En 1527, apenas seis años después de la conquista española de Tenochtitlán, el joven cristiano tlaxcalteca Cristóbal, de 13 años, era asesinado por su propio padre, cacique guerrero adicto al alcohol que perseveraba en el culto a sus ídolos. Lo mató porque le había roto sus bebidas y sus ídolos y también instigado por una de sus esposas. 

Dos años después, en 1529, a los ocho años de la conquista, otros dos adolescentes de unos trece años, Antonio y su criado Juan, también en la región mexicana de Tlaxcala, fueron asesinados a garrotazos por unos indios paganos porque ayudaban a requisar ídolos paganos por las casas. Antonio era nieto del principal noble tlaxcalteca que había pactado con Cortés y había ayudado a los españoles. No son episodios legendarios, sino casos bien documentados con textos cercanos a los hechos y protagonistas notables. 


Estos tres adolescentes indios, que fueron declarados beatos por el Juan Pablo II en 1990, durante una ceremonia realizada en la Basílica de Guadalupe, van a ser ahora declarados santos por decreto de Francisco (anunciado este jueves 23 de marzo), sin necesidad de reconocerse un milagro para el paso de beatos a santos.

Esta es una decisión que el Papa Francisco ha tomado con cierta frecuencia en el caso de personajes y beatos antiguos con devoción de varios siglos, como es el caso del jesuita Pedro Fabro (compañero de Ignacio de Loyola), el misionero jesuita español en Brasil José de Anchieta, la religiosa María de la Encarnación (misionera en Canadá), el obispo de Québec Francisco de Montmorency-Laval o la mística medieval Ángela de Foligno.


La fecha y lugar de la canonización de los llamados "Tres Niños Mártires de Tlaxcala" aún se desconocen y ya hay quien especula con un posible viaje papal a México para ello. Se trata de una decisión muy significativa porque no solo añade tres santos al santoral mexicano, y aumenta el número de niños o adolescentes canonizados oficialmente, sino que casi seguro serían los santos oficiales más antiguos del continente americano, y sin duda los más antiguos de raza amerindia. (San Juan Diego Cuauhtlatoatzin, el vidente de Guadalupe, indio chichimeca, en México, vio a la Virgen en 1531 y murió en 1548, casi dos décadas después que Antonio y Juan). 


  Ilustración de estilo muralista mexicano con las escenas de la vida y martirio de los Tres Niños de Tlaxcala 

Además, estos santos jóvenes refuerzan una imagen poco habitual en la Iglesia: unos jóvenes adolescentes, conversos entusiastas, que plantan cara frente a los adultos, que viven engañados por la idolatría. El caso de Cristóbal es además evocador porque su padre, cacique, se emborrachaba a menudo, tragedia que no es ajena a los niños de hoy en muchos hogares pobres (y no tan pobres) del continente americano (y otros). 


La historia no es una leyenda piadosa tardía y de difícil constatación. Al contrario, hay documentación abundante en detalles. Fray Toribio de Benavente, llamado Motolinía en México, que estuvo en la ciudad de Tlaxcala de 1536 a 1539, es la fuente principal para conocer los hechos. 

Él explica que uno de los nobles más importantes de Tlaxcala, después de los cuatro señores principales, era Acxotécatl, que «tenía sesenta mujeres, y de las más principales de ellas tenía cuatro hijos». Los nobles tlaxcaltecas habían sido aliados de los españoles y eran reconocidos como nobleza nativa por las autoridades hispanas.


  Guerreros tlaxcaltecas en ilustraciones de Angus McBride,
para la reputada serie de historia militar Osprey; el padre
de Cristóbal, Acxotécatl, siendo noble guerrero, podía
vestir en batalla
 como el luchador arrodillado

Acxotécatl dejó que sus tres hijos pequeños fueran a la escuela franciscana, pero intentó evitar que fuera el mayor, entonces su preferido, hijo de su esposa Tlapaxilotzin (mazorca colorada). Finalmente cedió y dejó que fuera, cuando ya tenía doce o trece años el chico. 

