El año 2023 es año de elecciones en España, y afectará a muchos políticos en el ámbito regional y local. Hay políticos que no serán reelegidos. Otros no serán convocados por su partido. Otros dejarán la política voluntariamente (o más o menos empujados). Muchos llegarán a la conclusión de que su partido se ha corrompido y no defiende sus valores. Lo mismo puede pasar en otros países, en Hispanoamérica...

¿En qué momento un católico que se dedica a la política debería dejar su partido? ¿Y qué debería hacer después? Sobre eso reflexiona Josep Miró i Ardèvol, a partir de su amplia experiencia, en una serie de 3 artículos en ForumLibertas, que vamos a intentar resumir.

Miró militó en Unió Democràtica de Catalunya, y después en Convergència Democràtica. Fue conseller autonómico de la Generalitat de Cataluña y portavoz municipal de CiU en el Ayuntamiento de Barcelona. Dejó la política activa de partido en 2001. Renunció a la militancia en Convergencia en 2008, constatando que el partido se alejaba radicalmente de cualquier ideario cristiano. De 2008 a 2017 fue miembro del Pontificio Consejo de Laicos, un organismo vaticano.

En 2001 puso en marcha la asociación E-Cristians para fomentar la presencia católica en la vida pública, con católicos de diversas tendencias políticas pero con voluntad de ser fieles al Magisterio.

A sus 78 años, habla a la vez con cautela y libertad sobre cómo un católico debe afrontar su relación con la política. Piensa que sus palabras "quizás sí podrían servir a los católicos que tienen vocación política, que incluso la practican, estén en Barcelona, Sevilla o Ciudad de México". Nosotros resumimos sus ideas.

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Cuándo un católico debe dejar su partido político: qué hacer

por Josep Miró i Ardèvol (extractado por ReL)
Texto completo en ForumLibertas: Parte I; parte II; parte III.

Escribo este artículo movido por la reflexión de un buen amigo periodista, y mucho más joven que yo. Me dijo: “Tú ya tienes una edad, has vivido y visto muchas cosas y has acumulado muchas experiencias como político y católico, ahora debes hacerlas públicas con sinceridad, y para lo que puedan servir”.

Medité sus palabras y llegué a la conclusión, que quizás sí podrían servir a los católicos que tienen vocación política, que incluso la practican, estén en Barcelona, Sevilla o Ciudad de México.

Creo que entiendo bien a las personas que les apasiona la política y se han metido en partidos, y entiendo que muchos sean católicos, vayan a misa y perseveren en un partido que objetivamente, no solo está muy alejado de lo que dice su fe, sino que cada vez resulta más contraria a ella. [...]

Para un católico, la política es -o debería serlo- la más alta forma de servicio, de caridad, porque significa -debería- ocuparse con afán de lo que no es tuyo, sino de los demás; de construir el bien común a través, sobre todo, de la amistad civil aristotélica, digámosle concordia. Bien común es aquel conjunto de condiciones que hacen posible que cada persona, cada familia realice en todo lo posible sus dimensiones como persona, y que no puede confundirse con otra cosa muy distinta: el interés general. [...]

Iglesia, juventud y calabozos

Abandoné la Iglesia, como muchos otros jóvenes, cuando tenía 19 años y volví a ella cumplidos los 43, y en un buen momento de mi vida. Hacía poco que Jordi Pujol me había nombrado Consejero de Agricultura en su segundo gobierno, y repetiría en el tercero, hasta que lo dejé.

Empezaba a saber qué teclas tocar y encima producían la música que más o menos esperaba oír. Fue entonces cuando sentí la sensación de que me faltaba algo, y así empezó mi retorno, cuyo detalle ahora no hace al caso.

Mientras tanto, durante todo aquel tiempo, viví intensamente la política, conducido a ella por un escultismo que realmente preparaba y te abocaba al servicio. Y una forma de realizarlo era la política, aunque fuera entonces clandestina. Y así, formé parte de la FNEC en la universidad y de Unió Democràtica y Convergència Democràtica, después. Eran tiempos intensos, vividos en la esperanza.

Pasé por los calabozos e interrogatorio de la Jefatura Superior de Policía de Barcelona, por un Consejo de Guerra y después el TOP [Tribunal de Orden Público]. Ingresé en la cárcel Modelo, no pude hacer milicias, me hicieron repetir el Servicio Militar, pero licenciada mi promoción me marché del cuartel por la cara, sin mayores efectos. En fin, hice un recorrido bastante estándar para un opositor a Franco.

