Enrique Baviera fue ordenado sacerdote en 2019 y enviado como párroco a Agullent, un pueblo valenciano de 2.300 habitantes en el Valle de Albaida. Enseguida, como párroco novato, se enfrentó con algo que ni los párrocos veteranos conocían: una pandemia, confinamientos, devociones locales aplazadas o canceladas, etc... ¡Tiempos intensos para los nuevos sacerdotes... y para todos los demás!

Ahora, a sus 31 años, le pidieron explicar su testimonio de fe en la Vigilia Diocesana de la Mare de Déu dels Desamparats celebrada en la Plaza de Toros de Valencia, el sábado 29 de abril de 2023, ante 12.000 personas. Reflexionando sobre la historia de la fe en su vida, se dio cuenta que ni la enfermedad ni el miedo le han alejado de Dios, una vez lo ha conocido. Pero sí se alejó de él de joven, enganchado a los videojuegos.

Ruptura con Dios y choque con la familia

Enrique Baviera se formó en una familia católica. Pero a los 14 años se metió en el mundo de los videojuegos a un nivel obsesivo y sistemático, de competición. Quedó enganchado y eso causaba grandes tensiones en su relación con sus padres, en sus estudios en caída libre, en su trato con Dios y la Iglesia...

Para él, recuerda, los videojuegos eran "la felicidad. Estaba con mis amigos y entre los 100 mejores en el videojuego ‘online’, pero mi vida estaba vacía y esta situación afectó a mi familia", advierte.

Hubo alboroto en casa y sus padres tomaron medidas drásticas: hicieron desaparecer el ordenador del hogar. "Y con él, toda mi vida", pensó el muchacho. Tal como él lo veía, sus padres le impedían acceder a todo lo que le hacía feliz.

"Me fui de casa y me pasaba de todo por la cabeza. Hice daño a mis padres", recuerda. Les dejó de hablar.

Alguien te tiene que invitar

Para acercarse a Dios, a menudo, el instrumento es alguien que invita a dar un paso. Y en este caso fue un primo de Enrique, que un día le invitó a acudir a las catequesis de Confirmación de su parroquia de siempre.

Él decidió acudir, aunque a escondidas, sin decir nada a sus padres "para no darles esa satisfacción".

Su transformación empezó en esas catequesis porque, recuerda, "allí me sentí querido y no juzgado. No me preguntaban mi currículum, ni de donde venía. Todo el mundo de ordenadores y videojuegos cada vez lo añoraba menos. Yo llegaba a mi casa contento, de la catequesis. Y pensaba: 'no, sigue con el cabreo a tus padres'. Pero ya no me nacía eso de dentro".

Empezó a prestar atención a lo que se decía. Le explicaron que "había alguien que me amaba tanto que había dado su vida mí. No podía entender que yo, que no valgo nada, fuera tan querido".

Volver a misa y pedir perdón

Otro paso que dio fue volver a ir a misa. Al principio, sólo le motivaba poder tocar allí la guitarra. Pero en misa reflexionaba. Veía el daño que había hecho a sus padres, a sus amigos y a su vida. Llevaba más de un mes y medio sin dirigir la palabra a sus padres. Tampoco tenía metas ni planes para la vida. Y pensaba: "¿Cómo les voy a pedir perdón si no lo merezco?".

Finalmente dio el paso de volver a hablar con su familia, tras cinco años de rebelión y conflicto y mes y medio de alejamiento. "No podía entender que mi madre me perdonara cinco años de infierno", comenta. "A través del rostro de mi madre, de su sonrisa, pude conocer el amor de Dios" y "me descubrí amado hasta lo profundo".

Fue ahí donde sintió que había un amor terriblemente poderoso, capaz de perdonar y conducir a los hombres. Un amor que le llamaba, y avivaba en él su vocación.

"El Señor me dijo: déjalo todo y sígueme. No me podía creer que me llamara con la vida que había llevado". El siguiente paso fue acudir a una convivencia vocacional, y después entrar en el Seminario.

Baviera tiene un mensaje para jóvenes y mayores: "El Señor te da una nueva forma de vivir. Crees que lo tienes todo pero cuando de verdad lo tienes todo, te das cuenta de lo que te faltaba".

Y también identifica el momento que arrolló su vida vieja. "El perdón me transformó totalmente. Mi vida dio un vuelco. El milagro no es que sea sacerdote, es que sea cristiano", explicó ante las 12.000 personas de la Plaza de Toros de Valencia.