Borja Díez de Rivera me ha avisado con tiempo. Quiere que yo dé, en una cena dentro de veinte días, un breve brindis sobre la amistad. Mis dotes de improvisador se ve que las conoce. Intentaré escabullirme, pero, por si acaso, me he puesto compulsivamente a hacer cuadros sinópticos.

Desde adolescente barrunté que entre la amistad y el amor hay una rivalidad tácita, que a veces aflora. Ahora he descubierto que el sabio Claudio Guillén usó esa tensión como guía para aproximarse a la literatura occidental.

Los clásicos eran partidarios acérrimos de los amigos, y minusvaloraban el amor. A la cabeza, Aristóteles, que dijo que una vida sin amistad no merece ser vivida. Los medievales, siempre tan caros a mi corazón, apostaron por el amor. Dante lo hace vía de la salvación del alma, culminando la estela abierta por los poetas provenzales y por los relatos del ciclo artúrico, donde el amor ennoblece. Con Petrarca nos pasamos de frenada y caemos en el paroxismo. Montaigne vuelve a la amistad, mientras que Shakespeare duda. Como siempre, todo comenzó en Homero: Aquiles, tan amigo de Patroclo, se enfrenta a muerte a Héctor, tan esposo de Andrómaca.

La rivalidad tiene su lógica, porque contamos sólo con un corazón y el tiempo vuela y, como los amores verdaderos y las amistades no tienen fondo, no damos abasto. Igual que hay toristas y toreristas en la fiesta nacional, en la fiesta que es la vida hay amiguistas y amadores. A menudo en un mismo matrimonio, cada cónyuge tiende a una cosa, y no son las peores parejas, si esa tensión se equilibra. Yo siempre estuve prendado de este presentimiento, pero ahora, con el apoyo de Guillén, me he venido arriba. Incluso aventuro que en el trato con Dios se podría distinguir entre quienes le ven como Amigo y quienes como Amado; unos, ascéticos, los otros, místicos, o más fray Luis de León o más San Juan de la Cruz.

Espero que este boceto disuada a Borja de abocarme al brindis. Por si acaso, dejo escrito mi deseo final. Como la cena será de matrimonios amigos, yo, tras una meticulosa clase teórica, levantaría la copa a lo Ortega y Gasset, recordando que "la vida cobra sentido cuando se hace de ella una aspiración a no renunciar a nada", como intentó idealmente don Quijote, tan de Sancho como de Dulcinea. Que la amistad y el amor (vino blanco y vino tinto) rebosen en nuestras copas, y que nosotros las apuremos ambas hasta el fondo. Chin, chin.

Publicado en Diario de Cádiz.