Josep Miró, e E-Cristians, habla a católicos interesados en la política.

Cuando las administraciones eran pequeñas

Viví otro momento de intensa emoción y esperanza a partir de 1981, con la Generalitat recuperada, cuando me incorporé a la Presidencia a las órdenes directas de Pujol, como director General de Asuntos Interdepartamentales. Entonces -y a diferencia de la exuberancia de la administración actual- éramos muy pocos. Todo estaba por hacer y todo era posible. Fui diputado en el Parlament de Cataluña, conseller y concejal en tres periodos distintos en el Ayuntamiento de Barcelona.

Cuando lo dejé, para poder dedicarme a la constitución de la asociación E-Cristians, era el portavoz del Grupo de Convergència i Unió.

Todo esto sirve para decir que he vivido diversos escenarios políticos: el de la oposición (la clandestina y la democrática) y el del gobierno. He dirigido algunas campañas electorales o he participado en el equipo que las dirigía, he tenido conocimiento de la política internacional de primera mano, si bien de eso hace mucho tiempo, de la mano de UDC y la Democracia Cristiana.

Y todo lo vivido, y brevemente resumido, me da autoridad moral para afirmar -de paso- que las leyes de la memoria, sea “histórica” o “democrática”, son una estafa. Un estúpido y malévolo intento de formatear la historia, convirtiendo la carne y sangre de los hombres en una mala película de buenos y malos. A la memoria hay que honrarla; no destrozarla.

"Volver a la Iglesia mejoró mucho mi capacidad política"

Para mí, el retorno a la Iglesia y lo que conlleva de oración, confesión y eucaristía, de formación y exigencia moral en las virtudes cristianas, fue un tensor que mejoró en mucho mi capacidad política, me ayudó en el realismo, me impidió caer en el sectarismo ideológico o en el extendido cinismo de partido.

Descubrí el Evangelio, la lectio divina y muchos buenos libros y autores. Algunos son básicos para mi forma de entender la fe y el mundo: Henri de Lubac, y Balthasar, Guardini, Newman, Charles Taylor, sobre todo en Las fuentes del yo: la construcción de la identidad moderna, y especialmente Alasdair MacIntyre. Hay algunos más, pero tampoco se trata de extenderse demasiado. Y de una manera especial son importantes, en el sentido de guiar la reflexión práctica, la Doctrina Social de la Iglesia, las encíclicas sociales y este servicio impagable de su Compendio. [...]

¿Cómo es posible que esta doctrina social, visión, misión y concepción holística vigente y viva, la única que da consistencia a un determinado orden social, tenga tanta academia y tan pocas aplicaciones?

A partir de un momento determinado del siglo pasado, la institución eclesial y los católicos laicos se han desinteresado de ella, aunque los tres últimos papas insistan sobre, por ejemplo, la necesidad de una nueva economía. Pero se responde con academia y principios morales que están muy bien, pero no bastan en absoluto. La Iglesia carece de “aplicadores”, y no solo en economía, sino sobre todo en política.  [...]

Volvamos al eje de este texto. ¿Por qué di el paso de dejar la política de partido, que era mi vocación?

Porque llegué a la conclusión personal, y subrayo el carácter subjetivo de la decisión, de que la política había dejado de ser un camino abierto a la ilusión y a la esperanza donde era posible construir. O, al menos, pensar que era posible hacerlo, dentro del lógico conflicto que la política siempre encierra. Pasó a convertirse en una carrera de intereses personales y partidistas, en el que el diseño de buenas políticas chocaba con el juego de intereses de partido.

Lo dejé, lo diré con palabras grandes, porque entendí que ya no servía para arreglar, para mejorar este mundo. Esto fue justo a finales de siglo.

Ahora todo está mucho peor, incluso presenta ribetes de enloquecimiento, pero esto no quita la necesidad de la política para construir el bien común, y del servicio de los católicos en ella. La política solo tiene sentido en esa construcción y los católicos laicos tenemos el deber de servir en ella.