«Pasados algunos días y ya algo enseñado, pidió el bautismo y fuele dado, y puesto por nombre Cristóbal. Este niño, demás de ser de los más principales y de su persona muy bonito y bien acondicionado y hábil, mostró principios de ser buen cristiano, porque de lo que él oía y aprendía enseñaba a los vasallos de su padre; y al mismo padre decía que dejase los ídolos y los pecados en que estaba, en especial el de la embriaguez, porque todo era muy gran pecado, y que se tornase y conociese a Dios del cielo y a Jesucristo su Hijo, que Él le perdonaría, y que esto era verdad porque así lo enseñaban los padres que sirven a Dios. El padre era un indio de los encarnizados en guerras, y envejecido en maldades y pecados, según después pareció, y sus manos llenas de homicidios y muertes. Los dichos del hijo no le pudieron ablandar el corazón ya endurecido, y como el niño Cristóbal viese en casa de su padre las tinajas llenas del vino con que se embeodaban él y sus vasallos, y viese los ídolos, todos los quebraba y destruía, de lo cual los criados y vasallos se quejaron al padre». 


Además del alcohol y el pasado guerrero del padre, y de las presiones de los criados y vasallos bebedores y paganos, hay un elemento añadido y común en las culturas polígamas (como recoge la Biblia): las intrigas de una esposa para hundir a los hijos de otras y favorecer los propios.

En este caso, era Xochipapalotzin (flor de mariposa), la mujer principal de Acxotécatl, a quien «le indignaba mucho y inducía para que matase a aquel hijo Cristóbal, para que cuando aquel muriese heredase un hijo suyo que se dice Bernardino; y así fue, que ahora este Bernardino posee el señorío de su padre».

Fray Toribio de Benavente dice que su fuente, quien le contó personalmente los hechos, es Luis, un hermano de Cristóbal, que vio el asesinato escondido en la azotea

«Luis, por quien yo fui informado, vio cómo pasó todo el caso. Vio cómo el cruel padre tomó por los cabellos a aquel hijo Cristóbal y le echó en el suelo dándole muy crueles coces, de las cuales fue maravilla no morir (porque el padre era un valentazo de hombre, y es así, porque yo que esto escribo le conocí), y como así no le pudiese matar, tomó un palo grueso de encina y diole con él muchos golpes por todo el cuerpo hasta quebrantarle y molerle los brazos y piernas, y las manos con que se defendía la cabeza, tanto que casi de todo el cuerpo corría sangre».

«A todo esto el niño llamaba continuamente a Dios, diciendo en su lengua: "Señor Dios mío, habed merced de mí, y si Tú quieres que yo muera, muera yo; y si Tú quieres que viva, líbrame de este cruel de mi padre"». 


  De pie, sin armas, un general tlaxcalteca; el padre de
Cristóbal probablemente vestía así en la vida civil;
(ilustración de Angus McBride para Osprey)



La madre de Cristóbal acudió desolada y pedía a gritos clemencia para el muchacho. Pero «aquel mal hombre tomó a su propia mujer por los cabellos y acoceóla hasta se cansar, y llamó a quien se la quitase de allí». En seguida, viendo que el niño seguía vivo, «aunque muy mal llagado y atormentado, mandóle echar en un gran fuego de muy encendidas brasas de leña de cortezas de encina secas, que es leña que dura mucho y hace muy recia brasa. En aquel fuego le echó y le revolvió de espaldas y de pechos cruelísimamente, y el muchacho siempre llamando a Dios y a Santa María». Después aún se molestó en apuñalarlo

El chico no murió inmediatamente, sino que se mantuvo moribundo toda la noche. Por la mañana el chico hizo llamar a su padre y le dijo: "Padre, no pienses que estoy enojado, porque yo estoy muy alegre, y sábete que me has hecho más honra que no vale tu señorío". Y dicho esto demandó de beber y diéronle un vaso de cacao, que es en esta tierra casi como en España el vino, no que embeoda, sino sustancia, y en bebiéndolo luego murió».

El padre hizo enterrar secretamente al niño, mandó matar a Tlapaxilotzin, la madre, y dio orden severa de callar a todos los de la casa. Pero poco después se conocieron los dos asesinatos las autoridades españolas ahorcaron al cruel Acxotécatl. Fray Toribio, es decir, el padre Motolinía hizo la crónica del martirio habiendo pasado «doce años que aconteció hasta ahora que esto escribo en el mes de marzo del año treinta y nueve». 




