8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, ¿Trabajadora? Me sobra el calificativo. La mujer siempre ha sido trabajadora. No quiero perder energía hablando de feminismo mal entendido y empoderamientos varios, rebeldías impostadas y ecuaciones maniqueas  hombre/mujer. Pero sí quiero hablar, a propósito de mujeres y trabajos, de la Oración de las madres. Esta oración dirigida a Dios en comunidad desde el corazón de las madres es muy poderosa y un ejemplo de auténtica solidaridad entre mujeres. Feminismo realmente contracultural. Estas madres, que elevan su plegaria al Cielo unidas, son un poderoso (aunque silencioso) movimiento de transformación social.

Hoy en día la maternidad, la hipermaternidad, se ejerce de un modo muy individual e intenso y, con frecuencia, bastante solitario. El estilo de vida urbano, la falta de una red familiar cercana, los problemas que trae consigo la conciliación, hacen que muchas madres se sientan solas y sobrepasadas. Faltan con frecuencia esas redes de abuelas y vecinas que antes acompañaban de un modo natural. Muchas madres estrenan la maternidad en una ciudad que no es la suya sin apoyo familiar y buscando respuestas en los libros e internet. Sin olvidar a las que crían solas a sus hijos: madres separadas, viudas y madres solteras.

“Para educar a un niño hace falta una tribu entera”, pero ¿qué fue de la tribu?

Hace años tenía el deseo de formar parte de uno de estos grupos, pero no había ninguno en mi ciudad y no me sentí con fuerzas en aquel momento de organizar nada. Así que esperé intuyendo que llegaría porque, si el Señor pone un deseo en nuestro corazón, suele ser para colmarlo, no para frustrarlo.

Los grupos de oración de las madres están formados por madres cristianas (de distintas confesiones) y mujeres que ejercen una maternidad espiritual. Es muy reconfortante saber que estamos unidas a muchas otras madres a través del mundo y que ellas también están rezando por nuestros hijos.

Nos reunimos cada semana para rezar por nuestros hijos. También pedimos por nuestros ahijados, sobrinos y por todos los niños de nuestra ciudad y del mundo, así como por todas las madres que se sientan solas y desbordadas, especialmente por las que sientan la tentación de abortar, llegando a ellas a través de la comunión de los santos, y por aquellas que anhelan el don de la maternidad y tienen dificultades para quedarse embarazadas. Es sencillo y reconfortante: confiamos nuestros hijos y nuestra maternidad al Señor. Él desea consolar a muchas madres agotadas o sobrepasadas  y, sobre todo, llenar de bendiciones a sus hijos.

Antes o después, en la maternidad tomamos conciencia de que la realidad supera con creces nuestra capacidad de control. La llegada de la enfermedad nos lo enseña rápidamente.  No podemos protegerles como quisiéramos, no podemos controlarlo todo porque, además de imposible, no sería sano. Asfixiaríamos a nuestros hijos con esa hipersolicitud constante.  A ellos les corresponde desgarrar la trama de nuestros proyectos, rebelarse a tanta planificación, porque ellos no son nuestro proyecto. Son simplemente ellos. Su vida de ningún modo nos pertenece. Les toca crecer en un mundo difícil, en una cultura tóxica, pero si algo sí debemos hacer por ellos es transmitirles amor a la vida. Quien ama la vida, ama a Dios. No somos del mundo, pero amamos la vida. No te ruego que los saques del mundo sino que los preserves del Mal.

Señor, ellos viven en un mundo agitado,

un mundo que no Te reconoce,

un mundo que algunas veces se burla

de ellos si admiten creer en Ti.

Ayúdalos a ser fuertes, Señor.

Qué inútil y cansada es la preocupación y qué liberador dejarlos de verdad en manos de Quien los ama más que nosotras. No podemos solucionar los problemas a los que se enfrentan por nosotras mismas, aunque pongamos en marcha todo nuestro arsenal de recursos y capacidad de gestión. No podemos y además nos agotaremos en el intento. Pero Él sí puede.

A Verónica y Sandra, que iniciaron estos grupos de oración en Inglaterra en 1995 (y ahora mismo están presentes en más de 130 países), el Espíritu les regaló esta palabra en su primera reunión, tras abrir la Biblia al azar después de invocar al Espíritu Santo:

“Deja de llorar y enjúgate las lágrimas.

Todo lo que has hecho por tus hijos te será recompensado.

Volverán de la tierra del enemigo.

Hay esperanza en su porvenir.

Tus hijos volverán al hogar.

Lo digo Yo, el Señor”.

Jeremías 31, 16-17

Estos grupos de oración de madres son pequeños y muy sencillos de organizar. Tienen dos reglas básicas: la confidencialidad y el no dar consejos.

Pero cada grupo es diferente. En algunos tiene más peso la alabanza, en otros la oración de intercesión por cada uno de los niños, en algunos grupos católicos la Virgen y el Rosario son los protagonistas, en otros la Escritura. Cada reunión se entrega al Espíritu Santo para que Él la guíe. Así que se sigue un guión básico muy sencillo, pero hay flexibilidad y espontaneidad en la oración, en la que cada madre puede abrir su corazón, confiada en que no va a ser juzgada, ni bombardeada con consejos varios y en que se guardará confidencialidad total sobre lo que cuente.

Se puede iniciar con dos personas (“Donde dos o más están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”, Mt 18, 20) y un máximo (flexible) de ocho. No se hace ninguna labor de proselitismo para incrementar el grupo. Se deja en manos de Dios a las personas que formarán parte del grupo rezando por ellas desde el primer día y ellas van llegando de un modo natural y, a veces, misterioso.

Se escriben los nombres de cada uno de nuestros hijos (y de aquellos otros niños sobre los que ejerzamos una maternidad espiritual: ahijados, nietos, vecinos, sobrinos, alumnos, etc.) y se dejan en una cestita a los pies de la Cruz, dejándolos al cuidado de Jesús y de la Virgen. Las que tenemos marido, escribimos también su nombre y están siempre presentes en nuestra oración, además de “amadrinar” cada una a un sacerdote. Los grupos están abiertos a mujeres sin hijos, por supuesto. Mujeres solteras o casadas sin hijos que sientan el deseo de rezar por los niños. También hay religiosas que se unen a estos grupos de oración desde sus conventos.

A través de estas líneas solo pretendo animar a las madres a unirse para rezar por sus hijos. No hace falta formar ningún grupo de los que he descrito. Pero sí quiero incidir en la importancia de la comunidad. En rezar al menos con otra mujer, ayudándole a llevar el peso de su maternidad y descansando también en ella.

Seguiremos a nuestros hijos más allá de los mares. No importa el tamaño de las olas si Jesús está en la barca. “Cuando cruces las aguas Yo estaré contigo, cuando cruces los ríos, no te cubrirán sus aguas” (Isaías 43, 2). Así, volveremos a gestar a nuestros hijos con la oración. Como Santa Mónica, que “acabó haciéndolo con más dicha hijo de sus lágrimas por la conversión de su alma que hijo de su sangre por la generación de su cuerpo” (San Francisco de Sales).

Para contactar con Oración de las Madres en España:

Mavi Allende

spain@mothersprayers.org