Muchos lectores recordarán aquellas lapidarias condenas que se hacían del consumismo desde ciertos foros católicos. Parecía que el consumo de las gentes era el peor de los pecados que pudieran cometer los mortales esperanzados en alcanzar el cielo. Y también los demás, porque la condena sumaria abarcaba a todo el mundo, sin excepción alguna. No negaré que el consumismo desaforado trastorna a quienes lo padecen. Por consiguiente la moderación y la austeridad no dañan a nadie, con crisis y sin ella, al contrario, son por sí mismas virtuosas, pero consumir lo necesario y lo útil, si se puede, cubre las necesidades personales y favorece el desarrollo general.

También recordarán aquella frase solemne según la cual lo importante no era el bienestar sino el bien ser. Bueno, era una manera de hablar en apariencia muy profunda y campanuda, pero que en el fondo no decía nada. Fum de botxes, que dicen en la huerta valenciana. Humo de paja. ¿Qué quería decir eso de bien ser? Que teníamos que personas buenas, bonitas y baratas. Vale, pero siempre, en tiempos de bonanza o de penuria. El cristiano tiene que ser cristiano en todo tiempo y lugar, y cualesquiera que sean las circunstancias en las que le toque vivir. De cualquier modo, ¿a qué venía oponer el bienestar general con el bien ser sin son dos planos distintos y en todo caso no contrapuestos por sí mismo? Pero había que fastidiar al personal, crear mala conciencia entre las gentes que después de años y más años de estrecheces y penurias históricas podían lograr un cierto desahogo material. Acaso adquirir un pisito en propiedad seguramente con hipoteca, un coche utilitario lo más probable de segunda mano (personalmente nunca pude estrenar un vehículo nuevo), dar algunos estudios a sus hijos y pasar las vacaciones en la vieja casa de los abuelos del pueblo... Todo eso era el bienestar de la inmensa mayoría de los españolitos que se condenaba además en nombre de Dios y de la nueva Santa Inquisición de los también nuevos integristas que a la sazón querían ser de izquierdas.

Bueno, pues ahora el consumismo se ha esfumado por causa de la crisis aguda que padecemos, y con él, buen parte la sociedad del bienestar que con tanto esfuerzo de las generaciones anteriores (la mía entre otras), logró alcanzarse, ¿y qué sucede? Algo elemental que tendrían que haber sabido aquellos demagogos de sacristía. Que si baja el consumo se vende menos, y si bajan las ventas baja el comercio y la producción, y si baja comercio y producción, cierran establecimientos, fábricas y talleres. Colofón, operarios a la calle y, como estamos viendo, aumento espantoso del paro.

¿Dónde están ahora aquellos demagogos inquisidores del consumismo? Siguen estando, sí, y además donde estaban: en la demagogia irracional, pero en nuestras días contra la plaga terrible del paro, que en cierta medida ellos propiciaban al demonizar el consumo. A algunos hermanos en la fe les vendría muy bien una cura de humildad y de mea culpa.