Anticiparse o quedar fuera de juego: éste ha sido el lema de la tercera edición del Congreso Internacional DIRCOM 2023, ateNEO Comunicación Estratégica celebrado los días 24 y 25 de abril en la sede de la Universidad Tecnológica Privada de Santa Cruz (Utepsa), en Bolivia.

Participé en dicho congreso, invitado por mi querido amigo el Lic. Juan Carlos Peña Gutiérrez, jefe de la carrera de Comunicación Estratégica y Digital en dicha universidad, impartiendo una conferencia titulada: Paradigma tecnocrático, transhumanismo y ética de la anticipación.

Empecé mi intervención proyectando un vídeo bastante provocador: Iniciativa 2045-Una nueva era para la humanidad.

Desde mi punto de vista, el citado video es un claro ejemplo de comunicación estratégica, es decir, de un proceso mediante el cual se planifica, desarrolla y controla el mensaje y la información que se comparte con los diferentes públicos de una organización o de una sociedad con el propósito de alcanzar sus objetivos.

Mediante este breve documental los ideólogos del transhumanismo nos presentan las sucesivas fases que deberán desarrollarse -con el horizonte puesto en el año 2045- para alcanzar la era de la neohumanidad

En febrero de 2012 se celebró en Moscú el primer Congreso Global Future 2045. Allí, más de cincuenta científicos líderes mundiales de múltiples disciplinas se reunieron y trazaron una estrategia para el futuro de la humanidad. Uno de los principales objetivos del Congreso fue construir una red mundial de científicos para seguir investigando el desarrollo de la tecnología cibernética con el objetivo final de transferir la conciencia individual de un ser humano a un soporte artificial.

En los años posteriores al 2012 se preveía una exacerbación de las crisis económicas y sociales mundiales, como así fue. Se intensificaron los debates sobre el paradigma global del desarrollo futuro. Surgieron nuevos movimientos transhumanistas en distintos países del mundo aunque, muchas veces, sin utilizar explícitamente esa etiqueta o “marca”. También surgieron nuevos centros que trabajaban en tecnologías para el desarrollo de la extensión radical de la vida. Comenzaba, según los profetas del transhumanismo, la “carrera por la inmortalidad”.

Para el periodo 2012-2020, la estrategia de la Iniciativa 2045 preveía un objetivo todavía no alcanzado, la creación del Avatar, es decir, una copia humana robótica controlada por el pensamiento a través de la interfaz “cerebro-computadora”. De este modo, la previsión de los impulsores de dicha estrategia es que en los próximos años los robots empiecen a reemplazar a las personas en las tareas de fabricación; aparezcan sirvientes robots para cada hogar; tengamos avatares controlados por el pensamiento para obtener tele-presencia en cualquier lugar del mundo y, de este modo, eliminar progresivamente la necesidad de viajes de negocios; fabricar coches voladores autónomos; fomentar las comunicaciones móviles impulsadas por el pensamiento integradas en el cuerpo, etc.

Para el lustro 2020-2025 en el que nos encontramos, se espera la creación de un sistema autónomo que proporcione un soporte vital al cerebro y le permita interactuar con el entorno. De este modo, el cerebro podrá trasplantarse a un Avatar mediante el cual el ser humano recibirá una vida nueva y expandida. Así, la nueva generación de Avatares proporcionará una transmisión completa de sensaciones desde los cinco órganos sensoriales del robot al operador.

Para la siguiente década 2025-2035, la estrategia desarrollada por la bioideología del transhumanismo prevé la implementación del colosal proyecto de ingeniería inversa del cerebro por el cual, la ciencia mundial se acercaría en esos años a la comprensión de los principios de la conciencia. Al final de esa década se prevé el primer intento exitoso de transferir la personalidad de un ser humano a un portador alternativo al cerebro, y por ello, al cuerpo. Comenzaría, de este modo, la época de la inmortalidad cibernética.

Del 2040 al 2045 tendremos, según dichos tecnoentusiastas, cuerpos generados de nanorobots que podrán tomar cualquier forma y surgirán junto a cuerpos inmateriales holográficos. Seremos como ángeles digitales.

