La religiosa María Restituta comenzó la cuaresma de 1942 bajo arresto. Fue detenida el miércoles de ceniza. Su delito: “colgar crucifijos”. Fue sentenciada a muerte. El año siguiente, en martes santo, se cumplió la condena.

El uno de mayo de 1894,  Anton y Marie Kafka contemplaban con orgullo a su recién nacida sexta hija. Madre e hija estaban bien. La llamaron Helena, y tan sólo 13 días después de tenerla, la bautizaron.
La ceremonia se celebró en la iglesia de la Asunción, en Husovice, cerca de Viena. Antes de que Helena cumpliese dos años , la familia se instaló definitivamente en Viena.

Helena era una buena estudiante y trabajaba duro. Recibió su primera comunión en la parroquia de Santa Brígida en mayo de 1905 y fue confirmada en esta misma iglesia un año después. Tras pasar ocho años en el colegio, estuvo un año aprendiendo labores de ama de casa en un centro especializado, y a la temprana edad de 15 años ya trabajaba como criada, cocinera y había aprendido labores de enfermería.


Iglesia de Husovice

Una vida dedicada a los enfermos
A los 19 años comenzó a realizar labores de enfermería en el hospital de Lainz. Este fue el primer contacto que tuvo Helena con las hermanas franciscanas del Cristo de la Caridad. El 23 de Octubre de 1915, ella misma pasó a formar parte de la congregación. Pasó a llamarse María Restituta, y tras tomar los votos finales un año después, comenzó a trabajar como enfermera.

Al finalizar la primera Guerra Mundial, la hermana Restituta se convirtió en jefa de enfermería quirúrgica de la iglesia-hospital de Mödling, en Viena. Ella nunca había oído hablar de Adolf Hitler y nunca podría haber imaginado que algún día su querida nación fuera a unirse a la república alemana por culpa de este hombre.

El 12 de Marzo de 1938 el partido Nazi austriaco dio un golpe de estado y se hizo con el control del gobierno. Había sucedido lo inimaginable: Hitler controlaba ahora la antaño orgullosa nación de Austria.



Firme en la fe
La hermana Restituta fue muy firme en su oposición al régimen nazi. Cuando se construyó una nueva ala del hospital, colgó crucifijos en todas y cada una de las nuevas habitaciones. Los nazis ordenaron que fuesen retiradas, y amenazaron con echarla si no obedecía.

Se negó. Las cruces se quedaron en la pared.

Uno de los doctores, fanático nazi, no pudo soportarlo. Denunció a la hermana el miércoles de ceniza de 1942, y ésta fue detenida por la Gestapo según salía de la sala de operaciones. Los cargos contra ella incluían “colgar crucifijos y escribir un poema que se burlaba de Hitler”, tal y como recuerda Aleteia.

Los nazis la condenaron a la guillotina por “favorecer al enemigo y cometer alta traición”. Le ofrecieron la libertad a cambio de abandonar la orden franciscana que tanto amaba. Ella se negó categóricamente. Aunque muchas monjas perdieron su vida en los campos de concentración, la hermana Restituta fue la única monja católica imputada, juzgada y sentenciada a muerte por un tribunal nazi, ya que otras como Edith Stein fueron asesinadas en los campos por su origen judío.

Una petición de clemencia llegó hasta la mesa de la secretaria personal de Hitler y de Martin Bormann, canciller del partido. La respuesta del canciller fue que su ejecución “supondrá una intimidación efectiva para todos aquellos que quieran resistirse a la voluntad del partido nazi”. La hermana María Restituta pasó sus últimos días en prisión cuidando a los enfermos. Por su amor a la cruz, o más bien, al que murió en ella, fue decapitada el 30 de Marzo de 1943, en martes santo. Tenía 48 años.


Martin Bormann, canciller del partio Nazi

En su visita a Viena, en 1998, el papa san Juan Pablo II beatificó a Helena Kafka, la muchacha cuyo destino fue servir con amor. El Papa quiso enviar un mensaje muy actual coincidiendo con su martirio:  “Muchas cosas nos pueden quitar a los cristianos. Pero la cruz como signo de salvación no nos la dejaremos arrebatar. No permitiremos que sea desterrada de la vida pública”.