Bombardeos continuos, 427 muertos, más de 3.700 heridos  y casi 16 millones de personas que necesitan asistencia humanitaria vital: es uno de los últimos balances que las organizaciones internacionales han emitido sobre el último conflicto desatado en Sudán, hace hoy 10 días, el pasado sábado 15 de abril. De los más de 1.000 ciudadanos de la Unión Europea que han sido evacuados, un centenar son españoles o hispanoamericanos.

Uno de ellos es el sacerdote y misionero comboniano José Javier Parladé. Sevillano de 82 años y residente en Sudán desde 1978, ha relatado tras su llegada a Madrid este lunes una huída frenética que casi no cuenta, después de que uno de los proyectiles impactasen la residencia de los misioneros combonianos de Jartum Norte, donde se encontraba.

"Menos mal que nos dieron tiempo de decir la misa. Justo después vinimos a desayunar y, pum catapum, nos bombardearon la veranda y la sacristía y de ahí salió un fuego que corrió por toda la casa. Ahí nos dimos un lote de trabajar para apagar las llamas, pero tuvimos que irnos porque ya no estábamos seguros viviendo allí", relata a 20 minutos.

El sacerdote, ya habituado a "problemas de la vida práctica" como la falta de electricidad o alimentos, destaca que el verdadero problema eran los bombardeos, "que no dejaban ni dormir".

En el fuego cruzado y entre un "bombardeo constante"

Sin saber cómo, de repente el sacerdote se encontraba en plena zona de guerra, en el meollo del fuego cruzado entre las Fuerzas de Apoyo Rápido y el ejército sudanés.

"No se podía vivir allí. Detrás de nosotros estaban los paramilitares y en el lado opuesto se encontraba el bando contrario. Aquello era un bombardeo constante encima de nuestras cabezas", relata.

A una semana de iniciarse el conflicto, el sacerdote esperaba un rescate anunciado por la embajada española que parecía no llegar nunca. En ese momento, tan solo quedaban cuatro voluntarios y cuatro monjas de la caridad además del sacerdote, según relató a El independiente. "Perdimos la esperanza de salir. Pensábamos que el avión habría salido".

El domingo, después de celebrar la Santa Misa, la bomba cayó en la iglesia y la casa, dando pie a un incendio inextinguible.

"No teníamos agua, decidimos que había que abandonar la casa. Atamos una sábanas con unas cañas para escapar de la zona, con un miedo tremendo porque disparaban, pero logramos salir", relata.

"Todo lleno de muertos"

El mismo día, una familia que acudía a la residencia en busca de alimentos ayudó a los pocos religiosos que quedaban en la residencia a sofocar las llamas, asegurando que los suelos de las calles estaban llenas de muertos.

La esperanza llegó cuando, tras llegar al aeropuerto, supo que el avión a Madrid aún no había salido.

Aunque ya se encuentra a salvo en España, el sacerdote asegura a TVE "no sentirse nada bien con haber dejado" lo que ha sido territorio de misión durante cerca de medio siglo. "Esperaré hasta que la cosa se calme un poco. Ni siquiera sabemos si habrá manera de volver, si el aeropuerto estará abierto o cuándo se retomará la actividad normal", lamenta. 

A la espera de que regrese la paz, o al menos, la posibilidad de regresar a su Comboni College de Jartum, el sacerdote llama a la oración de los fieles. "Recen por Sudán y por todos los que están muriendo. Sin entender mucho por qué", concluye.

Respetado por miles por su ayuda en escuelas y hospitales

Lo cierto es que el misionero comboniano -Mayor Dit, para los amigos de Sudán del Sur- desea regresar. Durante cerca de 50 años en el país que logró su independencia y reconocimiento internacional en 2011 ha fundado y mantenido escuelas, hospitales y dispensarios, ganándose el respeto y la admiración de cientos de miles de personas cuyas vidas ha tocado. En Mabán primero y durante 12 años ha puesto en marcha las escuelas y cooperativas de 91 comunidades.

"En Maban, cerca de la frontera con Etiopía, abrí la misión y viví 12 años solo con ellos. Esa ha sido la mejor experiencia que he vivido. Habitaba en una choza como ellos y compartía lo que recogíamos juntos, y después, en la única comida fuerte que se hace cada día, al atardecer, donde me enseñaron que comer en solitario no es bonito, nos reíamos juntos contando las aventuras que habíamos vivido", declaró a El Correo de Andalucía en 2017. 

De sus 12 años donde residió en esta misión, recuerda que una pequeña choza y un colchón cochambroso era su única propiedad, pero la guerra, la hambruna y los conflictos le hicieron aprender a vivir desprendido en Sudán del Sur, dedicándose por entero a la evangelización con resultados notables. 

Al poco tiempo de iniciar su labor, recuerda, "llegaron los guerrilleros y en su ataque se llevaron el colchón. Durante esos 12 años no tuve ni una bicicleta, recorría a pie kilómetros y kilómetros. Pero cuando llegué no había una sola comunidad cristiana y cuando me tuve que ir había 91 comunidades". 

Además de la fe, Parladé también ha luchado por llevar la prosperidad a uno de los países más pobres del continente africano. Un ejemplo fue su estancia en la misión de Yirol, donde ha pasado unos 20 años. Allí llegó a atender a 5.600 alumnos en esculas, a otros 600 en guarderías, a cientos de pacientes en dos hospitales "llenos hasta los topes" y a miles de fieles en 54 capillas que atendía junto a su equipo en la región. Pero sabe que algunos de ellos han alcanzado la estabilidad. 

"Sé que en Londres hay tres que son profesores de universidad y en Italia hay dos que son médicos. Ellos, en general, vienen para casarse pues prefieren hacerlo con alguna joven de aquí y después vuelven con ella. Naturalmente llegan vestidos con buena ropa, con corbata, y cuentan muchas cosas que dejan a los jóvenes de aquí extasiados y llenos de envidia. Aunque a veces se encuentran con algo muy distinto de lo que les habían dicho y con una vida mucho más difícil de lo que pensaban", agregó.