Finalmente, para el lustro 2045-2050 la estrategia transhumanista prevé que se produzcan cambios drásticos en la estructura social y en el desarrollo científico y tecnológico. Se iniciaría la etapa de expansión del ser humano por el cosmos. Para el posthumano del futuro, la guerra y la violencia serian inaceptables. La principal prioridad de su desarrollo seria la superación espiritual. En la mitad del siglo XXI nos hallaríamos, según la estrategia transhumanista, en el amanecer de una nueva era: la era de la neohumanidad.

El nuevo humanismo: dos visiones

1. La visión cristiana del nuevo humanismo

El Papa Francisco, en su reciente viaje apostólico a Hungría, ha tenido un encuentro con el mundo universitario y cultural en la Facultad de Informática y Ciencias Biónicas de la Universidad Católica Péter Pázmány, en Budapest. En dicho encuentro Francisco se mostró muy crítico frente a un “futuro dominado por la técnica y en el que todo, en nombre del progreso, está uniformado, en todas partes se predica un ‘nuevo humanismo’ que suprime las diferencias, anulando la vida de los pueblos y aboliendo las religiones. Ideologías opuestas convergen en una homologación que coloniza ideológicamente; el hombre, en contacto con las máquinas, se achata cada vez más, mientras la vida común se vuelve triste y enrarecida”.

Posteriormente, el Santo Padre señaló que “la cultura nos acompaña en el conocimiento de nosotros mismos. Lo recuerda el pensamiento clásico, que nunca debe desaparecer”. Algo que implica “saber reconocer los propios límites y, en consecuencia, frenar la propia presunción de autosuficiencia”. “Es sobre todo reconociéndose criaturas cuando nos volvemos creativos sumergiéndonos en el mundo, en vez de dominarlo. Y mientras que el pensamiento tecnocrático persigue un progreso que no admite límites, el hombre real está hecho también de fragilidad, y es a menudo justamente ahí cuando comprende que depende de Dios y que está conectado con los otros y con la creación”, apuntó Francisco.

En la misma línea, el cardenal secretario de Estado vaticano, Pietro Parolin, en el mensaje enviado a la Universidad Católica del Sagrado Corazón, con ocasión de la celebración de la 99ª Jornada del mayor Ateneo católico italiano y europeo, y que este año se desarrollaba bajo el lema Por amor al conocimiento. Los desafíos del nuevo humanismo, subrayó que estos desafíos “nos piden trabajar con pasión por un nuevo humanismo, que valore el saber por su finalidad propia y noble, es decir, al servicio de la dignidad del ser humano y del bien común, en particular de los más débiles y desfavorecidos”.

Esta visión cristiana puede y debe aportar una contribución original al debate sobre la construcción de un nuevo humanismo. El Papa Francisco, en la Conferencia Eclesial de Florencia el 10 de noviembre de 2015, aclaró que no existe un auténtico humanismo que no contemple el amor como vínculo entre los seres humanos, ya sea interpersonal, íntimo, social, político o intelectual.

Esta visión nos recuerda que el conocimiento sólo sirve al hombre si se combina con la conciencia. El cardenal Parolin, en la Jornada anteriormente citada, recordó que “el conocimiento es el motor del desarrollo humano y se han realizado grandes progresos en el mundo científico, con una fuerte aceleración en los últimos siglos y, sobre todo, en las últimas décadas”. Pero también que “el conocimiento implica siempre una dimensión ética” y, como expresó San Juan Pablo II en la Unesco en junio de 1980, subrayando la primacía de la persona sobre las cosas, sólo se servirá a la causa del hombre y de la mujer contemporáneos si el conocimiento se une a la conciencia. Y es que hoy, en muchos campos, la investigación científica ha puesto en manos del ser humano potencialidades extraordinarias, que al mismo tiempo, en su desarrollo pueden volverse contra la humanidad.

Las nuevas tecnologías digitales, y las fascinantes aplicaciones de la inteligencia artificial, ofrecen grandes oportunidades pero, al mismo tiempo, requieren vigilancia para garantizar el papel primordial de la conciencia humana.