Quiero apuntar ahora, que hay cuatro problemas fundamentales irresueltos:

Primero. No hay partidos que puedan hacer la tarea de intermediación de una manera sustancial con la concepción cristiana. No se trata de que exhiban sólo algunos retazos, o de boquilla, o con una forma de practicarla, muy lejos de toda inspiración cristiana, subrayada la inspiración. [...] Al no existir esta intermediación fiable, el pueblo católico tiene interlocutores ocasionales y muy escasos, pero casi nadie en quien confiar con plenitud.

El segundo problema es la radical ausencia de coherencia con su fe de una parte de los católicos que se supeditan a la consigna, a la ideología de partido. [Miró da varios ejemplos aquí]. [...]

El tercer problema, muy grave, es el “repelús” -y utilizo este término a propósito- al compromiso político de una parte de los obispos, sacerdotes, y sobre todo y lo que es peor, de los laicos. Algunos grupos o movimientos incluso rechazan el término “política”, sin caer en la cuenta de que al educar en estos términos se apartan de la común doctrina pontificia.

Un artículo reciente de monseñor Luis Argüello en Alfa y Omega, “La Militancia Cristiana, es un buen ejemplo de lo que sí debería ser la guía pastoral en este campo y que todo laico lo debería enmarcar. Pero si lo refiero es precisamente porque constituye una excepción más que una regla. Abunda un catolicismo que vive en el rechazo pleno a la doctrina social de la Iglesia en lo que se refiere a la política, a pesar de constituir “una alta manifestación de la caridad cristiana”.

Y el cuarto es la fragmentación del pueblo de Dios en una miríada de vocaciones, con escasa voluntad de actuar unidos en las cuestiones determinantes, a pesar de que vivimos bajo una oleada de las leyes y políticas gubernamentales totalmente enloquecidas. Las vocaciones son fundamentales, pero no puede ser una causa para eludir el necesario compromiso con el servicio conjunto al bien común. [...]

Josep Miró habla en la marcha provida de verano 2022 en Madrid (las razones de la marcha, aquí).

Los primeros cristianos y la Iglesia de hoy

Los primeros cristianos, marginales primero, contraculturales y disidentes después, en el seno del Imperio, terminaron siendo reconocidos como alternativa, para finalmente impregnar el gobierno del nuevo comienzo de una sociedad, la romana, que se derrumbó. Según Rodney Stark pasaron de ser una exigua minoría de unos 1.000 cristianos en el año 40, el 0,0017% de la población imperial, a significar 33,9 millones y el 56,5% [cuando Constantino despenalizó el cristianismo, hacia el 313 d.C., nota de ReL]. Sea exacto, o no, esta es la razón de su digamos legalización y su paso de “secta”, para el Imperio, a confesión religiosa plenamente aceptada. [...]

La Institución eclesial haría bien en asumir el terrible abandono que representa para ella la falta de atención e impulso para con los laicos, y su compromiso con la realización del bien común, esto es la política. Porque a nivel de institución eclesial el camino paralelo de una disidencia social, cultural y políticamente menguante se llama, en términos sociológicos, secta.

La diferencia entre ella y una Iglesia se encuentra en la radicalidad de la diferencia de sus creencias en relación con el grueso de la sociedad. Y este problema subjetivamente tratado, explica esta huida hacia adelante de seglares y religiosos, en el caso de Alemania en tropel, para pegarse a lo mundano. En lugar de ganar al mundo para Dios, piensan, 'dejémonos ganar por el mundo', mandando a la Encarnación al desván de los recuerdos.

Si la situación es ésta, y los partidos, al menos en España, no nos sirven (me refiero a los que están o pueden estar razonablemente en el Congreso), si no podemos servir a tales señores del mundo, ¿entonces qué hacer?

Cuando ya no se puede callar y ceder

Es una decisión personal, de conciencia, pero esto no significa que no se pueda opinar sobre ella, y desde la experiencia y la observación de muchos años.

Para mí, es evidente que ya no es tiempo de callar y ceder, de excusar al partido diciendo que los otros son peores. Y no se trata de mínimos, sino de básicos. El aborto, la vida en general, su dignidad, es decir, la justicia social y la prioridad a los mas débiles, forma parte de estos básicos, y cuando el partido ha desertado de buena parte de ellos sólo cabe la salida. Puerta y a otra cosa.

Si el católico contemporizara menos y fuera más firme en sus hechos otro gallo cantaría.

Pero, si dejas el partido ¿qué puedes hacer políticamente?

Primero, aplicar la libertad recobrada. Recuperar la higiene mental que ya no atiende a consignas.

