto maravilloso del ministerio de sanación? ¿No constituye un gran beneficio para quienes tienen que asistirlo?

Nunca sabemos cuál va a ser la respuesta del Señor a nuestra oración. De lo que sí estamos seguros es de que la única oración que se pierde es la que no se hace.