2. La visión masónica del nuevo humanismo

En el mundo moderno, “humanismo” ha querido decir muchas cosas. Así se denomina el movimiento del humanismo cristiano, uno de cuyos miembros destacados fue Jacques Maritain. También adoptó el término existencialismo ateo de Jean Paul Sartre, desarrollado en su tesis El existencialismo es un humanismo. Por otro lado, para Rodolfo Mondolfo el marxismo es un “humanismo realista”, antes que una forma de materialismo mecanicista.

En el siglo XX, el humanismo laico de Corliss Lamont defiende un humanismo naturalista y anti-idealista basado en las siguientes afirmaciones: anti-sobrenaturalismo; evolucionismo radical; inexistencia del alma; autosuficiencia del hombre y de la mujer; libertad de la voluntad; ética intrahumana; valor del arte y humanitarismo. Este movimiento se expresó a partir de 1935 a través del Humanist Manifiesto, firmado por más de treinta intelectuales liberales, entre ellos el pedagogo y filósofo norteamericano John Dewey. Este movimiento se renovó con el Humanist Manifiesto II, suscrito a finales de siglo por el disidente soviético Andrei Sakharov, B.F. Skinner, Betty Friedan, Sidney Hook, Jaques Monod, Gunnard Myrdal y Corliss Lamont.

Característico de estos dos movimientos es la insistencia en la libertad individual y el régimen político democrático, además de una planificación económica y ecológica que no comprometan las libertades individuales, incluyendo el derecho al suicidio y al aborto y la práctica de la eutanasia.

Es cierto que estructuralistas, fenomenólogos y otras tendencias han relativizado el concepto complejo de “humanismo”. Son importantes, en este sentido, los aportes del pensador francés Michel Foucault. No obstante, la óptica humanista sirve para ver al hombre y a la mujer situados, de carne y hueso, con sus problemas culturales, sociales y sus metas teleológicas. Para la francmasonería, el humanismo no es una abstracción metafísica ni un silogismo incomprensible. Constituye un esfuerzo intelectual y también de práctica social, concreta, que se basa en la solidaridad, la libertad y la justicia social.

Según me comentaba recientemente un influyente masón argentino, la masonería no es un club, ni un reducto de intelectuales más o menos especulativos. El concepto de masonería en el siglo XXI “hay que buscarlo no como tesis, sino como una perspectiva filosófica, una perspectiva que conduce siempre a perspectivas o totalidades abiertas. Esas perspectivas sintetizadas en los símbolos masónicos, entendidos como escalas del entendimiento y de la comprensión, constituyen una enseñanza básica”.

Y continuaba diciendo: “No se puede hablar seriamente de humanismo masónico si no se establece una política masónica. Una masonería que afirme los valores de su Tradición o filosofía perenne y que se coloque a la cabeza de la nueva Revolución que transforme el mundo actual para el bien de todos”.

Al hablar con él, resonaban en mi interior las estrategias y los objetivos fijados por el transhumanismo en su propuesta de “humanismo tecnológico”, “humanismo digital” o “posthumanismo” en la Iniciativa 2045 para la era de la neohumanidad.

En el libro El nuevo humanismo y las fronteras de la ciencia editado por John Brockman y entre cuyos autores figuran prominentes transhumanistas como R. Kurzweil, J. Dimond, M. Minsky, D. Dennett, D. Deutsch, S. Pinker, A. Guth, L. Randal y otros, el editor plantea que los saberes de los intelectuales más vanguardistas del momento (los científicos) han dado nacimiento a una “tercera cultura”; una síntesis multidisciplinar donde la palabra “humanismo” recupera el sentido de intelectualidad global y conciencia holística que tuvo en el pasado.

Voluntad y evolución tecnológica

Rubén Darío Dabdoub, rector de la Universidad Tecnológica Privada de Santa Cruz (Utepsa), donde pude participar, como he señalado anteriormente, en el Congreso Internacional DIRCOM 2023, ateNEO Comunicación Estratégica, expresa en la presentación oficial de dicha entidad académica de excelencia en Bolivia, tomando una cita del eminente científico Albert Einstein, que “hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica: esa fuerza es la voluntad”.