Así cuenta la historia de los otros dos chicos mártires Fray Toribio "Motolinía". «Dos años después de la muerte del niño Cristóbal, vino aquí a Tlaxcallan un fraile dominico llamado fray Bernardino Minaya, con otro compañero, los cuales iban encaminados a la provincia de Huaxyacac. A la sazón era aquí en Tlaxcalan guardián nuestro de gloriosa memoria fray Martín de Valencia, al cual los padres dominicos rogaron que les diese algún muchacho de los enseñados para que les ayudasen en lo tocante a la doctrina cristiana. Preguntados a los muchachos si había alguno que por Dios quisiese ir a aquella obra, ofreciéronse dos muy bonitos y hijos de personas muy principales. Al uno llamaban Antonio -éste llevaba consigo un criado de su edad que decían Juan-, al otro llamaban Diego».

Se fueron los tres muchachos tlaxcaltecas con los dos misioneros dominicos, ayudándoles como traductores. «Allegaron a Tepeyacac, que es casi diez leguas de Tlaxcallan. Aquel tiempo en Tepeyacac no había monasterio como le hay ahora, y iban [los misioneros] muy de tarde en tarde, por lo cual aquel pueblo y toda aquella provincia estaba muy llena de ídolos, aunque no públicos. Luego aquel padre fray Bernardino Minaya envió a aquellos niños a que buscasen por todas las casas de los indios los ídolos y se los trajesen». Ellos conocían la lengua, y normalmente, por ser niños, podían realizar tal empeño sin que peligrasen sus vidas.

«En esto se ocuparon tres o cuatro días, en los cuales trajeron todos los [ídolos] que pudieron hallar. Y después apartáronse más de una legua del pueblo a buscar si había más ídolos en otros pueblos que estaban allí cerca. Al uno llamaban Coatlichan, y al otro le llaman el pueblo de Orduña, porque está encomendado a un Francisco de Orduña».


«De unas casas de este pueblo sacó aquel niño llamado Antonio unos ídolos, y iba con él el otro su paje llamado Juan. Ya en esto algunos señores y principales se habían concertado de matar a estos niños, según después pareció. La causa era porque les quebraban los ídolos y les quitaban sus dioses. Vino aquel Antonio con los ídolos que traía recogidos del pueblo de Orduña, a buscar en el otro que se dice Coatlichan, si había algunos». 

«Y entrando en una casa, no estaba en ella más que un niño guardando la puerta, y quedó con él el otro su criadillo. Y estando allí vinieron dos indios principales, con unos leños de encina, y en llegando, sin decir palabra, descargan sobre el muchacho llamado Juan, que había quedado a la puerta, y al ruido salió luego el otro Antonio, y como vio la crueldad que aquellos sayones ejecutaban en su criado, no huyó, antes con grande ánimo les dijo: "¿Por qué me matáis a mi compañero que no tiene él la culpa, sino yo, que soy el que os quito los ídolos porque sé que son diablos y no dioses? Y si por ellos lo habéis, tomadlos allá, y dejad a ése que no os tiene culpa". Y diciendo esto, echó en el suelo unos ídolos que en la falda traía. Y acabadas de decir estas palabras ya los dos indios tenían muerto al niño Juan, y luego descargan en el otro Antonio, de manera que también allí le mataron».

Los asesinos escondieron los cadáveres en un barranco cerca del pueblo de Orduña. Pero como Antonio era de familia noble, pronto se organizó una búsqueda minuciosa y hallaron los restos. «Aquel Antonio era nieto del mayor señor de Tlaxcallan, que se llamó Xicotencatl, que fue el principal señor que recibió a los españoles cuando entraron en esta tierra, y los favoreció y sustentó con su propia hacienda. Antonio había de heredar al abuelo, y así ahora en su lugar lo posee otro su hermano menor que se llamado don Luis Moscoso», escribió Fray Toribio. Los asesinos fueron apresados, confesaron el crimen y fueron ahorcados. Eran paganos pero «rogaron que los bautizasen antes de que los matasen». 


En junio de 2016 los Tres Niños Mártires de Tlaxcala fueron declarados por la Iglesia Patronos de la Niñez Mexicana, que no es un patronazgo pequeño: de los 128 millones de mexicanos, un 19% (23 millones, el equivalente a todos los habitantes de Taiwán o Australia) son menores de 15 años. Los Niños Mártires de Tlaxcala se considera que son los primeros mártires laicos de América, y también los primeros mártires nacidos en el continente americano y de etnia amerindia. Ahora, como santos canonizados, siguen haciendo historia y aquellos acontecimientos en el nacimiento de un nuevo mundo siguen estremeciendo al darse a conocer. 

Video de 2016 acerca de los Niños Mártires, con motivo de su nombramiento como patronos de la infancia mexicana