No despreciar los contactos personales, mantener amistades, quizás organizarse con otros ex políticos, rezar juntos, hablar juntos, socializar, apuntarse a asociaciones que sin ser partidos sí contribuyen a ser alternativa, cada uno con sus matices:  Cristianos en Democracia en Andalucía, E-Cristians en Cataluña,  Neos, la Asociación Católica de Propagandistas (Acdp)… cada uno tiene su especificidad, pero la resultante del empuje es la misma. [...]

Es necesario organizar la Corriente Social Cristiana en el seno de la sociedad. No podemos esperar más: las leyes, o las hacemos o nos las hacen.

Construir una corriente eficaz

La acción a la que estamos llamados ahora es la de construir una corriente, un movimiento que actúe movilice, comunique, dé formación y haga servicio. Que interactúa con las instituciones políticas y de la sociedad, y tiene grueso y capacidad para cambiar las cosas. [...] La corriente social cristiana es un encuentro, una confluencia organizada de grupos y personas que actúan conjuntamente con objetivos comunes.

Esta dinámica de acción y crecimiento del movimiento social cristiano nos dirá, en función de la capacidad y los resultados, es decir, de la práctica, si ésta es la fórmula final, o bien por falta de recepción y regeneración de los partidos políticos hay que dar un paso más para reorganizar su potencial y presentar una opción política.

Entiéndase bien lo que sostengo. Si nos conformamos con ser cada vez más disidentes, más marginales, acabaremos como cristianos en la nada, y esa nada convertirá a la Iglesia en una secta, porque será percibida por la sociedad como algo anómalo, extraño a todo el ordenamiento jurídico. Es cuestión de tiempo.

Que para ser alternativa hay que profundizar y vivir más y mejor la fe y las virtudes cristianas, que son el fundamento de todo.

Que debemos reunirnos y organizar, superando fracciones y diferencias, en una corriente, un movimiento que tiene como fundamento vertebrador la doctrina social cristiana y la ley natural y, por tanto, llama a todos y no sólo a los que nos ha sido regalado el don de la fe.

Esta corriente organizada actúa en el ámbito del bien común y, por tanto, de la vida pública de las instituciones políticas y sociales: estudia los temas para hacer propuestas concretas, escucha a las personas en términos generales o las concernidas por aquella cuestión. Construye consensos sociales en torno a soluciones y lo concreta en políticas públicas que difunde y comunica para buscar el máximo apoyo social. Políticas con las que dialoga con partidos y gobiernos, los empuja, lleva a cabo grandes campañas sobre estas cuestiones.

Persigue encauzar la realidad por medio de una estrategia de reformas parciales articuladas a la finalidad global. Y al mismo tiempo no pierde de vista impartir una sólida formación a sus miembros y a la ciudadanía, y ofrecer determinados servicios evaluados como necesarios.

Esta dinámica y práctica de la corriente social le da notoriedad, buen nombre, la hace crecer y le proporciona ingresos de la misma gente. Una corriente social que comienza con un núcleo organizado de unos pocos centenares y que con dos años se expande hasta 20.000 personas. Esta es la masa crítica inicial para la gran transformación. [Más detalles sobre cómo crear una corriente social cristiana organizada, aquí].

Y cuando la corriente social cristiana esté constituida, funcione, haya actuado y alcanzado una determinada experiencia, entonces debe valorar si ésta es la mejor fórmula o debe reorganizarla en una opción electoral directa. En este orden y en este tiempo. No antes, incluso puede que no sea necesario llegar a ello, pero de la misma manera que digo que este es el orden y los tiempos, también afirmo que hay que llegar a la opción política electoral, directa a partir de la corriente, si los partidos e instituciones dándonos la espalda.

Eso es lo que podemos hacer. Esta es la manera de pasar de la disidencia a la alternativa. Y si no lo hacemos, entonces terminarán de pasar por encima nuestro, por encima de nuestra fe, de nuestras familias, de nuestros movimientos y organizaciones, escuelas, universidades, grupos. ¡Cómo es posible que esta evidencia no se vea? [...]

No podemos permanecer con los brazos juntos en nuestro territorio de siempre, en nuestro ámbito de confort. Nadie, si no somos nosotros mismos, nos resolverá los problemas, porque somos nosotros los agentes de la transformación necesaria de la sociedad.