El Dr. Dabdoub destaca en dicho mensaje a la comunidad académica de su universidad que “hoy en día, vivimos contextos que están llenos de cambios radicales que quiebran el orden establecido, generando estados de ansiedad y temor, porque no conocemos la linealidad de los resultados y al final no comprendemos el porqué de la situación. Y la pregunta es ¿qué hacer? Ante estos desafíos presentes, debemos establecer un propósito de vida, creando acciones o estrategias a corto plazo, aprendiendo y generando conocimiento, teniendo una capacidad de reacción rápida, siendo resilientes ante la adversidad, desarrollando el trabajo en equipo, manejando la inteligencia emocional, teniendo una comunicación asertiva y empática, mostrando liderazgo y manteniendo una actitud proactiva y positiva para construir un mundo mejor”. Me parecen unas palabras sabias que provienen de un humanista honesto y proactivo.

Objetivo estratégico: la salvación del alma

En mi reciente visita a Bolivia, además de mi ponencia impartida en el Congreso Internacional organizado por UTEPSA, tuve la oportunidad de presentar mi último libro titulado: Transhumanismo: la ideología que desafía a la fe cristiana.

El auditorio, repleto de estudiantes de las facultades de Ciencias y Tecnología, Ciencias Jurídicas, Sociales y Humanísticas, Ciencias Empresariales y de los distintos postgrados que ofrece la universidad, mostró interés en la visión cristiana del nuevo humanismo integral y avanzado que propongo para esta sociedad biotecnológica.

Profesores y alumnos estuvieron abiertos a las propuestas que desde la fe católica les iba ofreciendo como alternativa a una hipotética “salvación tecnológica” e “inmortalidad cibernética” anunciadas por el mesianismo y la escatología transhumanista bajo una estrategia comunicativa muy propia del marketing tecnológico.

Al finalizar todas mis actividades académicas en Bolivia, pude compartir una magnífica conversación con Douglas Banegas Cruz, un joven compositor y cantautor boliviano, bajo la mirada atenta de la Catedral Basílica de San Lorenzo, el principal templo católico de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra.

Douglas había asistido al congreso sobre comunicación estrategia y anticipación del futuro en Utepsa. Sin embargo, su pregunta más profunda en nuestra conversación me dio que pensar: ¿cómo estar seguros de que estamos inscritos en el Libro de la Vida que contiene los nombres de las personas a las que Dios les regalará la vida eterna?

Si vamos a la Biblia, allí se nos explica que este libro, “el libro de la vida del Cordero”, no es un libro físico, por supuesto, sino espiritual y le pertenece a Jesucristo (Apocalipsis 21, 27). En él se encuentran los nombres de quienes son considerados justos ante Dios y que, si permanecen fieles hasta el fin, recibirán la vida eterna (Apocalipsis 3, 5). Cuando alguien es borrado del libro, significa que está destinado a morir para siempre (Apocalipsis 3, 5 y 20, 15). Tanto los profetas y patriarcas antiguos como los miembros de la Iglesia fiel, es decir, nosotros, el Pueblo de Dios, tenemos el don del Espíritu Santo como garantía de que recibiremos la vida eterna y el futuro Reino de Dios. Tener esta garantía es sinónimo de estar inscrito en el Libro de la Vida (Malaquías 3, 16-17). 

'Políptico del Cordero Místico', de Hubert Van Eyck (1422-1429). Catedral de San Bavon (Gante, Bélgica).

Debo confesar que esa pregunta tan acertada al final del viaje a Bolivia me hizo reflexionar sobre el objetivo más importante en la estrategia comunicativa acerca del nuevo humanismo integral y avanzado. Desde una visión netamente cristiana no debemos dejar de explicar a una humanidad confusa y perdida que el objetivo esencial de nuestra vida es la salvación del alma. Y para ello, debemos anticiparnos, dar el paso definitivo y convertirnos a Jesucristo, para no quedar fuera de juego.